Rosaura sin Clarín
Los Teatros del Canal ofrecen una versión de ‘La vida es sueño’ sinóptica, atractiva visualmente, claramente dicha, pero sin calado ni nervio dramático
LA VIDA ES SUEÑO {vv. 105-106}
El drama de Calderón, abreviado. Más que la voluntad sinóptica de Carles Alfaro, autor de la versión y de la puesta en escena, aventuro que es la crisis, con su exigencia de repartos cada vez más reducidos, quien se ha llevado por delante a Astolfo y Estrella, al gracioso Clarín y al cortesano que Segismundo arroja por el balcón. Tanta síntesis va contra natura: cuando el príncipe intenta matar a Clotaldo, no hay quien lo defienda, y a la hora de reducirle, tienen que hacerlo entre él y el también anciano rey Basilio, cosa inverosímil de todo punto.
La iluminación tenebrista, el enorme cubo mágico diáfano de la escenografía, la amplificación (por la cual las voces parecen extracorpóreas: ¿vendrán del telar?), la manera clara y pausada de decir el texto y lo solemne de muchos instantes, resultan ingredientes más propios todos de un auto sacramental que de La vida es sueño. Alejandro Saá es un Segismundo embrutecido y doliente cuando toca, pero nunca el príncipe en el que se transmuta.