John Abercrombie, la guerra de la guitarra de jazz contra la tonalidad
El músico norteamericano murió ayer a los 73 años
La historia de la guitarra de jazz tiene bastante sentido. Desde que el pobre Benny Goodman tuvo que bregar con el gran pionero del instrumento, Charlie Christian, pasando por Django Reinhardt, Wes Montgomery o Joe Pass, la guitarra de jazz ha sufrido unos tiempos difíciles desde los años setenta. El jazz se precipitó entonces en la misma cuesta abajo que había vivido medio siglo antes la música culta, una pendiente que conduce, previsiblemente, a la destrucción sistemática de la tonalidad, a la hipótesis de que nuestra percepción musical es un puro producto de la experiencia, flor de un día. Un error.
El guitarrista norteamericano John Abercrombie (1944-2017) ha sido un arquetipo de la adaptación de la guitarra de jazz a aquellos vendavales del último fin de siglo. Murió ayer a los 73 años. O tal vez cabría decir que falleció hace tres días, como propaló por Facebook una trola bien costeada. Cientos de seguidores se apresuraron entonces a lamentar la muerte de su querido guitarrista. Otros señalaron con presteza que la noticia podía ser falsa, en línea con otros mensajes de muerte falsa que vienen ocurriendo en los últimos tiempos. Si aquellos eran mentirosos, sin embargo, lo han acabado siendo por muy poco, lo que da que pensar.
Pero el mensaje fundamental que podemos aprender de Abercrombie es lo que sugerimos antes, que la historia de la guitarra de jazz tiene sentido. “Me gustaría”, dijo hace unos años, “que la gente me percibiera como el último eslabón de la historia de la guitarra de jazz, solo que trascendiendo algunas fronteras musicales”. Todo músico de jazz, en verdad, bebe de sus predecesores e intenta llevar su arte unos pocos pasos más allá. Incluso Arnold Schönberg, el creador del dodecafonismo o la destrucción definitiva de la armonía clásica, solo pedía que se le recordara como un músico que avanzó un milímetro más allá de Tchaikovsky. Así se escribe la historia de la música.
Abercrombie, nacido en Port Chester, en el estado de Nueva York, tenía 25 años cuando arrancaron los setenta, y ha sido un icono de la guitarra durante varias décadas. Como corresponde a un hombre de su tiempo, tocó todos los estilos de la época, como la fusión (un híbrido de jazz y rock), post bop (una de las secuelas de la gran revolución del jazz de los años cuarenta, el be bop de Charlie Parker y sus secuaces) y el free jazz, donde parece que todo vale hasta que te pones a tocar una pieza, o a escucharla. Un crítico norteamericano de raza blanca escribió una vez, tras ver la composición étnica del público de una sala, que “los negros no saben escuchar free jazz”. Miles Davies le respondió que “los blancos no saben tocarlo”. Eso les dará una idea del tipo de debates que envolvían el análisis musical de la época.
Abercrombie era blanco, por cierto. Estudió en el célebre Berklee College of Music, en Boston, la mayor facultad de música contemporánea del mundo, que tiene un campus en Valencia desde hace unos años. Su primer álbum, Timeless (intemporal), fue quizá también el de más éxito, y luego grabó con los más grandes de su tiempo, como los bateristas Billy Cobham y Jack DeJohnette, los saxos Charles Lloyd y Michael Brecker o el contrabajista Dave Holland. Solo por eso su vida ya habría merecido la pena.
La guitarra es un instrumento creado para la armonía. Ponle un dedito encima y ya tienes un ‘mi’ menor séptima; ponle dos y escucharás un la séptima. Esos dos acordes, por mentira que parezca, conforman los fundamentos del jazz, y de la armonía blues que le dio la cuna. John Abercrombie se pasó la vida luchando contra esa arquitectura. Hace falta un héroe para eso.
Babelia
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