El virus de la desconfianza
Escenario único, apenas un puñado de personajes, desarrollo de la tensión a partir de la amenaza exterior: la mínima información y la máxima expresión
LLEGA DE NOCHE
Dirección: Trey Edward Shults.
Intérpretes: Joel Edgerton, Riley Keough, Christopher Abbott, Carmen Ejogo.
Género: terror. EE UU, 2017.
Duración: 95 minutos.
La mínima información y la máxima expresión en torno al thriller de terror de corte apocalíptico, radicado en la existencia de un virus contagioso, es ya un método clásico por parte de la producción cinematográfica independiente. Escenario único, apenas un puñado de personajes, desarrollo de la tensión a partir de la amenaza exterior, que a veces no tiene ni por qué visualizarse, y subtextos alrededor de la solidaridad o la desconfianza entre seres humanos. Un territorio al que se ha dirigido el estadounidense Trey Edward Shults con Llega de noche, película de cámara con apenas unos hilos narrativos que, tejida con consistencia dramática y con la ayuda de apuntes formales eficaces, consigue lo que promete: un relato de tensión desesperada sobre la supervivencia y la familia como núcleo protector, y como tumba.
Shults ejerce el minimalismo incluso en el guion, con muy exiguas pautas de información. No se sabe ni cómo ni cuándo llegó el contagio, ni qué lo produce exactamente, ni dónde están esos apenas seis personajes, ni el área de la superficie terrestre que ha sufrido la plaga, ni cuántos humanos quedan. No hay medios de comunicación ni tecnología. Tampoco demasiados diálogos. Solo personajes, en una especie de regreso a los inicios del hombre en la tierra, a los recelos entre tribus, al autoabastecimiento, a la búsqueda del agua y la carne, al individualismo. Como en una metáfora sobre estos tiempos de creciente suspicacia con el Otro, son los instintos más primarios los que dominan en cada acción. Y ahí el despertar sexual va a tener una importancia máxima.
Con una excelente banda sonora de Brian McOmber, cuerdas desgarradas, percusión primitiva, Llega de noche sabe ahondar en la cima clásica (La cosa, de Carpenter, siempre en la memoria), es consciente de sus limitaciones, y sabe adónde va. Hasta un desenlace que acaba con cualquier esperanza, tanto dentro del relato como en sus matices más implícitos.
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