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Los inconvenientes de un cerebro demasiado grande

Kurt Vonnegut creía que la experiencia humana es lo suficientemente valiosa como para ser salvada, pero su convicción cambió con los años

Patricio Pron
Kurt Vonnegut, retratado en Florida en 1986.
Kurt Vonnegut, retratado en Florida en 1986.mickey adair (GETTY)

Un año después de que todo hubiera comenzado, Noé descendió del arca; el 1 de diciembre de 1986, el capitán Adolf von Kleist varó el Bahía de Darwin en un bajío. Noé transportaba “una pareja de todo ser viviente” y a su familia; Von Kleist, más prosaicamente, viajaba junto a una viuda del Medio Oeste norteamericano, unas niñas caníbales, una japonesa que tendría una hija enteramente cubierta de pelo y uno o dos cadáveres. En los dos casos, la humanidad tendría que arreglárselas con lo que había para empezar de nuevo, pero los resultados fueron ligeramente diferentes.

Galápagos es considerada una de las mejores novelas de Kurt Vonnegut, lo cual no parece deberse tanto a la historia que narra (y en la que confluyen los antecedentes personales de los pasajeros del que es denominado el “crucero del siglo para el conocimiento de la naturaleza” y su accidentada celebración mientras estalla una crisis económica particularmente aguda, Perú le declara la guerra a Ecuador, las Bolsas caen, etcétera) sino al diagnóstico de los problemas de su tiempo, y la solución que propone su autor. Galápagos fue publicada en un momento en que Estados Unidos era gobernado por Ronald Reagan y las sectas del milenarismo evangélico, el enfrentamiento con la Unión Soviética hacía plausible una guerra nuclear en cualquier momento, la propagación del virus de la inmunodeficiencia seguía sin ser controlada, la destrucción medioambiental empezaba a hacerse evidente y el mundo parecía dirigirse hacia el lugar en el que se encuentra en este momento.

A lo largo de su trayectoria como escritor, Vonnegut (de ninguna forma el más pesimista de los autores norteamericanos) siempre había argumentado que la experiencia humana es lo suficientemente valiosa como para, pese a todo, ser salvada. En Matadero cinco, por ejemplo, ni siquiera el atroz bombardeo sobre Dresde de febrero de 1945, la cautividad y la guerra (que el autor conocía de primera mano) lo llevaban a cuestionar esta certeza. Los extraterrestres que secuestraban al protagonista podían presumir de una visión fatalista del mundo (para ellos todo lo que sucedió, sucede y sucederá), pero, por supuesto, el autor de la novela no era un extraterrestre: Vonnegut se encogía de hombros, perdonaba e invitaba a la humanidad a seguir adelante.

Galápagos es una de las mejores novelas de Kurt Vonnegut, lo cual no parece deberse tanto a la historia  sino al diagnóstico de los problemas de su tiempo

Dieciséis años después de Matadero cinco (1969), la convicción subyacente a Galápagos (1985) es otra, sin embargo. Un millón de años después de que la especie humana se haya extinguido casi por completo (a excepción de los descendientes del Bahía de Darwin), el narrador de la historia concluye que su destrucción se debió simplemente a la hipertrofia de las capacidades intelectuales que la apartaron de los homínidos y la crearon en primer lugar. Un cerebro demasiado grande puede resultar una ventaja competitiva en relación con otras especies, pero, superado el límite de la subsistencia, también puede volverse contra su poseedor bajo el ropaje de la crueldad, el cinismo, la violencia, el engaño, la codicia, la “infundada autoconfianza”. Vonnegut pone a trabajar a la ley de selección natural de Charles Darwin en su propio e irónico beneficio; un millón de años después del naufragio en Galápagos, la humanidad surgida de él se ha adaptado a las condiciones del medio: la piel se ha cubierto de una pelambre como la de los fócidos, las manos se han convertido en aletas, el cráneo se ha adaptado para ofrecer una menor resistencia al agua; por consiguiente, ya no hay sitio en él para un cerebro desarrollado, no hay lugar para los nombres propios, la memoria o la historia personal. La humanidad continúa pero sin constituir un peligro para el mundo; es decir, para sí misma. Mejor así, dice el narrador.

Galápagos no es exactamente una advertencia, ya que realizar una presupone el convencimiento de que esta será escuchada y de que todavía se está a tiempo. Por alguna razón, hacia 1985 Vonnegut no parece haberlo creído ya, y sólo cabe especular qué distinta hubiese sido Galápagos si su autor hubiera conocido las recientes noticias que parecen indicar que ya no hay tiempo para advertencias: según un estudio reciente, la así denominada sexta extinción de las especies (cuyo origen está en el “exceso de población humana y su crecimiento continuo, así como al consumo excesivo, especialmente por parte de los ricos”) ha comenzado ya y será de mayor gravedad de lo previsto; un iceberg de 5.800 kilómetros cuadrados se ha desprendido de la Antártida el mes pasado poniendo de manifiesto que el deshielo de los cascos polares no es una fantasía científica; las temperaturas alcanzan hitos históricos en 2017 por tercer año consecutivo, con nevadas insólitas y calor extenuante en numerosas partes del globo; Estados Unidos acaba de salir de un acuerdo climático de mínimos para no verse impedido de explotar hasta el agotamiento sus recursos naturales, incluyendo el Ártico. A Vonnegut le parecía inimaginable (aunque posible) que la selección natural produjese “un ejemplar que no tuviera miedo de nada, aun cuando había tanto que temer”. Pero los ha producido, y somos nosotros. Galápagos es un lugar al que sería mejor no ir, pero al que es evidente que nos dirigimos.

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