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Un israelí y un palestino hacen negocios en Hebrón pese a las barreras

Un distribuidor israelí se asocia con una empresa tradicional palestina para vender en Tel Aviv su producción con sello ecológico

El empresario israelí David Ben Shabbat, con un socio palestino en un viñedo de Hebrón.
El empresario israelí David Ben Shabbat, con un socio palestino en un viñedo de Hebrón.EDWARD KAPROV.
Juan Carlos Sanz

David Ben Shabbat, Dudu, hace caso omiso de los paneles de color rojo que advierten a los israelíes del peligro que corren si osan internarse en Hebrón. En el polígono industrial de la principal ciudad del sur de Cisjordania, todos le saludan con gestos hospitalarios. Su dominio del idioma y de las reglas palestinas de los negocios le ha abierto muchas puertas: Dudu siempre paga en efectivo. “No tenemos por qué estar de acuerdo en la ideología, pero podemos firmar contratos”, sostiene el responsable de la compañía Ríos Semitas, que se ha asociado con el clan de los Shawer, fabricantes desde hace cuatro generaciones de Tahini, la pasta de semillas de sésamo indispensable en la cocina de Oriente Próximo.

Nacido hace 54 años en Israel del matrimonio entre una emigrante judía de origen iraquí y un hebreo procedente de Esauira (Marruecos), el árabe fue su lengua materna. La marca Ríos Semitas, definida como “iniciativa conjunta de vecinos hebreos y árabes del Monte de Hebrón”, alude al punto de encuentro entre culturas ancestrales de la región. En los últimos dos años ha introducido sus productos con etiqueta “bio” en las tiendas veganas y vegetarianas de Tel Aviv y otras ciudades israelíes.

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Consumidores de elevado poder adquisitivo y alta conciencia ecológica no vacilan en pagar 100 sequels (25 euros) por un bote de medio kilo de tahini orgánico, que en la fábrica de Hebrón puede costar cuatro veces menos al por mayor. No importa el precio a cambio del privilegio de aliñar hummus (puré de garbanzos) o preparar falafel (croquetas de vegetales) cien por cien naturales.

“No hay ningún secreto, así hemos venido elaborando la pasta de sésamo desde hace más de un siglo”, explica Maamun Shawer, gerente de la fábrica de Tahini y brazo derecho de Dudu en el negocio. “Agua, sal y semillas directamente importadas de Etiopía, las mejores del mundo, eso es todo”. Los entendidos aseguran que el legítimo sésamo pata negra proporciona un sabor excepcional a las recetas del Levante mediterráneo. “La fórmula de tradición y pureza goza de un gran éxito”, asevera el distribuidor israelí junto a su socio palestino mientras carga su vehículo con botes de tahini. “En los comercios de Tel Aviv me quitan de las manos a cada nuevo envío”, revela Ben Shabbat, quien también comercia con mosto orgánico obtenido de viñedos próximos a Hebrón.

La emergencia de un flujo de bienes entre Cisjordania e Israel por encima de la brutal separación de las barreras ha llamado la atención a las autoridades económicas de ambas administraciones. En una reciente reunión en Ramala entre el primer ministro de la Autoridad Palestina, Rami Hamdala, y el ministro de Hacienda israelí, Moshe Kahlon, se planteó la creación de un sistema informático conjunto para prevenir la evasión fiscal, estimada en 200 millones de shequels (50 millones de euros) en perjuicio de las arcas palestinas, según testigos del encuentro citados por el diario Haaretz.

“Ahora tenemos que volar por debajo del radar”, admite Dudu con un estudiado eufemismo. Habitante del kibbutz Har Amasa, situado tras atravesar la Línea Verde en la carretera que conduce hacia el sur desde Hebrón, se defiende de la sospecha de contrabando: “Yo pago mis impuestos en Israel y mi socio Shawer en Cisjordania, pero si hay que tributar cada vez cruzamos la Línea Verde, se acabó el negocio israelí para las empresas de Hebrón”.

La factoría Shawer — con aires de tahona y molino de aceite artesanal— opera a pleno rendimiento en dos naves ubicadas en el gran polígono industrial de Hebrón, uno de los principales motores de la economía palestina, donde tres docenas de empleados se afanan en la tarea de tostar y mezclar las semillas.

El abismo económico entre Israel, que ha desarrollado pujantes sectores tecnológicos y de servicios, y Cisjordania, anclada en la industria artesanal, se refleja en una renta per cápita de 35.700 dólares anuales en el Estado hebreo frente a los 3.700 del territorio administrado por la Autoridad Palestina, y que en la franja de Gaza, bajo control de facto del movimiento islamista Hamás, se limita a 1.700 dólares. En un informe del pasado marzo, el Banco Mundial alertaba de que la economía palestina ha fracasado a la hora de general empleos, con un tercio de su población activa —las capas más jóvenes–, desocupada. El enclave mediterráneo de Gaza sufre una tasa de desempleo del 44%, la más alta registrada por el Banco Mundial, que augura un próximo colapso de la actividad en la Franja.

Maamun Shawer recoge el fajo billetes azules de 200 sequels que le tiende Dudu antes de despedirse. “Nosotros tenemos cubierto ya el mercado local palestino, si queremos crecer tenemos que buscar nuevos clientes y necesitamos socios que nos abran el camino”, argumenta el responsable de la fábrica de Tahini. “Ya sé que muchos palestinos están en contra de la normalización de relaciones con Israel mientras no se ponga fin a la ocupación, pero nunca nos hemos sentido amenazados”, puntualiza, “y no somos los únicos que hacemos negocios al otro lado de la Línea Verde”.

Israel impone su moneda los palestinos, de conformidad con el protocolo económico de París que desarrolló los Acuerdos de Oslo, aunque también circulan el dinar jordano y el dólar estadounidense. El Estado hebreo se lleva la parte del león en la balanza comercial de Tierra Santa gracias al control militar que ejerce sobre la frontera palestina con Jordania y al bloqueo terrestre y marítimo impuesto a Gaza desde hace una década.

“Somos la alternativa al BDS (siglas de la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel)”, asegura Dudu. “Si nos asociamos con los empresarios palestinos no habrá razones para el boicoteo”, trata de contrarrestar con su propio ejemplo las medidas del movimiento propalestino internacional que propugna presiones económicas a Israel para que ponga fin a la ocupación y detenga la construcción de asentamientos judíos en territorio palestino sometido a ocupación. Esta campaña pretende emular el movimiento internacional desarrollado en la segunda mitad del siglo pasado contra el régimen surafricano del apartheid

Israel esgrime iniciativas de paz económica ante los palestinos con el propósito de mejorar la seguridad. Estos replican que si no se dan pasos políticos y diplomáticos difícilmente podrá avanzarse hacia un mercado común en Oriente Próximo.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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