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El rockero humanista sale de la sombra

Compositor de Loquillo y otras figuras, Gabriel Sopeña regresa con ‘SangreSierra’, primer disco en solitario en 20 años

El compositor Gabriel Sopeña en el CBA, en Madrid.
El compositor Gabriel Sopeña en el CBA, en Madrid. Kike Para (EL PAÍS)

Durante décadas, muchos han cantado sus canciones sin tener ni idea de su existencia. Pero él siempre ha estado ahí, detrás de composiciones popularizadas por estrellas como Loquillo (Brillar y brillar, Cuando fuimos los mejores, El hombre de negro…) o Bunbury (Apuesta por el rock and roll). Rockero de tiempos lentos, Gabriel Sopeña (Zaragoza, 1962) prefirió la lucidez de la sombra a la ceguera de los focos. “Siempre me he sentido más cómodo como compositor, es un trabajo reflexivo que me interesa más", dice. "La inmediatez del frontman no va tanto con mi personalidad: yo soy fundamentalmente un escritor, un profesor, alguien que no tiene tanta urgencia”, pondera un músico que exhibe cierto ademán de hombre renacentista. No en vano, escribe poemarios y enseña –es doctor en Filosofía y Letras- Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza. Ahora, 20 años después de su primer disco en solitario (Mil kilómetros de sueños), se ha decidido a sacar el segundo: SangreSierra (Warner, 2017).

“Con todos mis respetos, no todo el mundo tiene que ser David Bisbal. Es un camino perfectamente válido, pero no es el mío”, afirma alguien que una vez vio abierta ante sí la senda hacia el centro de los focos. “Si dejé una carrera en solitario en 1997 fue precisamente porque la industria discográfica me obligaba a tomar esa decisión. Yo no quería hacer grandes pabellones”, continúa el cantante, procedente de la escena del rock aragonés de los años 80, donde lideró bandas como Ferrobós y El Frente y colaboró activamente con el fallecido Mauricio Aznar –“uno de los talentos más grandes que ha tenido el rock en España”- en la mítica Más Birras. “Recuerdo que entonces había muchísima promiscuidad artística. Todos tocábamos con todos, no había ningún tipo de competencia, remábamos en la misma dirección y, sobre todo, teníamos una mirada muy limpia y pura”, cuenta Sopeña, que después, en la década de los 90, fue testigo de cómo “la industria discográfica sufrió una especie de esquizofrenia que condenó a muchísimos talentos a no seguir hacia delante”.

A estas alturas, Sopeña tiene una visión clara de la escena musical: “En los últimos 20 años se ha impuesto una línea de pensamiento fuerte que tiende a considerar cualquier manifestación artística como una posibilidad de negocio, y a cualquier tipo de espectador, con nombre y apellidos, como un posible cliente”. El músico cree que ese criterio mercantilista “castró la posibilidad” de que la escena musical española esté al nivel de las de países como Estados Unidos, Inglaterra o Italia. Las consecuencias: el rock se ha “domesticado” y la música mainstream “ha degenerado”.

“La maquinaria de la industria en España no ha sabido ser inteligente. Hay artistas muy consagrados que utilizan los mismos músicos que otro artista consagrado, quien a su vez ha utilizado los mismos que otro... con lo cual todo acaba sonando exactamente igual, sin el más mínimo riesgo, y acaba siendo como una especie de General Motors de la industria musical. Así es muy complicado que las nuevas generaciones tomen el relevo”, reflexiona Sopeña, que pese a todo es optimista con los jóvenes de hoy, cuyo “sentido del riesgo” le recuerda al de los que, como él, vivieron los inicios de la Transición. “Admiro mucho a la juventud de ahora, muchos grupos jóvenes tienen ese punto de insolencia, rebeldía y transgresión”, dice, y se refiere, sin querer mencionar ninguno, a la “espectacular cantera madrileña”. De las nuevas bandas depende, asegura, consolidar una “venturosa segunda división, con un gran circuito en el cual la gente pueda vivir de su trabajo sin tener que ir a grandes estadios ni ser la gran estrella”.

Es ahora, con ese viento favorable, cuando Sopeña se ha lanzado a sacar un disco que ha compuesto “con mucha calma”; si bien nunca ha estado, ni mucho menos, parado: cuenta con “más de 100 participaciones discográficas”, y en las últimas dos décadas ha musicalizado, junto a su amigo Loquillo, poemas de clásicos y de poetas como Luis Alberto de Cuenca, además de haber colaborado con músicos extranjeros como María Creuza, Jackson Browne, Kris Kristofferson o Bonnie Raitt.

En Sangre Sierra -compuesto por diez canciones inéditas y dos clásicos: Apuesta por el rock and roll y Cass-, el músico plasma la principal enseñanza de su largo y heterodoxo camino: “Es vital ser consciente de que es extraordinariamente relevante darle importancia las cosas pequeñas. Nos engañan con el futuro: es la fábula del burro y la zanahoria”, reflexiona Sopeña, quien reivindica, en temas como El brillo del volcán o Paisajes, el disfrute del presente (“Ya no me importa el destino, solo me importa este viaje / Aprender con el paisaje es un modo de vivir”). Y añade: “Hay que hacer lo que pida el corazón”, repite hasta tres veces. “¿Qué es eso de lo que demanda la sociedad? La sociedad la construimos nosotros, la sociedad es un gran corazón. Si está enfermo o sano depende de nosotros”.

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