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Corrientes y desahogos
Columna
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Cultura inculta

Toda la vida leyendo para tratar de saber más y venir a chocar ahora con un panorama donde la progresión de nuestro saber nos hunde en un pozo ciego

En estos momentos hay un empleado de MoviStar tratando de arreglar la conexión a Internet. Yo escribo pero no puedo enviar hasta que él no termine con su trabajo. Yo escribo y él puede leerme pero yo soy un analfabeto para leer lo que él está tecleando en sus aparatos. Él es un especialista, claro está, pero también es un comunicador de mi gremio porque, de otro modo, sin él, ¿cómo iba comunicar yo? Su conocimiento hace posible el posible el conocimiento. De otro modo, yo quedaría envenenado de mi propia secreción.

¿Puede decirse, a pesar de todo, que esta persona a quien doblo probablemente en ingresos es un obrero y yo soy algo más? Llegados a un punto, llegada una edad, llegada otra época no es sólo inexacto sino paleto seguir creyendo que la cultura se halla en nuestro mundo. Las producciones importantes han girado hacia unas formas de lenguaje que si los mayores oímos no podemos entender, si vemos no sabemos leer, y si nos impresionan no sabemos apreciar.

Nunca pensamos que llegaríamos a este extremo. Toda la vida leyendo atentamente para tratar de saber más y venir a chocar ahora con un panorama donde la progresión de nuestro saber en lugar de introducirnos más en el mundo nos hunde en un pozo ciego. Será pues un grave error el empeño de enseñar a los niños los contenidos que entendemos por educación. El nivel, la educación o la pertinencia han girado a la vez que todo el carromato del mundo. Los mayores nos damos perfecta cuenta de que algo grave está pasando pero por evocación clínica consideramos que la gravedad es sinónimo de mal. No es el caso, sin embargo. Es grave porque es serio. Es grave porque tiende a matar lo preexistente. Es grave porque va, en efecto, derecho a matar nuestro predominio, nuestro entendimiento y nuestro poder cultural. Este obrero ecuatoriano, técnico de Telefónica, presenta el aspecto de un subordinado vestido con el uniforme azul de la compañía. Pero, ¿qué compañía? No entiendo el idioma y tampoco las cosas a las que se refiere y tanto me importan. Podría tratarse tan solo de que emplean el idiolecto correspondiente a una profesión ajena a la mía. Pero no es ya el caso. Ese idiolecto es también el idioma de mis hijos y de tantísimos cientos de millones de seres humano que han aprendido latín. El avanzado latín en que se funda el saber superior del nuevo siglo.

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