David Mora, una reivindicación sin brillo
El torero madrileño cortó una oreja muy barata a un toro noble y blando de una infame corrida de Parladé
Se jugaba mucho en esta corrida David Mora después de escuchar los tres avisos el pasado sábado; se jugaba, quizá, la temporada y la propia fe en sí mismo. Por todo ello, sin duda, salió, aparentemente, a por todas en sus dos toros —el mejor lote del encierro—, se le vio tan dispuesto como embarullado, sus dos faenas fueron de más a menos, y en ninguna fue capaz de convencer a la parroquia de que su reivindicación iba completamente en serio. Quiso mucho, es verdad, pero no pudo todo lo necesario para que el borrón quedara limpio como una patena.
Al final, paseó una oreja, pero de poco le servirá. Era un trofeo hueco, inesperado, de esos que hacen más daño que beneficio, porque se recordará siempre que fue un regalo del palco presidencial que, a veces, ofrece razones que la razón no comprende.
PARLADÉ / DÍAZ, FANDIÑO, MORA
Cinco toros de Parladé, —el segundo, devuelto—, mal presentados, flojos, mansos y descastados; el cuarto —manso y descastado— y el sobrero, —corrido en quinto lugar— muy deslucido, de El Montecillo.
Curro Díaz: media estocada (silencio); pinchazo hondo (silencio).
Iván Fandiño: casi entera trasera (silencio); estocada trasera y cinco descabellos (silencio).
David Mora: estocada trasera (ovación); estocada (oreja).
Plaza de Las Ventas. Octava corrida de feria. 18 de mayo. Más de tres cuartos de entrada (19.656 espectadores).
Asistió, por tercera vez en esta feria, Juan Carlos I.
Se lució Mora con el capote en un quite por vistosas gaoneras a su primero, y recibió con empaque a la verónica al sexto. Brindó el tercero al Rey emérito, y, con enorme disposición, se plantó en el centro del ruedo. Impávido, esperó al toro y lo engañó con un pase cambiado por la espalda, y un segundo, que cerró con un largo de pecho, en una tanda tan corta como enhebrada, tan súbita como elegante, meritoria y torera.
Arreciaba el viento en esos instantes, pero el toro tenía buen son y el torero parecía con las ideas a flor de piel. Cita con la mano derecha, surgen varios redondos de peso, y al cuarto, uno que iba para largo y templado, y con el ¡biennn! ya en la boca del respetable, hace el toro ¡plof! y se derrumbó en la arena. Ahí acabó todo.
El animal recuperó la verticalidad, pero nada fue ya igual. El torero se apocó, hubo un derechazo grande, pero aislado en un mar de pocas ideas, falta de contundencia y escasas fuerzas. La ilusión se esfumó con la misma celeridad que momentos antes había inundado la plaza.
Y llegó el sexto, que permitió que Ángel Otero se luciera en dos pares espectaculares, pero menos ajustados que los del pasado sábado. Inició la faena por bajo, con empaque, y coronó el inicio con un molinete y un pase de pecho. Otra vez la ilusión. Tomó la mano diestra, y el toro obedeció sin rechistar; tanto, que embistió mejor que Mora toreó. Surgían los pases, pero a su labor le faltó la gracia que la nobleza del animal exigía. Se empeñó en torear por la izquierda y todo se desinfló. Sin saber el motivo, el presidente sacó el pañuelo sin que antes lo hubiera mostrado la mayoría de los espectadores.
Fue la suya una reivindicación sin brillo, de más a menos, de victoria personal que deja un agrio sabor de boca.
La corrida de Parladé fue una auténtica birria. Para empezar, no pudo lidiarse completa por decisión de los veterinarios, pero los que salieron al ruedo mostraron una presentación muy deficiente, impropia de esta plaza. Para mayor abundamiento, mansos, flojísimos y sin casta en las entrañas. ¿No habíamos quedado en que los ganaderos saben lo que tienen en el campo? Será mentira, porque el de Parladé ni tenía toros ni sabía que sus becerrotes eran mulas de carga.
El primero, por ejemplo, no era un toro, sino un buey jubilado, lisiado y amuermado. ¿No lo sabía el ganadero? Por lo visto, no, y, en consecuencia, debiera estar muchos años sin volver a esta plaza para que dedique su tiempo a conocer lo que guarda en su casa. Y en el destierro debe estar acompañado por el equipo presidencial, que aprobó cinco toros que nunca debieron pisar el ruedo madrileño.
Curro Díaz no tuvo posibilidad de reivindicación alguna. A ese primero lo mató pronto porque el propio toro le pedía con la mirada un trance cortito. Y ante el cuarto, de El Montecillo, se lució con unos recortes por bajo iniciales, y se acabó porque el animal era un muermo sin calidad.
Y Fandiño, que también está necesitado de vitaminas que revitalicen su carrera, estuvo sin estar, pasó apuros y se marchó. A su primero le costaba un mundo acudir al cite y lo hacía sin codicia ni condición de bravo. Muchos pases hubo, pero ingredientes todos de un profundo aburrimiento.
Y el quinto salió con presuntos problemas de vista, manso de libro y lagartos en la barriga. Puso en serios apuros a una cuadrilla que demostró no estar preparada para trances dificultosos, y Fandiño no quiso verlo. Bueno, lo vio y lo mató.
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