Toda carta es una carta de amor
Las misivas siempre dan cuenta de que el tema a tratar es importante, grave o serio. Y al igual que en los libros, el emisor pierde el control
“Toda carta es siempre una carta de amor”. Algo así afirma uno de los personajes de la novela La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides. Un libro que no terminó de convencerme, pero que agradezco haber leído, aunque sea por esa única frase que pudo cristalizar una idea que rondaba por mi cabeza hace mucho.
En la película The Light Between Oceans, una tragedia lacrimosa pero bella, tienen un papel fundamental en la relación de los protagonistas, quienes se escriben, y conocen, mientras él cuida el faro de la remota isla de Janus. La historia transcurre en los años veinte, época en que las cartas eran preponderantes, pero hace poco conocí una experiencia similar, en pleno siglo XXI. Entrevistando a pescadores artesanales de Punta Arenas, conocí a Javier, quien para la temporada de la centolla pasa seis meses en altamar y se comunica con su esposa por carta. Me dijo que no utilizaba la radio porque sus compañeros también tenían que escuchar la conversación y después se burlaban. Aunque forzado, me pareció un gesto muy romántico, y lo imaginé escribiendo al vaivén del mar, protegido en aquella intimidad que sólo entrega la escritura a mano.
La carta funciona también como una despedida, o el último recuerdo que tenemos de una persona
En mi propio ejercicio de correspondencia, recordé cuando comencé una amistad por el “correo de las brujas” de la Agenda Pascualina. Al final de la libreta infantil venía un índice con las direcciones de niñas de distintos países para contactar. Resulta imposible imaginar ese tipo de correo en nuestros días, sobre todo considerando los delitos a menores que se asocian enseguida, y era ese mismo carácter cándido y luminoso lo que se encontraba en el contenido de las cartas, muy diferentes a las que se escriben cuando se es adulto. Yo misma he escrito un par en el último tiempo, y casi siempre domina la oscuridad, los detalles intrincados, la nostalgia o, en definitiva, todas aquellas cosas que no nos atrevemos a decir en voz alta, en persona. En su último monólogo, Louis C. K. hace referencia a las peleas por e-mail y esos “largos correos en los que trabajas toda la noche como si fueran la conclusión de un caso de homicidio”. Las cartas en sí mismas siempre dan cuenta de que el tema a tratar es importante, grave o serio. Pero a diferencia del e-mail, presentan un tipo de comunicación más tardío y, al igual que en los libros, el emisor pierde el control: las cartas se pueden perder en el camino o llegar demasiado tarde, como en el caso de la película Letter from an Unknown Woman. Como su nombre deja entrever, la historia avanza según la carta que Lisa le escribe a Stefan, un pianista ensimismado con su propia fama que sólo puede recordar su relación con ella al terminar de leer sus palabras. Lamentablemente, los funcionarios del hospital adjuntan una nota, comentándole la muerte de Lisa. Así, la carta funciona también como una despedida, o el último recuerdo que tenemos de una persona, tal como el pequeño y encriptado mensaje que deja el soldado de primera línea antes de abandonar a su hija en un cuento de David Foster Wallace: “Querido vacío: las probabilidades de vivir en el presente hoy parecen favorables”.
Las cartas representan esa última oportunidad, pero algunas de ellas sí logran su cometido. Uno de los ejemplos que más me gustan es la carta que Don Draper, protagonista de Mad Men, escribe para recuperar a su esposa, Betty: “Sé que no estarás sola por mucho tiempo, pero sin ti yo estaré solo para siempre”. Algo similar ocurre en la segunda temporada de House of Cards. En medio de un juicio político contra el presidente Walker, y dado que todos los mecanismos utilizados por Frank Underwood para recuperar su confianza han fallado, Claire lo exhorta a seducirlo, a entregarle su corazón. Para lograrlo, y como último as bajo la manga, Frank decide escribirle una carta. En ella detalla secretos dolorosos de su familia, transparenta su ambición de poder y prestigio y reafirma su fidelidad al presidente, a tal punto de asumir como propios sus delitos en una confesión adjunta. La carta no falla, y Walker vuelve a confiar en Frank, lo que finalmente lo llevará a perder la presidencia. Antes de renunciar al cargo, Walker le devuelve la carta a Frank, quien la quema enseguida. Underwood no sólo elige la carta por su aura romántica e íntima; sabe que el papel, a diferencia del correo electrónico, es perecedero y que es en esa fragilidad en donde reside su fuerza. En Chile, la mayoría de los casos de corrupción política y empresarial salieron a la luz gracias a e-mails. Por eso, si alguien está pensando en cometer un delito, sería bueno seguir el ejemplo coqueto de Frank y tomar en serio a la anticuada carta. Aunque también hay otras que pueden durar miles de años e incluso llegar a forjar el canon de toda un religión, como las Epístolas paulinas, redactadas por san Pablo en el siglo I. Dejando de lado su vertiente más machista, me quedo con ‘Corintios 1, 13’, una de las cartas sobre el amor más bellas que se hayan escrito: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos y en parte profetizamos. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”.
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