Sangre y savia

La escritura de Josep M. Rodríguez se ha caracterizado siempre por la solidaridad entre la realidad exterior y el sujeto que la contempla, en un sugerente juego de correspondencias. Sangre seca añade a esa transfusión una mayor densidad conceptual y una imaginación asociativa que consigue familiarizarnos con el extrañamiento: “la memoria es la chica que da vueltas / esperando al que lanza los cuchillos”. Todo ello hace de Sangre seca el libro más sorprendente y culturalista de su autor: si, como apunta Joan Margarit en el epílogo, “Josep M. Rodríguez piensa cada vez más sus poemas desde la propia poesía”, esa constatación no desemboca en el name-dropping ni en el solipsismo de la “poesía para poetas”.

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Frente a ambas modalidades, predominan la recreación de atmósferas literarias y el reciclaje de secuencias metafóricas: la luz del Cántico espiritual en un oscuro vagón del metro, el piloto del horno guiñándole el ojo a Sylvia Plath o la superposición temporal del crash de 1929 y la crisis actual gracias a los versos de Gil de Biedma, Lorca, León Felipe y T. S. Eliot.

Con masa manierista o levadura de haiku, estas estrofas rotas se alimentan de símiles pictóricos y se automedican con las grageas de la greguería (“Un niño se parece a una maleta / por llenar”) y el aforismo: “A quien piensa en la muerte / ya le pesa la lápida”. Asimismo, las mitologías domésticas reflejan una “felicidad / de marca blanca”. Libro con el que su autor parece iniciar un nuevo ciclo, bajo la costra referencial de Sangre seca fluye la savia de una lírica cerebral y emotiva, realista y simbolista, humana.

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Autor: Josep M. Rodríguez.

Editorial: Hiperión (2017).

Formato: tapa blanda (77 páginas).

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