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Un paseo por la ciudad de Abraham

Hebrón es una desconocida joya histórica en el corazón de un viejo conflicto. Su declaración como patrimonio de la humanidad por la Unesco da brillo a una urbe de piedra caliza

La antigua Hebrón es una desconocida joya de la historia. Ciudad abierta que nunca fue amurallada, santuario milenario para las tres religiones monoteístas, inmemorial etapa de caravanas comerciales. Pocos conocen los secretos que se esconden entre el dédalo de callejuelas que parten de la mezquita de Ibrahim, para el islam, o Cueva de los Patriarcas, para el judaísmo. Centro de peregrinación ante las veneradas tumbas de Abraham, Isaac y Jacob —y de sus respectivas esposas Sara, Rebeca y Lea—, de acuerdo a la tradición del Antiguo Testamento.

La declaración del casco histórico de Hebrón como Patrimonio de la Humanidad en peligro, adoptada por la Unesco el 7 de julio, sacudió como un tsunami los vetustos cimientos de la mayor ciudad de Cisjordania. La Autoridad Palestina ha cantado victoria, pues se le permite registrar bajo su “soberanía” el recinto monumental. El perímetro protegido por la ONU se halla dentro del Estado miembro de Palestina, de acuerdo a una legislación internacional que contempla al Estado hebreo como potencia ocupante desde la guerra de 1967. La resolución ha indignado al Gobierno de Israel. El primer ministro se refirió con sarcasmo a la “decepcionante decisión de la Unesco”, que contó con 12 votos a favor, 3 en contra y 6 abstenciones en el Comité de Patrimonio. “Ahora ha decidido que la Tumba de los Patriarcas es un lugar palestino, lo que significa que no es judío, y que está en peligro”, protestó Benjamín Netanyahu, “pero allí están enterrados nuestros padres y nuestras madres”.

La retórica política de ambas partes se ha recrudecido, como ya ocurrió tras otras polémicas votaciones de la Unesco sobre la la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, que los judíos denominan Monte del Templo, situada en la parte este de la Ciudad Santa y que fue ocupada y anexionada por Israel.

En el palacio Dweik, sede del Comité de Rehabilitación de Hebrón, una placa de la Cooperación Española recuerda quién financió la restauración del caserón de estilo otomano tardío. El ingeniero Hilmi Maraqa no ha olvidado ni un detalle del presupuesto: “Fueron 300.000 dólares (255.000 euros) para el edificio y otros 150.000 para las infraestructuras”. “Las donaciones de España estuvieron entre las más importantes durante una década”, precisa el director del Comité Imad Hamdam. “La decisión de la Unesco tiene un valor más simbólico que práctico”, admite Hamdam, “ya que Israel va a seguir imponiendo sus condiciones sobre el terreno”.

Ahora hay decenas de puestos de control del Ejército israelí, torres de vigilancia y barricadas que separan la vibrante urbe de 200.000 habitantes, administrada por la Autoridad Palestina, del fantasmagórico centro que sigue en manos de Israel, y donde junto a unos 35.000 palestinos residen 800 colonos judíos en asentamientos protegidos por soldados.

Al margen de las disputas sobre las escrituras de propiedad de unas tumbas bíblicas, Hebrón se ha convertido en paradigma de la ocupación para los palestinos, y en foco de violencia para Israel que sitúa en esa provincia el epicentro de la ola de violencia.

En esencia, el organismo de la ONU para la Cultura bendice con su declaración el esfuerzo de preservación del casco histórico erigido por los mamelucos, una dinastía de guerreros que dominó la región entre los siglos XIII y XVI y que dejó su impronta para siempre en las edificaciones de piedra caliza. Los otomanos las conservaron y ampliaron durante los 400 años siguientes.

La mezquita de Ibrahim / Cueva de los Patriarcas es el centro del universo de Hebrón, pero no es su única estrella. Está asentada según la tradición compartida por las religiones del libro sobre el sepulcro en el que reposan los restos del profeta Abraham y sus descendientes, en un recinto cuya construcción se atribuye al rey israelita Herodes el Grande a comienzos del siglo I. “Todos los que nos visitan se muestran sorprendidos. Creían que no había nada más que ver en Hebrón, aparte de la mezquita y el mercado”, explica el director del Centro de Rehabilitación. Desde 1996, esta institución ha conseguido reconstruir el corazón histórico de la ciudad antigua, que languidecía con apenas 400 habitantes y que en la actualidad supera los 7.000 vecinos.

Para los judíos, la Cueva de los Patriarcas es el segundo lugar más sagrado de su religión, tras el que denominan Monte del Templo en Jerusalén, donde paradójicamente tienen prohibido rezar. Los reveses sufridos por el Estado hebreo en la Unesco, donde no han logrado forjar un consenso mayoritario en favor de sus tesis, son interpretados por el Gobierno israelí como una negación del “carácter judío” de Jerusalén o Hebrón.

Hay hitos que se marcan con sangre en Tierra Santa. La matanza de 69 judíos en Hebrón en 1929, durante una revuelta árabe bajo la Administración británica, impidió su regreso a la ciudad hasta después de la fulminante victoria israelí en la guerra de 1967. Otra masacre, la cometida en 1994 por el colono israelí de origen estadounidense Baruch Goldstein, que disparó indiscriminadamente en el interior de la mezquita de Ibrahim contra los fieles, causó 29 muertos. Este atentado precipitó la actual fractura territorial.

Amplias zonas del centro de Hebrón se convirtieron en la barrios fantasma, como el distrito de Shuhada, con los cierres metálicos de sus más de 400 comercios y talleres clausurados desde hace dos decenios.

Ademas de turcos y mamelucos, judíos y canaaneos, romanos y bizantinos, cruzados y árabes, entre otros, marcaron también con el sello de su paso por la ciudad de Abraham, habitada continuamente desde hace más de 3.000 años. “La arquitectura de este notable conjunto muestra una sedimentación de diferentes influencias culturales y estilos. Hebrón forma parte de una de las zonas más sagradas del mundo para las tres religiones monoteístas”, destaca la Unesco para justificar la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

En la edad de oro medieval de Hebrón la ciudad se encontraba dividida en hara (barrios) independientes en función del origen étnico, religioso o gremial de sus habitantes, y en un sistema de hosh (viviendas de clanes familiares) conformado por recovecos de habitaciones que se extienden de forma arborescente. Fue una urbe mestiza desde sus orígenes en las 20 hectáreas del casco antiguo, rodeadas ahora de una ciudad moderna a la que la Unesco asigna una función de zona de protección.

Durante el recorrido por mezquitas y palacios rehabilitados se atraviesa el eje del viejo mercado, un tradicional zoco protegido en algunos puntos con redes metálicas para impedir que colonos arrojen objetos a los viandantes desde edificios anejos. “El conjunto es particularmente vulnerable a causa de la situación política y militar, y a las restricciones de seguridad impuestas por el Ejército israelí”, sostiene la Unesco.

Hicham, de 53 años, ha abierto hace escasos meses una tienda de artesanía en una callejuela del antiguo bazar, donde la mayoría de los puestos han quedado abandonados desde hace años. Se ha instalado en un espacio rehabilitado que antes fue molino, prensa y horno de leña para la preparación de tahini —pasta de semillas de sésamo utilizada como condimento en Oriente Próximo—, considerada una especialidad de Hebrón. “La sucesión de habitaciones añadidas para las diferentes fases de la producción revela que cada familia se dedicaba a una especialidad del proceso”, detalla Hicham, que ejerce como guía.

El paseo por el centro histórico es una pequeña lección de historia del Levante mediterráneo, desde las míticas guerras entre israelitas y canaaneos hasta el último medio siglo de ocupación militar por el Estado de Israel, jalonado de revueltas palestinas. Entre las obras de rehabilitación permanecen las ruinas intactas de un edificio demolido por el Ejército por razones de seguridad durante la Segunda Intifada (2000-2005).

Hasta las escalinatas que conducen hasta la Cueva de los Patriarcas no dejan de llegar autocares con visitantes judíos, en su mayoría con indumentaria ortodoxa. Esta parte del recinto sagrado es una sinagoga colorista donde, en contra de lo habitual, hombres y mujeres deambulan entremezclados, como en un museo, hasta la ventana que mira al cenotafio de Abraham. Un cristal blindado cubre el único ángulo posible de disparo desde el sector de la mezquita. Estudiantes de una yeshiva (escuela rabínica) rezan bajo la mirada de policías de fronteras (paramilitares) y agentes convencionales.

Puertas metálicas plegables separan ambos lugares de culto. Desde los dos lados hay quien observa a través de las rendijas. Las tumbas también están repartidas. Las de Abraham y Sara, en el mismo límite de división. Las de Isaac y Rebeca en la zona de culto musulmán, y las de Jacob y Lea, en la de rezo judaico. Jalid, un guarda del Waqf (fundación religiosa palestina), añora la época en la que era posible pasar de una a otra parte del recinto sin problemas: “El ataque de 1994 acabó dividiendo el templo”. Solo durante 10 días al año, coincidiendo con señaladas festividades musulmanas o judías, está permitido que los respectivos fieles puedan visitar la tumbas situadas en el sector el templo al que tienen prohibido acceder.

Fuera de las horas de rezo, pocos visitantes ascienden por la magnificente rampa que lleva hasta a la mezquita de Ibrahim, verdadera joya de la declaración de la antigua Hebrón como patrimonio de la humanidad. La Unesco también llama Cueva de los Patriarcas al lugar más sagrado de la inmemorial ciudad de Abraham.

Reivindicaciones del presente asentadas en el pasado

Poco ha cambiado en el viejo Hebrón. Pese a las reformas efectuadas por la Administración jordana en 1965 para ampliar la plaza situada ante la mezquita de Ibrahim / Cueva de los Patriarcas, y a la ocupación israelí a partir de 1967, que ha aislado a la ciudad antigua de su entorno. En el barrio judío, la antigua clínica rehabilitada Beit (casa) Hadassah se ha convertido en museo histórico y centro de visitantes en ese sector, llamado H2 en la jerga de las negociaciones israelo-palestinas. No muy lejos, a unos 300 metros, pero a más de media hora a pie a causa de las barreras con alambre de espino, se halla el barrio histórico de Shajaert al Dor. Un museo sobre la explotación del olivo instalado en un restaurado palacete otomano sirve también de oficina de turismo palestina. Las narrativas de ambas instituciones culturales persiguen un mismo fin: asentar en el pasado las reivindicaciones territoriales del presente.

En Beit Hadassa se documenta la presencia de una comunidad hebrea en Hebrón y se recuerda la matanza de judíos en 1929. En Shajaert al Dor se exhiben albaranes de reparto de aceite de oliva datados en 1924 con membrete de la Palestina bajo administración británica y se describen denuncias de abusos cometidos por las fuerzas israelíes.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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