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El rostro de la derrota visita al pintor de batallas de Pérez-Reverte

El autor de la novela acude a la primera representación en los Teatros del Canal de Madrid

Juan Cruz
Arturo Pérez-Reverte y el actor Jordi Rebellón en los Teatros del Canal, en Madrid.
Arturo Pérez-Reverte y el actor Jordi Rebellón en los Teatros del Canal, en Madrid.Eduardo Parra (Getty Images)

El fotógrafo famoso es un héroe cansado y ahora es pintor. Pinta batallas, decora su casa extraña, junto a un recodo histórico del mar. El mar suena poderoso, y a veces la voz de una mujer, una azafata, explica que ese que habita ahí es un hombre privado, no quiere visitas. Sin embargo de pronto entra en ese búnker de pinceles un individuo que es el propio rostro de la derrota.

Se sabrá en seguida. El artista cansado es Andrés Faulques, que retrató guerras en todas partes, y el hombre que llega es Ivo Marcovic, un soldado al que él disparó (con su cámara) en el asedio serbio a Vukovar, en los Balcanes; Andrés cree que Ivo había muerto. Está ahí, es el rostro de la derrota, que viene a visitarle.

El argumento es el de la novela El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte, y la versión que resume con poderío de poema el más melancólico de los libros del autor de La Reina del Sur es otro novelista, Antonio Álamo. El estreno fue anoche en los teatros del Canal, en Madrid; el autor de la novela se sentó, con su familia, junto al autor de la versión teatral. Al final, Alamo saludó con los actores (Jordi Rebellón, el pintor, Alberto Jiménez, el visitante). Pérez-Reverte atendió de pie al aplauso que le vino del escenario y del patio de butacas, abarrotado por quienes seguramente ya leyeron la novela.

El cronista leyó la novela y puede dar fe, como su editora, allí presente, Pilar Reyes, de que la versión se ajusta como un poema a la esencia de ese libro tan especial en la larga producción novelística de Pérez-Reverte. Hasta ahora mismo no hay en sus novelas un aliento así, tan intensamente melancólico; hay espacios en los que esa melancolía, ese sentimiento de derrota y de cansancio, surgen aquí y allá (en La piel del tambor, en El tango de la Guardia Vieja), e incluso hay en zonas de su producción (sobre todo en su autobiografía de reportero, Territorio comanche) rasgos de su personalidad privada.

Pero fue en El pintor de batallas donde el reportero más popular y más activo del periodismo televisivo español de las últimas décadas dio una muestra autocrítica del trabajo en los frentes. Y surgió de esa actitud la historia de un fotógrafo que narraba, con su visor, las batallas y las miradas como si pasara por allí, sin implicarse en el dolor de las víctimas que, para él, eran “el rostro de la derrota”. Era la guerra de los Balcanes, esa guerra civil que sacudió el alma rota de Yugoslavia.

Y eso es lo que le va a decir el visitante a su castillo, en cuya jaula Faulques guarda su mala conciencia o su culpa. Ivo es una víctima de la guerra… y del disparo de la cámara. Una fotografía de su rostro recorrió el mundo bajo ese título, El rostro de la derrota. Pero Ivo, presentado por la prensa internacional como una de las numerosas víctimas de aquel conflicto tan cruento, no había muerto: sobrevivió, y viene al castillo del pintor de batallas a decirle lo que la memoria atormentada del fotógrafo cansado de tanta guerra le dice a éste desde entonces.

El decorado de pronto deja de ser el estudio de un pintor solitario para convertirse, sin que se vean, los escenarios del desastre balcánico; Ivo evoca batallas mezquinas, ataques violentos en los que seres humanos que fueron vecinos se convierten en enemigos sanguinarios, capaces de violaciones horrendas. Ivo es, en efecto, el rostro de la derrota, pero en ese rostro se ve ahora el fotógrafo. Entonces sólo veía individuos cayendo ante la metralla; ahora se le aparece el verdadero rostro de lo que para él fue materia dentro de una película.

La novela está seguida al pie de la letra, al menos eso nos pareció a algunos de los que estamos familiarizados con la obra, como su editora literaria ya citada. El asunto que se cuenta en el libro y en el escenario remite al mismo y poderoso argumento: ¿puedes mirar sin estar en la lucha?, ¿el clic de tu cámara, el bolígrafo con el que escribes la derrota en un cuaderno, no ha de levantarse para ocuparte de la víctima? ¿Cuál es el papel del que mira? Ivo va a recordárselo a Andrés, y Andrés de pronto adquiere conciencia, ante esas palabras, de que lo que pinta precisamente es el contenido oscuro de su culpa. Esa evidencia cobra sentido, al fin, cuando ennegrece el cuadro que pinta. Del color de su conciencia.

La obra inspira una rabiosa melancolía. Los que hayan leído ya El pintor de batallas tienen aquí una posibilidad de adentrarse en ese sentimiento que ya inspiró cuando Pérez-Reverte la publicó en Alfaguara en 2006. Parecía entonces una autobiografía. Ahora parece la autobiografía del periodismo, al que de vez en cuando viene a visitar el rostro de la derrota que contamos como si no pasara ante nuestros ojos.

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