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Sangre antigua en una nueva ópera moscovita

La fuerte presencia coreográfica se inserta en la mejor tradición rusa en 'Octavia Trepanation'

El Holland Festival de Artes Performativas cumple este año su 70 edición y la directora artística, Ruth Mackenzie (Reino Unido, 1957) escogió el tema siempre vigente de la democracia. La solvencia de Mackenzie está fuera de toda duda, se confía en lo que hace y programa (ella dirigió la Ópera de Escocia y diseñó la Olimpiada Cultural de 2012 en Londres, entre otros trabajos ejemplares); tras esta edición en Ámsterdam se irá al teatro de Chatelet de París, pero entre otros montajes de impacto deja su huella el estreno mundial de la ópera Octavia Trepanation, del Electrotheatre Stanislavski de Moscú, una obra monumental y compleja ideada por el director Boris Kukhananov (Moscú, 1957), el compositor Dimitri Kourliandski (Moscú, 1976) y el coreógrafo Andrei Koeznetsov-Vetsjeslov (Leningrado, 1948).

Resulta difícil describir su escenario, impactante y desarrollado en la herencia plástica de las muy sacrificadas vanguardias rusas del siglo XX, por el escenógrafo Stepan Loekjanov y la inspirada vestuarista Anastasia Nefedova. La base es Octavia, ese drama trágico que damos (cada vez con más discrepancias entre los latinistas) por hecho es salido de la pluma de Séneca, ocurre en tres días del año 62 dC, momento en que Nerón se divorcia y exilia a su mujer, Claudia Octavia y se casa con Popea Sabina, corren la sangre y los presagios del horror, llega el falso y mitificado incendio de Roma, que se adiciona a esta ópera como un símbolo de inmolación colectiva e inevitable. El libreto mezcla con gran habilidad esa pieza romana clásica con el ensayo de Leon Trotski sobre Lenin. Sigue corriendo la sangre y el ritual plástico está marcado por una sola metáfora: huir una vez más del tirano y toda tiranía. Nerón, Séneca, Octavia, el fantasma de Agripina (madre del emperador y mandada antes a matar por él mismo), Trotski, las cariátides marmóreas, el coro representado por los guerreros chinos de terracota, los bailarines de la guardia roja personal de Trotski con sus movimientos mecanicistas que tienen su base estética en el tardofuturismo moscovita. Es un todo coral y coréutico que gira hacia un canto fúnebre y poderoso, hacia su metáfora esencial que ilumina la palabra democracia, alertando sobre su manipulación. El vestuario evoca la furiosa pincelada del mítico diseñador del Bolshói Simón Virsaladze (que participó en la formación de la diseñadora), y la coreografía rebusca en unas huellas lejanas, muy disueltas, que fueron largamente reprimidas en los tiempos del realismo socialista. Cantantes excelentes, un empaste acústico sobre una complicada banda electroacústica que les exige a todas las voces desde una afinación excepcional a unos registros muy comprometedores.

La gran cabeza de Lenin se abre y dentro aparece, en el vacío de ese cráneo, la cúpula romana del panteón de Agripa, un ágora de las manipulaciones del poder y el medrado que a veces reclama la subsistencia desesperada y otras la escalada política. ¿Cómo dos argumentos tan lejanos pueden encontrar un solo y unificador resultado teatral y musical? Es el arte de la ópera contemporánea, con su extraña mala salud de hierro, que a veces alumbra piezas como esta, que invitan a la vez al disfrute y a la reflexión. Como un detalle lleno de simbolismo puede agregarse, entre otros datos, que el coreógrafo dee Octavia Trepanation Koeznetsov-Vetscheslov, bailarín de carrera con inquietudes coreográficas, hijo de dos grandes artistas del Ballet Kirov de Leningrado (hoy de nuevo San Petersburgo): Tatiana Mikjailova Vetscheslova y Sviatovslav Koeznetsov, fue castigado cuando Mijail Barishnikov huyó en Canadá en 1974, era el amigo del alma del astro disidente, y eso lo condenó al servicio militar primero y al ostracismo después.

El estreno mundial de Octavia trepanation trae a la palestra que muchos de los artistas rusos (exsoviéticos) de hoy no eluden aún ahora, en la nueva Rusia, el residual (y crítico) compromiso político con sus pasados mediato e inmediato, esa larga herida del siglo XX que arranca antes de la revolución de octubre de 1917 y que culmina de manera simbólica en 1990 con la disolución de la Unión Soviética; un año antes, había caído el Muro de Berlín y contemporáneamente a la reunificación alemana, en 1989, Boris Yukhananov había estrenado en Moscú una primera versión de su Octavia. La ópera de no soñaba con nacer, pues su compositor, Dimitri Kourliandski, apenas tenía 13 años (nació en Moscú en 1976). La ópera tendrá una nueva versión este verano en el festival del Teatro Olímpico de Vicenza, adaptada a las singularidades del espacio monumental de Palladio.

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