“Facebook no teme a los Gobiernos, pero sí a perder a sus usuarios”
Preocupado por cómo Internet disemina mentiras y verdades, el historiador y periodista Timothy Garton Ash publica sus conclusiones en 'Libertad de palabra'
Si mi padre regresara a la Tierra, quedaría asombrado al descubrir que tenemos esta cajita mágica en nuestro bolsillo desde la que acceder a tanta información y difundir cualquier idea al instante”, reconoce Timothy Garton Ash (Londres, 1961). Internet potencia la libertad de expresión tanto como los males de la expresión ilimitada. Los datos privados, las mentiras mezcladas con las verdades, la vigilancia y el odio circulan sin fronteras en esa cosmópolis, amorfa y diversa, que avanza más rápido que los intentos de comprenderla, acotarla y regularla. Algo que no ha impedido a Garton Ash emprender, con una ambición sin precedentes, un análisis de los nuevos desafíos de la libertad de expresión, que define como “el oxígeno de todas las demás libertades”.
Libertad de palabra (Tusquets) se nutre de la doble vertiente profesional de su autor, catedrático de Historia Europea en Oxford y periodista experto en regímenes totalitarios. Como reportero, lleva 10 años recorriendo el mundo y escuchando sobre el terreno los casos concretos; como académico, teoriza y extrae de la base empírica “10 principios para un mundo conectado”. Igual que la realidad que analiza, el de Garton Ash es un proyecto global y vivo. Una invitación a otra ronda de debate, que el autor continuará manteniendo por todo el mundo y que se seguirá reflejando en una web (freespeechdebate.com) que coordina desde Oxford. En una de sus salas, decorada con pósteres del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, recibe a EL PAÍS.
PREGUNTA. ¿Son estos malos tiempos para la libertad de expresión?
RESPUESTA. Muy malos. Puedo cartografiarlo con una precisión inusual. Rusia, China, India, Egipto, Hungría, Polonia, EE UU. En casi todos los sitios en los que he investigado, las cosas están peor que antes. Es parte de lo que denomino una contrarrevolución antiliberal global. Pelean contra el fantástico movimiento de avance de las libertades de los últimos 30 años.
P. ¿Cuáles son hoy sus mayores enemigos?
R. Tradicionalmente pensamos en el Estado como enemigo de la libertad de expresión. Censura significa dictadura. Aún existe eso en China, que tiene el mayor aparato de censura de la historia. Pero también está lo que llamo los superpoderes privados: Facebook, Twitter, Google, Amazon, Apple. Es algo sin precedentes. Una esfera pública global de propiedad privada. Las decisiones editoriales y censoras de estos superpoderes privados, pero también las que toman sus algoritmos, tienen un impacto extraordinario en lo que vemos y lo que no vemos.
P. ¿Esos algoritmos amenazan la libertad de información?
La narrativa simplista de ‘recuperemos el control’ o ‘hagamos América grande de nuevo’ se impone a la verdad complicada y contrastada
R. Es increíblemente peligroso. Hay estudios que dicen que los jóvenes estadounidenses y europeos obtienen el 30% o 40% de sus noticias en Facebook. Cada vez más el periodismo es lo que ofrece Facebook. De modo que Facebook puede influir en unas elecciones, si toca el algoritmo. Por el momento no sabemos qué hace exactamente ese algoritmo. Los únicos que lo saben son ellos. Y los únicos que tienen acceso a esos datos son sus analistas. Debemos involucrarnos y decirles que tienen la responsabilidad pública de explicar cómo están seleccionando las noticias.
P. ¿Son receptivos?
R. Quieren hacer el bien, pero sobre todo quieren que les vaya bien. De modo que mientras no amenace a sus miles y miles de millones de beneficios, creo que lo harán. ¿Pero quién decide si el hecho de que les vaya bien depende de que hagan el bien? Nosotros. Este libro es una llamada al activismo cívico. Es una llamada a nosotros como ciudadanos para encarar estas oportunidades y también estas amenazas. Facebook no tiene miedo del Gobierno estadounidense. A lo que sí tiene miedo es a perder a sus usuarios. Así que quien de verdad tiene el poder somos nosotros.
P. Cuando se juntan el Estado y esos “superpoderes privados”, habla usted de un peligroso “poder al cuadrado”.
R. El máximo poder se genera cuando esos dos gigantes se unen. Eso es lo que nos enseñó Snowden. Los datos que Facebook y Google tienen sobre usted y yo van mucho más allá de los sueños más salvajes de la Stasi. Los datos que tienen la NSA y GCHQ [servicios de inteligencia estadounidense y británico], también. Ponga las dos juntas y tiene un aterrador potencial de control.
P. La relación de los usuarios con esas plataformas, explica, consiste en cambiar privacidad por un servicio.
R. Exacto. Uno piensa que obtiene algo gratis, pero no es así. Debemos comprender que el producto que se vende somos nosotros. Y esos datos increíblemente detallados sobre dónde has estado, qué lees, a quién conoces, qué compras, se venden a anunciantes. La vigilancia es el modelo de negocio de Internet. Creo que la gente se empieza a dar cuenta de ello, pero hace falta más. Necesitamos que se explique en los colegios. La pérdida de privacidad es un peligro, porque la privacidad es necesaria para la libertad. Mis datos son míos para decidir qué se hace con ellos.
P. ¿El populismo ha encontrado un aliado en Internet?
R. Internet facilita el populismo porque ofrece una infinidad de plataformas y refuerza el efecto de caja de resonancia. Los votantes de Trump pueden pasarse la vida escuchando solo la visión del mundo de Trump, sin acceder a puntos de vista diferentes. Los votantes del Brexit, lo mismo. Una de las consecuencias negativas de Internet es ese increíblemente poderoso efecto de caja de resonancia, que puede ser muy erosivo para la democracia. La fragmentación de la esfera pública es un gran reto para el periodismo. Primero, cómo se hace buen periodismo cuando el modelo de negocio del periodismo ha volado por los aires. Todos los periódicos lo saben, todos luchan por su vida. Y segundo, cómo hacer que ese buen periodismo entre en las cajas de resonancia de los populismos. Cómo alcanzar a esa gente que solo escucha Fox News.
P. ¿Las mentiras en los medios y la política son más graves ahora?
R. El Brexit es un ejemplo. Una mentira de tres metros de alto pintada en un autobús. Es sencillamente mentira que demos 350 millones a la semana a la UE. Pero por mucho que se desmienta, sigue teniendo poder. El concepto de fake news no captura la naturaleza del problema, que es que las narrativas simplistas y poderosas que apelan a la emoción vencen a la verdad complicada y contrastada.
P. La gente está harta de expertos, dijo el exministro británico Michael Gove.
El anonimato puede amparar la violencia, pero también es el salvador de la disidencia en los países no libres
R. Exacto. La narrativa sencilla de “recuperemos el control” o “hagamos América grande de nuevo” vence a la verdad más complicada. El reto no es solo establecer los hechos, porque eso se hizo. El reto es hacer llegar los hechos a esas personas vulnerables a esas narrativas simplistas y poco interesadas en escuchar la verdad complicada, como que Reino Unido va a estar mucho peor dentro de 10 años.
P. Cada internauta tiene acceso a opiniones casi ilimitadas y a plataformas para publicar las suyas. ¿Ese escenario nuevo necesita reglas nuevas?
R. Propongo diferenciar entre reglas y principios. Tengo dudas sobre las reglas, porque no sé quién las aplicaría. La idea de que el Estado define lo que la gente escucha y ve en sus fronteras es anacrónica. Defiendo que debemos tener una conversación sobre las reglas del juego, los principios.
P. ¿Se puede luchar contra los ataques anónimos en Internet?
R. El anonimato puede amparar la violencia. El problema es que también es el salvador de la disidencia en los países no libres. La vida de quienes prepararon la primavera árabe dependía del anonimato. La disidencia en China depende del anonimato. El anonimato es un Jano, un dios de dos caras. Una respuesta simplista, como que todo el mundo debería usar su nombre, no es lo suficientemente buena. Mi respuesta es que debemos establecer una norma con excepciones. Qué hacemos cuando tenemos una conversación: ves la cara de la persona, le das la mano y le dices tu nombre, sabes con quién estás hablando. Esa debería ser la norma. Pero debemos reconocer que hay situaciones en las que el anonimato está justificado.
P. Habla de 1989 como un punto de inflexión en la libertad de expresión.
R. La caída del muro de Berlín abrió la puerta a la globalización, a este nuevo mundo. El fin del comunismo supuso un gran avance para la libertad de expresión. Es también el año en que Tim Berners-Lee inventó la World Wide Web, y el de la masacre de Tiananmen. Y se dictó la fetua contra Salman Rushdie. Por vez primera, una condena de muerte formulada en Teherán podía llevarse a cabo en Londres, y eso es por dos fenómenos: la revolución en las comunicaciones y la migración masiva. Es lo que yo llamo cosmópolis. El veto del asesino es una de las mayores amenazas a la libertad de expresión hoy.
P. Usted vivió un régimen totalitario cuando era joven en Alemania del Este. ¿Cómo modeló su carrera?
R. Absolutamente. Esos 10 años detrás del muro de Berlín, experimentar un Estado policial totalitario y después verlo caer, me enseñaron dos cosas. Uno, que esos regímenes dependen de la mentira y la censura para sobrevivir: si termina la censura, el fin del régimen no tardará. Dos, cómo poca gente en el sitio y el momento adecuado puede marcar la diferencia. Por eso no soy demasiado pesimista, porque vaya donde vaya veo minorías apasionadas por estos valores.
Libertad de palabra. Diez principios para un mundo conectado. Timothy Garton Ash. Tusquets. 624 páginas. 24,90 euros
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