Paradigma
La socióloga francesa Nathalie Heinich publica un pulcro relato de lo que pasa actualmente en el arte y sus pujantes usuarios
Desde hace años, la socióloga francesa Nathalie Heinich (Marsella, 1955) viene ocupándose del tema del arte contemporáneo, que, desde el siglo XVIII, cuando comenzó a despuntar nuestra época, ha sido objeto de mil polémicas. Pero, a diferencia de los primeros historiadores sociales y sociólogos que abordaron el tema, como F. Klingender, Arnold Hauser, F. Antal o el también francés Pierre Francastel, Heinich, siguiendo en parte la estela de otro compatriota, Pierre Bourdieu (1930-2002), que produjo escándalo, en 1979, con La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, trata de analizar el asunto desde una perspectiva más positivista que rehuye involucrarse en los trasfondos ideológicos del asunto. Así lo advierte ella misma en el prólogo de su último libro publicado en nuestro país, El Paradigma del arte contemporáneo. Estructuras de una revolución artística (Casemiro), donde volviendo su cartesianamente didáctica distinción entre “arte clásico”: el que responde al canon de belleza tradicional; el “arte moderno”, el que revoluciona la manera formal y simbólica del anterior, pero usando sus mismos métodos de ejecución material; y, en fin, el “arte contemporáneo”, cuya finalidad es extralimitarse desde el punto de vista material; esto es: que se desenvuelve en un mundo en el que el arte ya no es un objeto de arte material, o, si se quiere, que puede ser una mera designación, intención o concepto, sea cual sea el medio en que se produce: ¡el reino de la libertad total!, donde hasta, por así decirlo, la nada puede serlo todo.
En cierta manera, esta definición de Heinich respecto a lo que llama “arte contemporáneo” se parece a lo que afirmó, a fines del siglo XVIII, Friedrich Schiller, de que el arte “era libertad más técnica”, o “dar la libertad por medio de la libertad”. No se mete Heinich en esos berenjenales teóricos, sino que, a partir de esta plantilla, nos hace una pormenorizada descripción de los usos sociales del arte contemporáneo, acopiando al respecto una muy completa y ordenada información, testimonial y estadística, del estado de la cuestión, todo lo cual nos proporciona un pulcro relato de lo que pasa actualmente en el arte y sus pujantes usuarios, un estupendo mapa de lo que ocurre, un informe anatómico-forense, aunque dejándonos también la sensación de que nos cuenta todo menos lo fundamental.
Paso a paso, remontando el vuelo, Heinich publicó en2015 un volumen complementario, todavía no editado en nuestro país, con el título La élite artística. Excelencia y singularidad en régimen democrático (Gallimard), en el que, sin salirse del estricto cauce sociológico original, busca los apoyos más complejos de la fábula romancesca. De todas formas, ¿qué hay detrás de estos cuadros sinópticos didácticos? Ciertamente un perfecto autorretrato de nustra sociedad actual y no solo en relación con el arte. ¿Es mucho, poco o demasiado? Sea lo que sea, nos deja el regusto amargo de lo que nos incomoda. El acíbar se decanta quizás por ver que hoy los administradores del éxito artístico son los mismos que los que dominan el resto de la sociedad: mercaderes y funcionarios, plenos de empalagosa buena conciencia. Heinich utiliza el término “paradigma” para definir el arte contemporáneo, según el concepto acuñado por el historiador de la ciencia Thomas Kuhn, un ingenioso recurso para el caso, a mi juicio, bastante discutible. Porque ¿dónde está el “exceso” en este desfile de moda de “los mismos perros con distintos collares”? ¿O es que el arte está desapareciendo sin que nos demos cuenta, muerto de éxito?
Babelia
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