Último encierro de San Fermín 2017: Los Miura baten el récord de velocidad
Seis mozos recibieron asistencia sanitaria por contusiones de diversa consideración
El récord de velocidad de los encierros de 2017 lo han batido los toros de la mítica ganadería de Miura. A las ocho, dos minutos y diez segundos, acabó la carrera y el grupo se encerró, todo contento, en los corrales. Por algo son los toros más veteranos de estas fiestas, los que mejor conocen el recorrido, y si no son los más grandes, sí los más pesados: esta tarde cerrará la corrida el toro con más kilos de la edición de 2017: 660 kilos y por nombre Nevadito. Felizmente, no ha habido corneados y sí seis mozos contusionados: dos por traumatismo craneoencefálico, otros dos en los brazos, uno en la zona lumbar y el último en la cara.
El último encierro fue rapidísimo, permitió el lucimiento de los corredores, y algunos, por su mala cabeza y peor posición, se llevaron el susto del año, contusiones varias y un tembleque en el cuerpo del que tardarán tiempo en sanar.
El suceso extraordinario ocurrió en la curva del tramo de Telefónica; en contra de lo que indica la más pura lógica, un grupo de seis o siete corredores tuvo la inocente osadía de esperar a la manada en los tablones de esa zona, por donde, casi todos los días, tropiezan algunos toros que no pueden evitar el golpe por la inercia de la carrera.
Poco sucedió para la fuerza del encontronazo; un primer toro los empujó contra las tablas; un segundo les rozó la piel con sus astifinos pitones, y un tercero, colorado de capa, enredó uno de sus alfileres en el ropaje de un corredor, aunque milagrosamente el animal pudo continuar la marcha y el joven quedó indemne. El susto, no obstante, fue de aúpa; y todo, por una mala colocación.
No acabaron ahí los sustos porque en el túnel del callejón, un par de corredores las pasó canutas contra las tablas mientras dos toros lo apretaban a toda velocidad.
Los toros llegaron victoriosos a la arena y enfilaron la puerta de los corrales con la satisfacción del deber cumplido y la gloria de haber dejado muy alto el pabellón de Miura.
Dos minutos y diez segundos antes, un último cohete de este San Fermín despertó a los adormilados toros de Miura, muy tranquilos todos ellos, pero conscientes, quién sabe, de su alta responsabilidad. No en vano pertenecen a la ganadería sanferminera más veterana que cumple este año su 51 comparecencia en esta fiesta.
Pero un cabestro con sentido del amor propio fue el primero que llegó al paso de cebra de la Cuesta de Santo Domingo, donde comienza la marabunta de cada mañana; poco después, le robó el primer puesto un toro negro, pero no se dejó ganar la pelea el buey y compitió en buena lid hasta la llegada a la plaza del Ayuntamiento.
Una manada oscura de toros enormes llegó a toda prisa -hasta entonces, el trote era de aparente tranquilidad, como si el ruido y el jolgorio no fuera con ellos-, al final de la calle Mercaderes, y no pudieron evitar el golpe fortísimo contra los grandes tablones que marcan el inicio de la larga recta de Estafeta.
Los seis toros de Miura enfilaron la calle con presteza, a sabiendas, quizá, de que les esperaba lo más duro: quitarse de encima las molestas moscas de corredores valientes ávidos de emociones fuertes.
Bonitas carreras, caídas, atropellos… el pan nuestro de cada día, pero en esta ocasión con toros de muchos kilos.
Después, llegaría el tremendo susto del vallado de Telefónica. Cinco toros entraron juntos en el ruedo; y el sexto, el colorado que enredó su pitón derecho en la ropa de un mozo en la bajada a la plaza llegó acompañado de un amigo cabestro.
Adiós San Fermín; parece mentira que dentro de unas horas haya desaparecido la efímera ciudad que se levanta para los encierros: 1.700 tablones y 900 postes.
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