Chapman, renovador de la guitarra, publica su disco más americano
El británico Michael Champan abandona la experimentación
El quiebro de un inclasificable. “Hace mucho tiempo, Kevin Ayers quiso saber qué tipo de música hacía. ‘Le preguntas a la persona equivocada, ni lo sé ni me importa’, le dije”. Michael Chapman (Leeds, 1941), el Kandinsky de la guitarra según Thurston Moore, sí tiene algo claro: “Nunca he sido un cantante folk pese al empeño ajeno, provengo de un planeta llamado jazz”. Lo asegura mientras su carrera, entre el cantautor y el genio instrumental, cumple cinco décadas. Un álbum titulado precisamente 50 nos lo devuelve a la canción, tras un lustro de entregas experimentales con las seis cuerdas.
Cuando el pequeño sello Paradise of Bachelors (de Carolina del Norte) le propuso grabarlo, Chapman dudó: “Llevaba cuatro años sin escribir canciones, aunque no era plan sufrir un ataque de pánico. Dos meses antes de entrar en el estudio, me salieron tres del tirón”. Él considera 50 su “disco americano”, primero registrado en suelo estadounidense. “Algo con lo que soñamos todos los músicos británicos. Y viceversa. Así que el resto del álbum lo forman mis nuevas versiones de temas propios nunca publicados en América”.
El disco desprende sabor indie con Steve Gunn al frente de la producción y de la banda que respalda a Chapman (incluye a la histórica folkie Bridget St. John). “A Steve le conocí hace 10 años porque me organizó una serie de shows. No ha parado de mejorar como guitarrista y vive en estado de gracia”. Gunn es un admirador del maestro como los participantes en Oh Michael, look wat you’ve done: friends play Michael Chapman (2012), trabajo de tributo que revitalizó, junto a toda una serie de reediciones, la figura del británico.
Y en esa ola sigue: “Debo acostumbrarme a que quieran hablar conmigo, pasé años esquivando entrevistas, he sido una persona muy privada”. Su menor fama respecto a contemporáneos como Roy Harper o John Martyn la atribuye a no haber querido nunca residir en Londres (vive en una granja en el norte de Inglaterra): “No haber ido ni a los conciertos ni a las reuniones o cenas de rigor, aunque ni ellos ni yo hemos permitido que las discográficas dictaran el juego. Quiero pensar que siempre he hecho los discos que me ha gustado hacer”.
Chapman retoma para 50 una de las canciones versionadas en el álbum de homenaje, That time of night (“la cantó Lucinda Williams, de la que llevo años siendo fan”). En la letra asegura no asustarse fácilmente. Normal para alguien que conoce el medirse a un audiencia de rock multitudinaria con solo la guitarra acústica. “Delante de hasta 80.000 personas”, puntualiza sin vanidad. El cuajo ya lo mostraba de aprendiz, como en una anécdota relatada a menudo: “No tenía dinero para entrar en un pub de Cornualles en una tarde de lluvia. Le ofrecí al de la puerta tocar gratis la guitarra durante media hora si me dejaba pasar. Acabaron contratándome para todo el verano. Mis primeros bolos en solitario”.
Su experiencia hasta entonces se enmarcaba en grupos de jazz. Y poco antes había abandonado un trabajo como profesor de fotografía y plástica (estudió en una escuela de arte de Leeds). “No soy bueno enseñando, ni siquiera con mi instrumento”. Lo afirma pese a haber lanzado un disco en 1978, Playing guitar the easy way, con intenciones educativas. “Mi problema es que yo mismo soy autodidacta, igual que le ocurría a John Martyn, aunque quizá eso nos haya provisto de marcas distintivas al tocar”.
El estilo de Chapman comenzó a forjarse con la escucha de viejos bluesmen. “Mi principal influencia era Big Bill Broonzy. Convertí luego al jazzman Django Reinhardt en mi tótem: copiaba todos sus solos, me sirvió para ganar mucha velocidad. Después ya exploré a otros como Wes Montgomery”. La orientación jazzística la pautaban Leeds y sus normas municipales: “En los años cincuenta, no se permitía vender cerveza en conciertos de rock & roll, sí en los de jazz. No salían bandas de rock en la ciudad como en Manchester, Liverpool o Birmingham…”
El sambenito trovadoresco tiene mucho que ver con el pateo del circuito de folk por necesidades tecnológicas: “Los clubes de jazz no poseían entonces la amplificación para la sutilidad de la guitarra acústica”. La peculiar casa que albergó los cuatro trabajos iniciales de Chapman, Harvest, filial de EMI especializada en música progresiva y underground, también contribuyó a alimentar su caldero estilístico, luego electrificado en el sello Deram. “Harvest fichaba artistas con los que otros no sabían cómo lidiar: Kevin Ayers, Syd Barrett…”
Entre esas notables entregas (reeditadas desde 2011 por la disquera de Seattle Light in the Attic), Fully qualified survivor representa el Everest. En él empleó a la guitarra solista a su vecino, un desconocido Mick Ronson. “No quiso acompañarme en directo por fidelidad a su grupo, The Rats. David Bowie lo supo ver y les convirtió al poco en sus Spiders From Mars”. El propio Chapman pudo integrarse en la banda de Elton John. “Mi productor, Gus Dudgeon, le dijo sin consultarme que yo no querría. Ajeno a todo, yo mismo recomendé a Davey Johnstone, que sigue con Elton”.
En 50, Chapman lo mismo lamenta el abandono a los sin techo en Memphis in winter que recuerda sus tribulaciones con promotores españoles en A Spanish incident. “Uno me llegó a programar conciertos el mismo día en Madrid, Barcelona y San Sebastián. No actúo en vuestro país desde los ochenta. Me encantaría hacerlo. Aún recuerdo, tras tocar en Aranda, una cena con cordero y vino tinto”.
Babelia
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