‘Los viejos amores’, de Rosa Ribas: una novela de detectives de gente como uno
La nueva entrega de las peripecias de los detectives Hernández es un libro entrañable en el que los conflictos dramáticos tienen el sabor de los problemas reales de individuos reales. Y eso se agradece


El arte es un reflejo de la época, como está más que dicho. Pocas manifestaciones de la creación han conseguido regalarnos percepciones e imágenes de las evoluciones sociales como lo ha logrado esta emanación humana. La tragedia griega que ha llegado hasta nosotros, las sátiras latinas de la época imperial romana, la picaresca española serían clásicos ejemplos de esa capacidad. Lo que sucede hoy con esta manifestación no es entonces excepcional: a unos tiempos convulsos, cuando a grandes sectores les importa más el parecer que el ser (como lo evidencian las actuales exhibiciones en las redes sociales), se corresponde un arte también convulso y en el cual el ser, muchas veces, resulta sustituido por un parecer espectacular que, no obstante, recibe como rédito el éxito comercial al que aspiran creadores e industriales de una cultura hecha para el consumo.
La novela policial contemporánea ha sido una de las modalidades literarias que con más evidencias podría sustentar semejante situación. Si bien es cierto que desde siempre este género ha estado marcado por la tendencia a la evasión, a la diversión más o menos inteligente, en las últimas décadas evasión y diversión se han ido nutriendo de la perversión y hasta la escatología de la violencia. Obras que chorrean sangre desde cada una de sus páginas, crímenes y criminales cada vez más abyectos y cruentos (además de ser muy productivos en sus faenas), aderezados muchas veces con patologías psíquicas y con la morbosidad sexual, emanaciones del mal y de lo más oscuro de la mente humana, todos esos son hoy una parte cada vez más nutrida del catálogo en marcha de esta narrativa.
En medio de ese oscuro panorama de pronto una escritora, cultora asidua del género, con una veintena de obras en su morral, es capaz de nadar contra una tendencia y entregarnos una cálida trama policial en la cual no coloca ninguno de esos ingredientes en boga y apuesta por contar una historia que se arma con muchas historias personales e investigativas, pero que siempre se refieren a personas comunes y corrientes. A gente que podría ser como uno.
Rosa Ribas es en estos días una de las autoras de lengua española con mayor presencia en el cultivo del policial. Con unas veinte novelas escritas, agrupadas en diversas series, como las de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor o las de la reportera Ana Martí (escritas a cuatro manos con Sabine Hofmann), en sus últimas incursiones ha dado vida a la saga de los detectives Hernández. Esta familia de investigadores, asentados en Barcelona, realizan sus labores de husmeadores casi siempre en el espacio de ese sitio en el que viven, el barrio de Sant Andreu, una comunidad que (nos lo informa el narrador de la obra), los domingos recupera el espíritu del pueblo que fue hasta finales del siglo XIX antes de convertirse en parte de la metrópoli, y donde aún sus moradores, al desplazarse al centro, dicen que “van a la ciudad”. Un microcosmos donde todo el mundo se conoce y se relaciona y en el que gastan sus días entre los vaivenes vulgares de la existencia, que pueden ir de la alegría a la tragedia.
Los viejos amores es la cuarta entrega de las peripecias de los Hernández y, fiel a su propuesta conceptual, y quizás con más énfasis que en otros episodios, Rosa Ribas escribe una novela entrañable en la que los conflictos dramáticos tienen el sabor de los problemas reales de individuos reales. Y eso se agradece.
La muerte natural de una vecina del barrio, excompañera de estudios primarios de una de las integrantes de la familia, será el hecho que, sin aparentes complicaciones, colocará a los detectives en una investigación que se irá enredando hasta el punto en que se produce un asesinato… cuando han transcurrido las dos terceras partes del relato. Este desarrollo dramático de una novela policial sin asesinatos (!¡) sirve para demostrar la capacidad de la autora para crear interés, incluso suspense, sin las alharacas de violencia y perversión al uso.
El clan de los Hernández, formado por los padres Mateo y Lola, las hijas Nora y Amalia y el compañero de esta, Ayala, llega en esta novela marcado por el asesinato del otro hijo, Marc, ocurrido en una entrega anterior, y por la vigorosa reacción que entonces tuvieron ante tal suceso. Esa tragedia familiar, que aún pesa sobre ellos, en especial sobre la depresiva madre Lola, le permite a la escritora profundizar en los caracteres de los personajes y en las relaciones existentes entre ellos, con amores, celos, rivalidades, rechazos y fidelidades, los cruces cotidianos que podrían adornar a cualquier familia.
Mientras los detectives investigan las circunstancias rodearon los días finales de la vecina y avanzan en una trama que se va oscureciendo, su labor profesional se complementa con las pequeñas investigaciones de infidelidades —quizás su más recurrido servicio— y la muy peculiar de un cliente que pide se le dé un resumen de la vida actual de diez viejos amigos para poder saber si alguno de ellos tiene una existencia mejor o peor que la suya.
El sentido de realidad, de vidas comunes y más o menos simples de sus personajes quedará reforzado al final de relato con las soluciones definitivas o postergadas de sus pesquisas. Sin grandes sorpresas, sin estridencias, sin trucos de ocultamientos de información pero con la apreciable capacidad narrativa de Rosa Ribas, que nos ha obligado a seguir hasta el final las peripecias y crisis laborales y familiares de los Hernández.
Rosa Ribas otra vez demuestra con Los viejos amores que las pirotecnias y efectos especiales de tanta novela policial contemporánea no son indispensables para conseguir el resultado más importante y valioso de un ejercicio estético: en su novela se respira humanidad, el relato se nutre más que de acontecimientos de una inmersión en las luces y oscuridades de la condición humana que, como también se sabe, son la más encomiable razón de ser del arte de la novela.

Los viejos amores
Tusquets, 2025
336 páginas
19,90 euros
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