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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La filosofía y el ‘macguffin’

La obsesión de DC por lanzar su propio universo cinematográfico expansivo a lo Marvel va a contrapelo y por eso fracasa

El Thanos de Josh Brolin con su guantelete del infinito.
El Thanos de Josh Brolin con su guantelete del infinito.

Hace unos días, con la experta dosificación que genera yonquis de la ficción impenitentes, Marvel nos mostraba unos segundillos de su nueva película de Los vengadores. El microtráiler en cuestión se centraba en un macguffin bien conocido para todos los prosélitos de la Gran M: las gemas del infinito, seis piedras poseedoras de una energía cósmica inimaginable que convierten a su poseedor en una fuerza (casi) invencible. En esos breves segundos de marketing tuve uno de esos flashes de inspiración que (en la mente de uno al menos) justifican un artículo. Entendí por qué la compañía rival, DC Comics, va a perder, sí o sí, en esta batalla por los universos. Va a perder porque no es su guerra.

Tal vez suene demasiado petulante hablar de ontología cuando es de Spiderman, Batman y compañía de quien hablamos. No lo creo, pero si quieren cambio lo petulante por lo cursi y hablaré del alma de DC y el alma de Marvel. Empiezo por la segunda, que me inspiró la reflexión. El alma de Marvel es el macguffin. Este término, acuñado nada menos que por Alfred Hitchcok, se refiere a ese artefacto de la ficción, literal o alegórico, que desvía la atención del espectador, le da un objetivo y sirve como detonante de la trama. Hitchcock era un genio usando este tipo de recurso. Baste recordar la confusión de Con la muerte en los talones cuando al pobre Cary Grant le endilgan un macguffin humano, la identidad del inexistente George Kaplan. Marvel también lo es.

Si analizamos la génesis de los héroes marvelitas vemos que, casi siempre, ese origen se produce por una causa-efecto ligado a un macguffin. Radiación para Hulk. Una araña para Spider-Man. Un gen anómalo para los mutantes de X-Men. Un martillo en el caso de Thor —recordemos que la versión comiquera no lo establecía desde un principio como un dios, sino que encerraba a la deidad, como castigo en el cuerpo de un humano, David Blake—. Y así hasta el infinito, como las gemas.

'Splash-page' de 'Kingdom come', obra maestra de Mark Waid y Alex Ross.
'Splash-page' de 'Kingdom come', obra maestra de Mark Waid y Alex Ross.

Lo que subyace en esta forma de construcción es que prima más la vuelta de tuerca, el objetivo, la aventura, en definitiva, que los héroes en sí. Los personajes de Marvel encajan en aventuras extraordinarias colectivas porque su propia concepción responde a la persecución de un macguffin, un fulcro que representa el encuentro entre lo ordinario y lo extraordinario. En resumen, una gema del infinito.

Ahora reflexionemos brevemente sobre sus rivales, DC Comics, que no levanta cabeza, aunque algo de pasta haga, en su intención de clonar la estrategia Marvel del universo compartido y las películas colectivas. Piensen en Wonder Woman, Batman, Superman. No hay macguffin por ninguna parte. No hay génesis por choque entre lo ordinario y lo extraordinario. Wonder Woman, Batman y Superman son quienes son por su biografía personal y no por el dedo divino del guionista que les da poderes extraordinarios por cualquier causa estrambótica. Es su origen y los dramas vividos los que moldean su psique y su alma.

Esto provoca que las historias de DC funcionen tanto mejor cuando ahondan en lo íntimo. Aunque DC también tiene su Crisis en las Tierras Infinitas, sus arcos argumentales que proponen choques cósmicos entre multitud de héroes ­—ninguno mejor, para mi gusto, que esa obra monumental de Alex Ross y Mark Waid, Kingdom come— no son ni de lejos tan memorables como cuando profundizan en lo vertical. Es decir, un personaje en el foco y la máxima profundidad posible sobre él. Un tratamiento, por pretenciosa que suene la palabra, eminentemente filosófico. Las obras de Frank Miller o Alan Moore son buena prueba de cómo brillan los héroes de DC cuando no tienen que compartir el foco con nadie más. Las de Christopher Nolan, los mayores éxitos en la historia de la compañía en su traslación cinematográfica, también.

Viñetas de las gemas del infinito.
Viñetas de las gemas del infinito.

Esta diferencia creo que tiene una conexión directa con cómo se concibieron ambos cosmos. Para o bien o para mal, las reglas del mundo que rigen Marvel dependen de un solo hombre: Stan Lee. Cierto es que luego apenas desarrollaba sus guiones, que delegaba hasta extremos abochornantes en dibujantes como Dikto o Kirby. Pero la concepción de Universo de idea feliz y de colaboraciones, al más puro estilo MTV, parte de su mente. DC era y siempre ha sido una compañía más abierta a que la personalidad del artista se expresara en sus propios términos. Con lo cual esa visión global de Marvel no forma parte de su forma de entender la ficción. Está impostada. DC ­—porque ahora, desgraciadamente, los cómics son, en cuestión de negocio, storyboards de futuras franquicias­ cinematográficas— necesita encontrar más Christopher Nolan. Un Kevin Fiege, productor y vigilante del Universo Marvel, acabaría por matar el alma de la compañía.

Siempre podrán encontrar excepciones a estos dos grandes modelos. Evidentemente, Alan Scott, aka Linterna Verde, es un héroe de génesis marvelita. Y hay héroes en Marvel que simplemente son, como Tony Stark. Pero en líneas generales es fácil ver que las fuerzas tectónicas que las dominan son muy diferentes. Antagónicas, como su posición en el mercado. Marvel, desde luego, le está dando sopas con honda desde hace un tiempo. DC, si quiere salir del círculo vicioso de ser el segundo plato en esta obsesión por los universos colectivos, necesita recuperar radicalmente su esencia. Y apostar, personaje a personaje, por artistas que los amen.

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