Chulos, putas y música soul
La potente banda sonora aporta credibilidad a The Deuce, una serie lastrada por el buenismo de su autor
Desde la cabecera, extensa como suele ocurrir en las series de David Simon, queda claro que The deuce (HBO) va a ser un festín tanto de crudas historias humanas como de músicas poderosas: irrumpe un semiclásico del soul apocalíptico, el falsete de Curtis Mayfield proclamando que “si hay un infierno allá abajo, todos vamos a ir”.
Ya saben que se desarrolla en la antigua zona caliente de Manhattan, The Deuce, donde prosperaban los negocios de prostitución, porno y menudeo de drogas. Dado que buena parte de la acción sucede en la calle y en bares o cafeterías, domina la música diegética, que sale de las radios de los coches y los jukeboxes. Entendemos la fascinación de la mafia por las máquinas de monedas: grandes recaudaciones fuera del radar de Hacienda.
Suena mucha música negra del año 1971 y anteriores. La acción transcurre en 1971 y la negritud deriva del hecho de que los proxenetas son, uh, afroamericanos (el único chulo blanco, un hippy de melena planchada, merecería mayor atención en la próxima temporada). Fueron años creativamente álgidos, con el soul psicodélico y el primer funk, así que no hay precisamente problemas para elegir, aunque alguna ausencia –los omnipresentes temas de Motown- sugiere que en las decisiones del ambientador musical, Blake Leyh, también pesó el coste de las licencias.
Solo hay un protagonista musiquero: Abby Parker, una niña bien que trabaja como camarera. Reforzando sus credenciales hip, alardea de haber visto a The Velvet Underground en directo, “¿quién iba a pensar que Lou Reed tenía un lado tierno?”. Más difícil de tragar es que, sin conocimiento del encargado del bar, monte un concierto de unos trasuntos de Question Mark & the Mysterians, los de “96 tears”; Abby se adelanta a la reivindicación del rock de garaje que supuso la recopilación Nuggets (1972).
Un memorable eslogan de HBO afirma que lo que ofrecen “no es TV”. Hay que darles la razón. Es más antiguo: The Deuce recurre sin complejos a tópicos de Hollywood. El salto de Eileen a la dirección de cine (porno) supone una vuelta de tuerca sobre el famoso lema de “el espectáculo debe continuar”. De hecho, el mismo personaje de Eileen –madre soltera, obligada a la prostitución como salida laboral, con una aguda percepción de su entorno- se sitúa más allá de lo creíble.
Claro que Eileen, encarnada por Maggie Gyllenhaal, es uno de los pilares de The Deuce. Tiene menos disculpa el conceder a James Franco la virguería actoral de interpretar dos papeles: la vieja artimaña argumental de los hermanos gemelos, de comportamiento diferente pero que comparten aspecto capilar e indumentario. Y tampoco ayuda que reaparezcan actores favoritos de Simon.
Los clichés se amontonan: el policía decente, la periodista indignada, la puta inocente, el capo sabio, el gay sensible. Puede que resulten convenciones inevitables en estas narraciones mainstream pero uno termina por imaginar concesiones de los guionistas a la productora, para colar un retrato de los 70 que a priori tenía demasiadas aristas sórdidas. De otro modo, no se entiende la presencia en créditos de fabuladores de primera como Richard Price y George Pelecanos. Tramas y diálogos son golosamente densos pero sospecho que, en sus propias novelas, difícilmente hubieran aceptado tantos lugares comunes en personajes y situaciones.
Babelia
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