Los 6 errores que no deberían repetirse en los festivales el próximo verano
Llega el fin de la época festivalera y nos llenamos de buenos propósitos repasando los peores momentos
Ya ha pasado lo mejor y lo peor. Los festivales de música regresan a un segundo plano tras vivir un verano lleno de emociones. Como si de una premonición se tratase, recientemente he visualizado en uno de mis sueños que las pulseras que han abrazado mi muñeca durante estos últimos meses se perdían para siempre en una máquina de esas que destrozan documentos. Y así es, llegó el final para estos simbólicos brazaletes, una seña de identidad de los festivales que ya se ha convertido en la mejor forma de mostrarle al mundo lo guay que eres. Los festivales son la motivación del verano, pero para que la película sea perfecta deberían subsanarse ciertas cosas.
Casi un millar de festivales en toda España son muchos festivales, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría se concentran en verano. Cuando los primeros rayos de luz asoman en primavera los amantes de estos eventos se multiplican, y los fanáticos se preparan su particular circuito estival. Antes la gente iba a la playa, ahora se va a la playa que tenga festival. Es una realidad, y como todas, tiene su parte buena y su parte mala. Por esta razón, con el verano llegando a su fin y el frío congelando los recuerdos, hablaré de algunas de las cosas —no están todas— que no deberían pasar el próximo año en los festivales de música.
Colas infinitas
Cuando los grandes festivales son grandes es porque se presupone que acudirán a estas citas cientos de miles de personas. Un año más, las colas de gente esperando para casi todo tipo de cosas se han vuelto más habituales que nunca. Cierto es que si limitas el aforo a 3.000 personas las cosas irán inevitablemente mejor, pero la realidad es los festivales que más crecen lo hacen porque se pueden permitir un número de asistentes superior. Ya que esto es así, la petición es que se ajuste el recinto al público y dejemos de asumir que para ir al baño o para poder beber un simple trago de agua —previa cola para comprar la correspondiente moneda festivalera— habrá que esperar una hora. Es fácil de entender, básicamente porque he hecho cola para casi todo en la mayoría de festivales a los que he ido.
Sonido extraño
No pueden pagar justos por pecadores, y no es algo habitual pero si se ha visto en varios festivales este año. El sonido tendría que ser lo único que no debería fallar en un evento musical. Desde grandes conciertos con 50.000 personas en el público a pequeñas salas, los recursos que una organización despliega para que desde el escenario salga el mejor sonido deberían ser totales. No es justo ver un concierto exclusivo, a una banda que solo pasará por ese escenario o al último del cartel, y no poder disfrutar de su música. Fue el caso del concierto de Lori Meyers en el Sonorama, que tuvo que interrumpirse por problemas de este tipo. Nada de esto es justo, ni siquiera para la organización del festival.
Comida rápida pero lenta
La dieta de los festivales no destaca por ser variada y baja en calorías. Su plato estrella son las hamburguesas, que viven agazapadas en los foodtrucks que abarrotan la zona gastronómica del recinto. En estas furgonetas modernas lo habitual es encontrarse con un kebab, una pizza, un wok y una versión vegana de casi todo. Lo cierto es que aunque quieras elegir en la mayoría de los festivales la única opción es buscar la cola más pequeña. Precisamente esto es lo que me pasó en el DCODE, donde pude disfrutar de una cola que duró exactamente lo mismo que el concierto de Interpol. Nadie debería obligarte a decidir entre bailar o comer.
La procesión de ida y vuelta
Para entrar y para salir de algunos festivales hay que ir con tiempo. Como si de un atasco se tratase, los asistentes se colocan en la correspondiente cola de entrada con antelación. Hacen cola para mostrar su entrada, para mostrar sus bolsos y para recoger las pulseras. Esta triple parada puede resultar sencilla si la comparas con algunas salidas, por no hablar de la última cola de la noche, la de los taxis. Este verano pude vivirlo en el FIB donde me convertí en una especie de caminante blanco durante la hora que me costó seguir la procesión y llegar al alojamiento. Lo peor de todo fue comprobar piedra a piedra que el camino de Santiago resultaría más sencillo. Es bueno saber que muchos festivales ofrecen alternativas de transporte y reducen el riesgo que conllevan estas curiosas excursiones nocturnas.
Baños así, no
De verdad, no hay nada más asqueroso que un baño después de un festival. Bueno sí, un baño asqueroso en pleno festival. Por si no fuese suficiente el hecho de tener que hacer cola para llegar, los excusados de los festivales te reciben sin luz, sin papel y con el peor de los olores. A pesar de que muchos de estos eventos hayan mejorado esta zona y la hayan hecho más atractiva que el resto —el Mad Cool y el Sónar por ejemplo—, sigue siendo horrible hacer tus necesidades en un festival. Pude comprobar que hasta en la Zona VIP del FIB, donde he visto los mejores baños del circuito, el tiempo también juega en su contra. Así pues, pido consideración a todos aquellos que velan por la higiene de los festivales para que en 2018 inviertan más esfuerzos en hacer que las colas merezcan la pena.
Agua restringida
Este verano FACUA denunciaba al Mad Cool por las restricciones en el acceso con comida y bebida. Y sí, puedes acceder con una botella de agua pequeña sin tapón por persona, pero solo podrá ser rellenada en los baños que tengan agua potable. Además, este verano la Generalitat Valenciana pedía a los festivales el acceso a agua potable, de hecho, una petición con miles de firmas en Change.org exigía que se ofertase de forma gratuita. El texto de la petición pone como ejemplo Ámsterdam, donde se aprobó en 2014 una normativa que obliga a los festivales a facilitar agua, y sugiere reglas similares para las ciudades españolas. Suscribo la necesidad de ser comprensivos con una fórmula macabra que ocurre en algunos festivales: temperaturas altas, miles de personas y colas para casi todo. El Rototom ya se ha sumado incluyendo dos fuentes —en el recinto y la zona de acampada— y ha puesto en marcha unas máquinas dispensadoras de agua potable a precio reducido. Ojalá en 2018 llueva agua potable en los festivales.
Babelia
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