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Alt-J: “El mito del rock ha cambiado”

Cabezas de cartel este viernes en el Mad Cool, son una de las bandas británicas más exitosas del milenio pero pocos los reconocerían si se los cruzan en la calle

Joe Newman, de Alt-J, durante un concierto en Suiza el pasado 1 de julio.
Joe Newman, de Alt-J, durante un concierto en Suiza el pasado 1 de julio. ENNIO LEANZA (EFE)
Pablo Guimón

Tras anunciar que viene para una entrevista, el periodista es conducido a un comedor situado en el sótano del elegante restaurante italiano, recién abierto junto a Oxford Street. A los pocos minutos llega la amable encargada:

-Entonces, quiere usted trabajar con nosotros.

-¿Yo? No, no, muchas gracias. Estoy bien.

-Ah, disculpe, me habían dicho que venía usted para una entrevista.

El periodista aclara que se trata de una entrevista con una banda de rock. Al rato, después de una serie de conversaciones entre el personal, el periodista es acompañado hasta el piso de arriba, donde una empleada de la discográfica le confirma que está en el lugar adecuado.

La anécdota sirve para comprender el fenómeno Alt-J. En el piso de arriba se encuentra la que su hoja de promoción describe como “una de las bandas británicas más exitosas del milenio”. Han vendido dos millones de discos y sus canciones han sido escuchadas en streaming más de mil millones de veces. Han ganado el Mercury Prize, uno de los premios más prestigiosos de la música británica. Han llenado el O2 londinense y el Madison Square Garden y este viernes son cabezas de cartel del festival Mad Cool, en Madrid. Pero llevan toda la mañana en este restaurante del centro de Londres y nadie parece haberse percatado de su presencia.

“No somos lo suficientemente guapos”, bromea Gus Unger-Hamilton, bajista de la banda, bigote, gafas de pasta y corte de pelo imposible. “Tenemos la suerte de que nuestra banda es famosa y nosotros no. No buscamos la fama personal. Si buscas eso, pones tu cara en la portada de los discos, sales en tus vídeos, contratas un estilista y buscas una novia famosa. No diría que no a una novia famosa, si sucediera, aunque una vez rechacé a una. Tengo una novia con la que soy extremadamente feliz”.

Alt-J ha cumplido el sueño indie del éxito sin fama. Incluso su música, que conecta emocionalmente con millones de personas, se resiste a cualquier intento de etiquetado. Lo demuestra su tercer álbum, Relaxer, un viaje del folk a la electrónica, pasando por el punk sexual (Hit me like that snare) y otras paradas intermedias. Todo ello en ocho canciones.

“Aún no hemos descubierto quiénes somos como grupo”, explica Joe Newman, guitarra, voz y letrista. “Seguimos escribiendo para llenar ese vacío. No pensamos en el éxito de los anteriores discos. Nuestra música siempre ha sido inusual y eso le gusta a nuestros fans. En ese sentido somos libres para hacer lo que queremos, no tenemos que cumplir las expectativas de los fans más que en términos de calidad”.

Empezaron a tocar en una habitación de una residencia universitaria en Leeds, ciudad del norte de Inglaterra donde estudiaban. Construían canciones sin intención de defenderlas sobre un escenario. “Todavía nos gusta hacerlo así”, explica Unger-Hamilton. “Para hacer este disco buscamos una habitación, y nadie podía creerse que no necesitáramos micros ni amplificadores. Cuando estábamos en Leeds, no tocábamos mucho, no salíamos con las otras bandas, no estábamos en la escena musical. Éramos como niños que no iban al colegio sino que se educaban en casa. Un poco raros, pero listos de una manera diferente”.

Tuvieron que ganar el Mercury Prize para darse cuenta de que habían dejado de ser una banda universitaria. Fue en 2012, con su álbum de debut, An awesome wave. “Estábamos tan absortos en lo que hacíamos, que no nos dábamos cuenta de lo rápido que estaba yendo”, asegura Thom Green, batería.

El éxito no fue fácil de digerir. Gwil Sainsbury, uno de los cuatro miembros originales, convencido de que la vida en la carretera no era ara él, abandonó la banda antes del segundo largo. Alt-J siguió como trío y su segundo disco, This is all yours (2014), volvió a triunfar. Sin planearlo, estaban girando por todo el mundo y volando en aviones privados.

En un país que ha convertido las correrías de sus músicos en carne de prensa rosa, Alt-J adquirieron inevitablemente fama de aburridos. Puede que sea un signo de los tiempos. Puede que, en un mundo hiperconectado y transmitido en directo, Pete Doherty y los Gallagher ya no cuelen. Quizá los millennials no tragan con la fantasía del rock and roll way of life. Quizá quieren que sus bandas representen sus propias ansiedades e inquietudes, sean estas las que sean.

“El mito del rock ha cambiado”, concluye Newman. “Es más difícil mantener la mitología en un mundo en el que todo puede ser grabado. Escuchas grandes historias de Led Zeppelin porque no hay pruebas. El fin de la privacidad es el fin de la leyenda”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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