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“Lo de Weinstein es una vergüenza. Pero siempre ha habido hombres que querían meterte mano”

Anna Karina, cara visible de la Nouvelle Vague, recibe un homenaje en el Festival Lumière de Lyon

Álex Vicente
Anna Karina durante el rodaje de la película 'Pierrot le fou' (1965), de Jean-Luc Godard.
Anna Karina durante el rodaje de la película 'Pierrot le fou' (1965), de Jean-Luc Godard.
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Se la tildó de musa de la Nouvelle vague, aunque fuera mucho más que eso. Anna Karina (Copenhague, 1940) dio la cara por esa revolución cinematográfica. Fue ella, más que cualquier otro intérprete, quien le puso rostro y le contagió su modernidad. Su mirada perdida, su gesto pícaro y su acento abstruso, del que hoy no queda rastro bajo una voz bastante más cavernosa. Pocos encarnaron tan bien los sesenta como esta mujer de ojos oscurecidos.Por eso, cuando esa década terminó, también lo hizo su momento de gloria.

El Festival Lumière de Lyon, certamen de cine clásico que se celebra hasta el domingo en la ciudad francesa, acaba de recuperarla del olvido, rindiéndole un doble homenaje con la proyección de un nuevo documental que repasa el conjunto de su carrera –Anna Karina souviens-toi, dirigido por su marido, Dennis Berry, viudo de otro icono de la Nouvelle vague como Jean Seberg– y de su debut como directora, Vivre ensemble, rodado en 1973 y que regresará en primavera a las salas francesas en versión restaurada.

Antes de que Jean-Luc Godard la encumbrara como actriz y de que Serge Gainsbourg le hiciera cantar sus himnos, Anna Karina llegó a París a los 17 años haciendo autoestop desde su Dinamarca natal, huyendo de una infancia en la pobreza y de un padrastro violento. “Nos llevábamos muy mal. La última vez que me pegó, decidí marcharme. Ya había estado una vez en París y me había encantado. Escogí esa ciudad porque allí me sentía libre”, relata delante de una copa de blanco, junto al antiguo hangar donde los hermanos Lumière inventaron el cine.

Fue descubierta por una agencia de modelos en el barrio de Saint-Germain, en la terraza del mítico café Les Deux Magots, donde Sartre y Beauvoir tenían mesa asignada. Le propuso hacerse unas fotos de moda para Hélène Lazareff, papisa de la revista Elle. Al llegar a su despacho, conoció a una mujer “elegante, imponente y algo autoritaria”. Su nombre era Coco Chanel.

Por aquel entonces, la actriz respondía al nombre de Hanne Karin Bayer. Pero, a la mítica diseñadora le pareció espantoso. “Me dijo que con ese nombre no iría a ninguna parte. 'A partir de ahora se llamará Anna Karina', decidió por mí. Y yo le hice caso”, recuerda la actriz. Aquella muchacha esquelética, que había crecido “sin probar la carne y alimentada a base de margarina” –el racionamiento de la posguerra también llegó a la próspera Dinamarca– se encontró, de repente, convertida en la cara de moda entre los anunciantes. “Pero ser modelo no me gustaba nada. Yo soñaba con ser actriz”, afirma.

Godard dio con ella gracias a uno de esos anuncios. La descubrió en un video publicitario para el jabón Palmolive y le propuso un papel en su debut, Al final de la escapada, que Karina rechazó. “Me dijo que tendría que desnudarme. Como me pareció un tipo muy raro, escondido detrás de unas gafas negras que no se quitaba nunca, salí corriendo”, rememora. Se dio cuenta de su error cuando se estrenó la película. Pero no tuvo tiempo de arrepentirse: Godard, que no solía aceptar un no por respuesta, la volvió a llamar para su siguiente proyecto, El soldadito, que sería censurada por André Malraux, entonces ministro de Cultura, por sus alusiones la Guerra de Argelia.

– Esta vez será la protagonista… – le dijo Godard.

– Pero… ¿tendré que desnudarme? – respondió ella.

– ¡No! Va a ser una película política…

– Pero, señor Godard, tengo 18 años y medio. ¿Qué sabré yo de política?

– Usted limítese a hacer lo que yo le diga.

La actriz Anna Karina, rodeada de fans, el miércoles en el Festival de Cine Clásico de Lyon.
La actriz Anna Karina, rodeada de fans, el miércoles en el Festival de Cine Clásico de Lyon.ROMAIN LAFABREGUE (AFP/Getty Images)

Así funcionaba todo con Godard, con quien se casó en 1961 y del que se divorció cuatro años después. La actriz no tiene problemas en admitir que el director, diez años mayor, fue su Pigmalión. “Yo era muy joven y me lo enseñó todo. Me enseñó a leer. Me fue muy bien para el cerebro”, admite. “El problema es que se marchaba sin parar. Me decía que iba a comprar tabaco y volvía días después. Fue una relación extraordinaria. Y, al mismo tiempo, era imposible vivir con él. Quería que me pasara la vida esperándole en casa”, sostiene Karina.

Su relación duró poco, pero cambió para siempre la historia del cine. Con Godard, rodó Vivir su vida, Banda aparte, Una mujer es una mujer, Alphaville y Pierrot el loco. Después, Karina colaboró con Jacques Rivette en La religiosa (“fue un hombre muy sensible, que sufrió mucho por la censura”), con Luchino Visconti en El extranjero (“se portó como un padre”), con George Cukor en Justine (“un honor inmenso, sustituyó a otro director al que despidieron”), con R. W. Fassbinder en Ruleta rusa (“un tipo raro y perverso”) y con Raúl Ruiz en La isla del tesoro (“no entendí nada de su película”).

“Cultura machista”

Con el dinero ganado en Estados Unidos, financió su debut como directora. Vivre ensemble es la historia de amor entre un profesor casado y una mujer bohemia, que describe trasvase de identidades que se produce en toda relación: ella se transformará en una mujer seria, mientras que él se volverá algo más alocado. La película, imperfecta pero con calidades innegables, fue presentada en el Festival de Cannes de 1973, donde sería mal acogida. “No se entendió que una actriz quisiera hacer de directora. Era una cultura machista, mucho más que hoy”, señala.

Anna Karina ha seguido de cerca la reciente polémica provocada por el caso Weinstein, que ha dejado al descubierto los abusos y vejaciones que las actrices suelen sufrir en la industria del cine. “Es algo que no he vivido personalmente. No dejaba que me engañaran. Si un tipo me daba cita en su habitación de hotel, le decía que no”, afirma la actriz. “Siempre ha habido tipos que querían meterte la mano en las nalgas. Eso ya lo vivieron nuestras abuelas. Me parece muy triste. Lo de Weinstein es asqueroso, una vergüenza. Pero no es el único. Ha habido más, y tienen nombres conocidos. Pero me los voy a callar…”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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