La sensual revolución de Giovanni Bellini
El pintor y sus discípulos protagonizan una muestra en Italia que ahonda en sus vírgenes y en la labor de su taller
La vírgenes del pintor renacentista veneciano Giovanni Bellini (Venecia, alrededor de 1430-1516) representan el rol más humano de la madre de Cristo: son juguetonas, cariñosas, tiernas, acaso sensuales. La mirada es dulce y melancólica. Las madres abrazan con delicadeza al hijo, como si el creador quisiera transmitir la experiencia personal de una infancia llena de afecto. Los cuadritos de Bellini crearon una nueva tendencia en la historia del arte: los personajes aparecen representados con la originalidad de las posturas, la ambientación del paisaje y la composición –en inéditos planos medios– y el uso magistral de la luz, que, de tanto en tanto, recuerda la resurrección o la muerte. La exposición Bellini y los bellinianos, en el Palacio Sarcinelli de Conegliano, tierra de colinas suaves, en el norte de Italia y ciudad natal de algunos de sus discípulos, desvela el método de trabajo del maestro y cómo funcionaba su taller. De paso, responde a un asunto espinoso que emerge cuando se habla de Giovanni Bellini: ¿quién pintó qué? Con un año de retraso, por motivos burocráticos, con respecto a la celebración del V centenario de su muerte, se exponen una treintena de obras, entre las cuales figuran vírgenes bellinianas y pinturas religiosas de gran formato, firmadas por autores poco conocidos como Marco Bello, Domenico Capriolo y Jacopo de Valenza y de artistas célebres como Tiziano y Tintoretto. Pasaron por la bottega de Bellini, absorbieron como esponjas los secretos del genio renacentista veneciano y construyeron su propia carrera. Otros se limitaron a copiarlo, aun después de su muerte.
Hijo de Jacobo Bellini, hermano de Gentile y cuñado de Mantegna, Giovanni era el menor de la familia. Siendo apenas un chaval, Giovanni Bellini elaboró telas de gran dimensión para iglesias, mucho antes de experimentar con las imágenes para la contemplación privada, como sus vírgenes coloridas y sensuales, que se convirtieron en un género muy apetecido por las familias venecianas del siglo XV.
Y esa fue la verdadera revolución pictórica de Bellini: sus pequeños cuadros, de apenas 83 por 62 centímetros, que nacieron para satisfacer la espirtualidad personal del un pintor reflexivo: pintaba Vírgenes con el Niño, según él, como ejemplo de buena conducta familiar. Quería comunicar que las madres pueden ser amorosas y cálidas, rompiendo con la tradición de retratar vírgenes tristes. Sin embargo, con el paso del tiempo la invención se convirtió en un fenómeno pictórico de masas y tuvo un gran éxito comercial. Los problemas comenzaron cuando el ritmo pausado de trabajo del pintor no coincidía con la demanda creciente. Además de lento, detestaba que los clientes metieran las narices en la composición, el uso del color y la luz. Para satisfacer la demanda echó mano de sus aprendices. Fue así como nació la producción en serie en el taller de Bellini: el maestro hacía los dibujos y componía el espacio, y del resto se ocupaban sus discípulos. Lo explica el comisario de la exposición, Giandomenico Romanelli: “Sabemos que Giovanni dibujaba en papel las líneas esenciales, luego eran perforadas y cubiertas con polvo de carbón, y sobre esta base los alumnos rellenaban las figuras. En otros casos, se recurría a una especie de collage, ensamblando diferentes partes de los dibujos de Bellini. Los paisajes eran siempre de su mano porque los consideraba de gran valor espiritual”.
Abundan los ejemplos de artistas presentes en la muestra que, por pura negligencia o falta de talento, copiaron a Bellini, siguiendo las huellas de sus dibujos. De tanto copiar, se multiplicaron en modo exponencial variantes de los prototipos salidos del atelier belliniano, muy diferentes no solo en los detalles, sino también en la iluminación y la calidad del producto final. Emblemático es el cuadro símbolo de la exposición, firmado por Marco Bello: retrata la circuncisión de un bebé poco agraciado y desproporcionado. En la escena hay dos mujeres, cuyas líneas delicadas contrastan con los de los cuatro personajes masculinos. Sin duda, Bello calcó las féminas y el resto es obra suya. Estaba a años luz del maestro, por eso firmó siempre como aprendiz de Giovanni Bellini.
La herencia de Bellini no radica en las copias de sus dibujos y adaptaciones de sus obras, dice Romanelli, experto en arte renacentista. Tampoco se encuentra en el taller. El legado de Bellini está en el futuro: “El taller es una realidad que permanece siempre igual, un lugar donde muchos de sus alumnos copian los trazos del maestro, mientras Bellini sigue innovando. El gran legado de Bellini son los alumnos que posteriormente se convierten en los protagonistas sucesivos: Tiziano, Giorgione, Tintoretto...”. Como la serie de seis retratos de “cabezas viriles”, firmadas por Tintoretto, expuestas en el último capítulo de la muestra. En los rostros de los caballeros, Tintoretto parece haber calcado la composición, típica de los retratos de Bellini. Nacía así una versión doméstica de la propia efigie. Y también, una generación de discípulos, que a partir del siglo XVI se encargó de influir en toda la pintura europea.
Babelia
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