Eclipses, Shakespeare y lo sublime
'El secreto del Salmo 46' es un tebeo extraordinario que convierte una charla académica en un viaje cultural apasionante
Las intersecciones improbables son fascinantes. Para un autor que las maneje bien, permiten que el interés del lector se dispare por saber cómo demonios pueden coserse esos retales que no pegan ni con cola. Permiten también inferir simetrías nada evidentes entre asuntos alejados por abismos. Y resultan especialmente útiles cuando el objetivo de la obra es alcanzar un crescendo. Una revelación.
Todo esto sucede con El secreto del Salmo 46 (Diábolo, 2016). Un libro mágico en el sentido más literal de la palabra; obra un hechizo con el lector y lo deja fascinado mucho después de haber devorado una viñeta. Es uno de esos libros que uno sabe, durante y después de la lectura, que va a releerse muchas veces. Es el compañero de estantería perfecto del gran tótem del ensayo cultural en esto del tebeo, la deconstrucción del cómic emprendida por Scott McCloud en dos tomos.
La génesis del proyecto es en sí cautivadora. Hasta donde yo sé, inédita. Iván Sende, ilustrador gallego con una carrera ya bastante dilatada, se pone en contacto con Brian Moriarty, diseñador de videojuegos tan míticos como LOOM, para transformar una charla que dio en 2007 en la Game Developers Conference de San Francisco en un tebeo. La charla íntegra. Sin trampa ni cartón.
El abracadabra es que todo lo que contiene la charla, ya en sí magnífica, llega aún mejor en formato tebeo. Es más, Sende no se ha quedado en la mera ilustración de la charla, sino que ha aplicado con sabiduría los recursos del cómic para que sus dibujos no solo ilustren, sino que narren. A veces incluso anticipándose a la cartela con la que continúa la charla. Es magnífico el arranque, esas seis páginas mudas que descolocan por su sencillez y hermetismo. Un día soleado, un coche en una carretera, la mujer que conduce, la tienda a la que se para a comprar, las gafas de usar y tirar que compra... Y de pronto, las primeras palabras. Una pregunta, dirigida directamente al lector: "¿Habéis presenciado alguna vez un eclipse total de Sol?".
De los eclipses, a las variaciones de Goldberg de Bach, a los huevos de pascua que ocultan los videojuegos, a las eternas discusiones sobre la identidad de Shakespeare, a los mensajes cifrados en sus textos, a la historia de la pintura y de la música, a los retazos autobiográficos de un joven programador autodidacta y empleado de una tienducha de tecnología colindante con una sex shop. Un entramado alucinante que, por ensalmo, jamás pierde el hilo de su digresión. Ni el interés.
Es muy difícil no resultar pedante cuando se es docto. Moriarty lo consigue. Debe ser un profesor magnífico, su principal ocupación actual en el Instituto Politécnico de Worcester (Massachusetts). Sabe que el no abrumar o aburrir depende de dos cosas: la dosificación de la información y la claridad de cómo se expone. No se puede revelar, de golpe, toda la complejidad de un hecho cultural relevante. Hay que elegir, igual que en el propio cómic, las viñetas adecuadas.
El tebeo, desde luego, ayuda. En uno de los tramos más magníficos de la obra, el dedicado a la autoría y grandeza de Shakespeare, Moriarty y Sende presentan 16 viñetas, todas de rostros en primer plano, con 16 de los neologismos que acuñó Shakespeare en sus obras como bocadillo que sale de los labios de estos 16 rostros. El efecto conjunto es abrumador. Porque las palabras que se inventó Shakespeare no eran términos de oscura retórica o de una precisión abrumadora. Eran cosas como trascendencia, diseño, solitario, equipaje, trascendencia o amanecer. Y estos 16, como recuerda Moriarty, eran solo un botón de los cientos que inventó.
Pero al margen de la erudición, hay mucho de humano en El secreto del Salmo 46. Especialmente los recuerdos de Moriarty de su primer trabajo, ser dependiente en una vieja tienda de Radio Shack de un barrio deprimido de Worcester. Hay en particular una escena con una anciana que acude a la tienda con una vieja radio que resulta especialmente conmovedora. Y que enhebra con el sentido final de la reflexión de Moriarty. En sus palabras: "La fascinación es el Santo Grial de la excelencia artística. Ninguna otra emoción humana posee semejante poder transformador, y ninguna es más difícil de evocar. Muy pocas son las obras humanas que pueden describirse como verdaderamente fascinantes".
Sería demasiado atrevido decir que El secreto del Salmo 46 es una obra fascinante. Pero sí me atrevo a cometer una redundancia voluntaria. El secreto del Salmo 46 es una obra que fascina con lo fascinante. Algo casi tan difícil (casi) como la belleza que evoca ese eclipse total que persigue Moriarty. O ese sueño que ansía para su medio artístico, los videojuegos: "Los videojuegos tienen apenas 40 años. Tan solo unas pocas palabras de nuestro vocabulario básico se han asentado. Un diccionario completo está esperando para imprimirse. La pizarra está en blanco. Algún día no muy lejano, quizás en esta vida, aparecerá un videojuego que brillará en nuestra cultura con la fuerza de un relámpago. Será fácil de reconocer; será generoso, poseerá una vertiginosa exuberancia creativa, los especialistas lo señalarán durante décadas, siglos quizás. Será algo fabuloso, algo terrorífico, algo con el poder de la fascinación".
Babelia
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