Renovarse y seguir
La violinista Viktoria Mullova sigue siendo la "reina del hielo" con Sibelius en los atriles
La antigua Unión Soviética fue un vivero de grandes músicos, pero también una especie de cámara hiperbárica de talentos. La violinista Viktoria Mullova (Moscú, 1959) habría sido una artista diferente de no haber escapado de la URSS en julio de 1983. La trepidante historia de su huida, disfrazada con una peluca rubia a lo Harpo Marx, y dando esquinazo al KGB en compañía de su novio, está narrada con todo lujo de detalle por Eva Maria Chapman en su biografía, de 2012, titulada From Russia to Love (The Robson Press). La propia violinista la recuerda en el libro casi como una película de James Bond. Pero también es consciente del mundo de posibilidades que le brindó aquella aventura. Mullova era entonces la esperanza violinística soviética. Un dechado de perfeccionismo técnico y una máquina de ganar competiciones internacionales. Venció en el Concurso Sibelius de Helsinki, en 1980, y en el Chaikovski de Moscú, en 1982. Y se convirtió en la “reina del hielo”, una etiqueta asociada con su frialdad que le acompañó perennemente durante muchos años. Gracias a asumir elementos opuestos a su tradición musical, como su inmersión en la música barroca con criterios de época o su acercamiento a la libertad improvisadora de la música ligera y popular, hoy Mullova parece otra.
BAMBERGER SYMPHONIKER.
Viktoria Mullova, violín.
Dirección: Jakub Hrůša.
Obras de Sibelius y Smetana.
Kursaal Eszena. Auditorio Kursaal, 9 de noviembre.
Tuvimos oportunidad de comprobarlo el pasado jueves día 9, en el Kursaal de San Sebastián, en el arranque de una gira española de Ibermúsica con el Concierto para violín, de Sibelius, que seguirá por Barcelona, Madrid y Valencia hasta el próximo día 12. Mullova comenta en el libro de Chapman, de 2012, su evolución tocando Sibelius. Hace unos años descubrió que sus hijos metían en sus respectivos iPods su vieja grabación del Concierto en re menor del compositor finlandés que hizo, en 1985, con Seiji Ozawa y la Boston Symphony. La volvió a escuchar y pudo verificar lo que había cambiado su sonido a pesar de seguir tocando el mismo Stradivarius “Jules Falk” de 1723. Era, según sus palabras, apasionado, brillante y muy intenso; el típico sonido con mucho vibrato de una violinista joven al inicio de su carrera. “Ahora cuando toco Sibelius sigue sonando romántico, pues es un concierto romántico, pero el sonido es distinto. Resulta más cálido y redondo, con una mayor variedad”, afirma la violinista en su biografía.
Y tiene razón en lo que dice. Esa ensoñación melódica de la que parte la obra es ahora mucho menos insolente y mucho más rapsódica. Incluso el tema cantable a la italiana que le sigue en dobles cuerdas resulta más cálido. Los guiños naturalistas suenan más redondos en las regiones graves del instrumento. Y la cadenza del desarrollo es un impresionante escaparate de esa aludida variedad tímbrica. Pero una cosa es que ahora Mullova sea diferente y otra que sea mejor. La “reina del hielo” sigue reinando, al menos con Sibelius en los atriles, aunque su trono sea hoy completamente diferente. Lo pudimos verificar especialmente en el adagio di molto, donde su versión, mucho más exquisita que antaño, no consiguió elevarse. Pero también en el allegro, ma non tanto final, donde mantiene el mismo tempo comedido de antaño.
El acompañamiento de Jakub Hrůša (Brno, 1981) al frente de la Sinfónica de Bamberg fue excelente y aportó mucha más temperatura a la obra, a pesar de practicar un Sibelius en exceso naturalista. En la segunda parte, este joven maestro moravo desplegó sus credenciales como firme candidato a sentarse en el trono de los directores checos, vacante tras el reciente fallecimiento de Jiří Bělohlávek. Hrůša reparte su tiempo entre la titularidad de la Sinfónica de Bamberg, que asumió la temporada pasada, y su labor como principal invitado con la Philharmonia de Londres, aunque colabora estrechamente con la Metropolitana de Tokio y la Filarmónica Checa. En San Sebastián dirigió los cuatro primeros poemas sinfónicos del ciclo Mi patria, de Smetana, el sanctasanctórum de la música checa que ha vuelto a grabar recientemente con esta misma orquesta (Tudor).
Su versión fue brillante. Tuvo esa cohesión natural entre poemas que hizo echar en falta los dos últimos del ciclo. Quizá Tábor y Blaník sean los menos interesantes, pero son los que mejor dirige Hrůša, a juzgar por su reciente grabación. La Sinfónica de Bamberg fue un conjunto ideal para comprender esa aleación de fraseo, respiración, articulación y tempo, donde reside el secreto de hacer bien la música checa. En Barcelona y Madrid, Hrůša dirigirá la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorák, que forma parte de su próximo proyecto discográfico para Tudor donde confrontará las sinfonías del compositor checo con las de Brahms. No solo se jugará con la vinculación entre ambos, sino también con la propia historia de la orquesta bávara que surgió en Bamberg hace setenta años con músicos alemanes expulsados de la antigua Checoslovaquia. Como adelanto de ese proyecto, el director checo terminó su concierto en el Kursaal con dos brillantes versiones de danzas húngaras de Brahms orquestadas por Dvorák: la nº 18 en re mayor y la nº 21 en mi menor.
Babelia
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