Klaus D. Vervuert, editor transatlántico
Ha muerto en Franfurt, pero el también librero alemán era ya tan madrileño como las calles donde tenía sus negocios, Amor de Dios y Huertas
Ha muerto en Frankfurt el librero y editor alemán, y lo era a la manera clásica, afincado en España, Klaus D. Vervuert (1945-2017). Y era ya tan madrileño que los locales de sus negocios estaban en las calles Amor de Dios y Huertas, respectivamente, muy cerca de la casa de Lope de Vega y del Museo del Prado.
Siendo un joven de 15 años vivió en Argentina, regresando pronto a su país para estudiar Filología Alemana y Románicas en Frankfurt am Main, donde seguía conservando una casa a 20 km. de la ciudad. Su primer trabajo en el ramo consistió en importar libros de América latina para abastecer a las bibliotecas de su país, y luego también a las de Francia y los Estados Unidos. Y allí fundó, en 1977, la editorial Iberoamericana/Vervuert, dándole vida a una revista dedicada al hispanismo que todavía sigue existiendo. Pero el empuje definitivo se produjo en 1996, cuando se instaló en Madrid, aunque la librería no abrió sus puertas hasta el 2004. Hoy publica unos 75 libros al año, con una tirada media de 750 ejemplares, sobre todo en español, pero también en inglés, alemán y portugués, de temática multidisciplinar, dedicados sobre todo a la historia de la Filología, la Literatura y la Lingüística, a la Cultura hispana, pero también a otras materias humanísticas afines. Por tanto, se trata de un editor especializado en una materia tan amplia como son las Humanidades en el mundo de habla española, con clientes sobre todo en España y los Estados Unidos.
En unos años en los que no hemos parado de hablar de la crisis de las Humanidades, en los que han ido desapareciendo casi todas las colecciones de clásicos y de estudios literarios, él ha hecho más por proporcionarnos solventes herramientas de trabajo, libros de calidad, bien editados, que todas las campañas y medidas, no siempre útiles, que llevan inventándose los ministerios del ramo. Y apostando por lo que probablemente haya sido una de sus mayores obsesiones como editor, junto a la defensa del precio único de los libros, la correcta difusión, la distribución, pues echaba de menos la existencia de una gran distribuidora centralizada –como ocurre en Alemania o los Estados Unidos- que fuera capaz de poner los libros de forma inmediata en las manos del lector. Creía en el hispanismo, que entendía como el entorno cultural de la América Latina y España. Y le gustaba presumir, no sin razón, pero con la discreción propia de su carácter, de que no existía un solo país en que no hubiera un autor de la casa. En su nutrido catálogo se encuentra la edición del Tesoro de la lengua castellana (1611), de Sebastián de Covarrubias, el superventas de la editorial, los clásicos del Siglo de Oro, los estudios coloniales en auge, las vanguardias de uno y otro lado del océano, o investigaciones de diverso tipo sobre la cultura y la literatura de las últimas décadas, sobre eso que viene llamándose posmodernidad y que nadie acaba de saber, a ciencia cierta, qué es.
Tuvo el gran acierto de rodearse de eficaces colaboradores, formados con rigor en ambas orillas del Atlántico, que lo complementaban a la perfección, pues Klaus podría decirse que era el clásico alemán hispanizado; y de crear un sello de prestigio, una marca de calidad. Al entrar al elegante piso de la editorial, decorado con algunas de las hermosas cubiertas de los libros que había editado, daban ganas de sentarse y quedarse a trabajar allí.
La vida de los que escribimos está estrechamente ligada a nuestros editores. Klaus era un hombre que hablaba poco, lo estrictamente necesario, lo que en una época de tanta charlatanería, se agradece. Tenía el cuerpo ligeramente cargado a la derecha y solía mirar a veces por encima de las gafas, con un gesto característico suyo. Lo conocí en Berlín, a comienzos del nuevo siglo, en la Biblioteca del Instituto Iberoamericano, donde se vendían sus libros con motivo de un congreso, y luego me lo fui encontrando en distintos lugares de Alemania, en Tübinga, en el congreso de los hispanistas alemanes, en Münster, siempre cordial, con sus libros a cuestas, poniéndoselos en la mano al lector curioso. Pero ahora quiero recordarlo, ha sido mi editor, tal y como lo vi por última vez, saliendo de un restaurante chino, en la calle Balmes, de Barcelona, tras haber cenado con un numeroso grupo de amigos, la mayoría de ellos desconocidos para él, tras la presentación de uno de sus libros, satisfecho y contento, con los ojos brillantes, despidiéndose mientras llamaba un taxi con la mano alzada... Lo recordaremos, pero ojalá no tengamos que echarlo de menos.
Babelia
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