Otras floras
FLORA ars+natura es uno de los espacios de creación más importantes en Latinoámerica. Su director, José Roca, apuesta por la práctica del taller
La idea de comunidad artística ocupa uno de los mayores espacios en FLORA ars+natura en Bogotá. De hecho, entre el vaivén de artistas y comisarios de aquí y de allá, es la única con residencia fija en este lugar dedicado a la creación, producción y educación del arte contemporáneo. José Roca lo puso en marcha en 2012, después de dirigir varias bienales y ver cómo todo lo que un evento así puede generar en una escena local, se esfuma en dos o tres meses.
La idea de crear un contexto siempre ha estado en la base de los proyectos de este comisario, incluso cuando puso su cabeza en el departamento de arte latinoamericano de la Tate Modern, de 2012 a 2015. Mucho antes, ya le iban los experimentos. En la Trienal Poligráfica de San Juan en Puerto Rico (2004) pidieron a los canadienses Instant Coffee Collective que pensaran un espacio para recibir al público, que acabó siendo una cama gigante llena de publicaciones y múltiples de artistas. En el Encuentro de Medellín (2007), pensó en crear un espacio, La Casa del Encuentro, que todavía existe, y que hizo el artista Gabriel Sierra. En la 8ª Bienal de Mercosur en Brasil (2011), fue más allá y se inventó la Casa M, que alquilaron durante un año y convirtieron en lugar de encuentro de artistas, comisarios y mediadores.
FLORA ars+natura es una tentativa más de esa idea global y difícil de “crear contexto”. Hoy por hoy es uno de los mejores programas de residencias para artistas en Latinoamérica y está cercano en otros proyectos como el mítico Whitney Independent Study Program, del que el propio José Roca formó parte en 2011; el ISCP en Nueva York, referente para muchos artistas, o el PEI (Programa de Estudios Independientes) que ha puesto en marcha el MACBA.
Su éxito siempre ha sido aceptar que todo se construye bajo el binomio causa-error. No hubo un plan maestro, dice, y todo fue avanzando sobre la marcha, solucionando problemas. “Desde sus inicios, FLORA tiene dos tipos de residencias: las de corta duración, de cuatro semanas en promedio, que se realizan en Honda, una ciudad histórica a orillas del río Magdalena, y las de larga duración de un año en la sede de Bogotá. Rápidamente nos percatamos de que las residencias cortas ponían al artista en una situación de choque, pues en ese reducido tiempo tenían que familiarizarse con un nuevo entorno, aclimatarse, realizar trabajo de campo y pensar un proyecto, que dado el corto tiempo casi nunca alcanzaba a materializarse en obra. Era una residencia entendida más bien como experiencia de lugar. En cambio, las residencias de un año le permitían al artista tener una inmersión profunda en la escena local, ir más allá de lo superficial, y desarrollar un trabajo de manera más pausada y más continua. Decidimos que esa era la dirección que debíamos seguir: un programa más extenso de residencias de larga duración”, explica.
La cosa evolucionó hace dos años al consiguir el espacio contiguo al que ocupaba FLORA desde el 2013. “Levantamos los recursos y construimos un edificio de planta nueva que tiene 14 estudios y una biblioteca que se convierte en sala de reuniones y aula de clases. Hasta entonces el acompañamiento curatorial lo hacíamos el director artístico de FLORA y la curadora en residencia, pero para esta cantidad de artistas residentes se requería algo más robusto. Por eso creamos un programa de estudios independientes que acompaña las residencias, que llamamos Escuela FLORA, en la que invitamos a tutores externos a que acompañen los procesos de los artistas residentes”, añade.
¿Qué significa producir comunidad?
Damos la oportunidad de que el artista tenga un espacio para trabajar, un dinero para que se sostenga, y el programa Escuela FLORA. Se han creado dos comunidades, la de los residentes (en este momento tenemos 21), y la de los visitantes, que son en su mayoría artistas jóvenes, la escena artística local, algunos coleccionistas, y gente del barrio San Felipe, en el cual estamos localizados. FLORA forma parte de la escena independiente en Bogotá, con una proyección internacional y con un énfasis: las múltiples relaciones entre arte y naturaleza. Y Escuela FLORA complementa los muchos programas de formación académica en artes que ya existen en el país, sólo que en nuestro caso nos enfocamos en la práctica de taller, y en la retroalimentación sobre el trabajo por parte de los tutores.
¿Y cómo es el diálogo local-internacional?
Es importante una comunicación de doble vía, así que varias instituciones y algunos espacios independientes tenemos programación abierta a lo internacional. Bogotá se ha vuelto un destino de la escena artística internacional, y constantemente recibimos visitas de curadores, artistas, grupos de museos, coleccionistas, galeristas, etc., que miran lo que está pasando aquí.
Háblenos de la estructura. ¿Cómo se organiza?
El equipo que maneja FLORA es pequeño: director ejecutivo con su asistente; director artístico; curador en residencia; coordinador de producción, y asistente de coordinación de Escuela FLORA. Y tenemos un grupo de mediadores, que son todos voluntarios. El programa Escuela FLORA tiene seis tutores residentes, que acompañan cada uno a cuatro artistas durante todo el año, y diez tutores visitantes, artistas y curadores que traemos de muchos lugares para que les den seminarios y visitas de taller a los residentes.
¿Cómo se financia? ¿Cuál es su relación con el entramado institucional de Bogotá?
El proyecto lo montamos con recursos propios, ahorros de toda una vida. Varios benefactores nos han apoyado desde el inicio. Tenemos un benefactor por cada estudio, algunos institucionales (British Council, ProHelvetia, Mondriaan Funds, Acción Cultural Española, entre otros), corporativos (el Grupo Éxito) e individuales, los cuales son casi todos coleccionistas que apoyan artistas de sus respectivos países. Además, aplicamos a becas nacionales e internacionales (IDARTES, Secretaría de Cultura de Bogotá, Ministerio de Cultura de Colombia), hacemos una subasta, en fin, todas las formas de financiación para lograr que los artistas no tengan que pagar nada. De hecho, reciben un estipendio mensual para vivienda, transporte y alimentación.
FLORA es un proyecto dedicado a la relación entre arte y naturaleza. ¿Por qué esa relación? ¿Qué aporta a la creación y el pensamiento?
Este tema es el resultado de la confluencia de intereses de los dos fundadores de FLORA, mi esposa, Adriana Hurtado, interesada en temas ambientales, territorio y la naturaleza en general, y los míos, que como curador había realizado muchos proyectos con este énfasis. Ahí está la exposición Botánica política en la Sala Montcada de La Caixa (2004), el eje temático que acompañé en la Bienal de Sao Paulo, de la cual fui co-curador (2006), la exposición Otras Floras en Nara Roesler en Sao Paulo (2008) y otras muchas exposiciones. En lo curatorial, siempre me ha interesado ampliar el ámbito de acción de los eventos que organizo, particularmente las bienales, y en ese sentido varias de las que he organizado han implicado viajes de los artistas en el territorio, o residencias en lugares de interés geográfico, botánico o arqueológico. Creo que en un país por muchos años en conflicto debido a la tenencia de la tierra, posicionado en el imaginario internacional por dos plantas (café y coca), y cuyo medio ambiente está en peligro inminente debido a la minería, este tema es muy pertinente.
¿Qué artistas le interesan? ¿Qué miradas crees que están aportando más en el contexto del arte?
Históricamente, me mueven profundamente los artistas del land art y del arte povera; contemporáneamente admiro el trabajo de artistas como Óscar Muñoz, William Kentridge, Francis Alÿs, José Alejandro Restrepo, María José Arjona, Muntadas, Melanie Smith, Regina Silveira, Miguel Ángel Rojas y un largo etcétera.
Según su experiencia, ¿qué papel tienen las bienales en Latinoamérica? ¿La mirada que se tiene de fuera es la correcta o hay un mal ejercicio de traducción?
Las bienales de las periferias (o mejor dicho, de los otros centros) cumplen una doble función: mostrarle a la escena local lo que está haciendo en otros lugares, y mostrarle a la escena internacional lo que se hace en la región. En América Latina se puede constatar el inmenso bien que le han hecho a las escenas respectivas bienales como las de Sao Paulo, La Habana, Mercosur, Lima (de corta duración), el Encuentro de Medellín MDE y, más recientemente, la Bienal de Cuenca. Son vitrinas de doble vía y las escenas que las tienen se fortalecen.
¿Por dónde pasa el futuro de FLORA?
Creemos que cada vez vamos a ser menos expositivos y menos centrados en las residencias de corta duración para centrarnos en Escuela FLORA, dejando la Sala de Proyectos como un laboratorio para los artistas residentes. No es fácil garantizar la sostenibilidad de un proyecto como este, así que todos los días son una lucha, haciendo gestión por todas partes para asegurar la continuidad.
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