El legado de Paul Newman
Clea Newman promociona la película 'Lo que de verdad importa', cuyos beneficios irán a parar a la fundación que creó su padre
Tiene los ojos de su padre, subyugantes, hondos. Y, como su padre, mira sin que se le haya empañado esa curiosidad infantil, ese convencimiento de que una sola persona puede cambiar el mundo. Paul Newman lo creía firmemente y hace casi treinta años fundó unos campamentos para que los niños con enfermedades graves pudieran ser niños, dormir en literas, revolcarse en el barro, mojarse cuando llueve o nadar en la piscina, sin que nadie les hiciera sentir frágiles. Niños a pesar del cáncer, a pesar de todo. Hoy es Clea, la benjamina de las hijas que tuvo con la ganadora de un Oscar Joanne Woodward —primera actriz con una estrella en el paseo de la fama—, quien se hace cargo de la fundación Serious Fun, del legado que de verdad importaba a Newman. “Era obstinado como un perro con un hueso y se rodeó de gente más lista que él para que su ilusión se cumpliera”, sonríe Clea. Por eso ayer por la mañana, San Valentín, se despidió de su marido apenas después de levantarse de la cama y felicitarse el día de los enamorados. Habían pasado juntos dos jornadas en Toledo, comiendo y de visita, y él continuaría como otro turista entre tantos en el Museo del Prado, mientras Clea Newman acompañaba a Paco Arango en la presentación de Lo que de verdad importa. La película del cineasta mexicano es la primera concebida para no recuperar un solo euro: los beneficios van a parar íntegros a la beneficencia. Está dedicada a la memoria de Paul Newman y, por tanto, los fondos se destinarán a que su fundación pueda acoger a más y más niños en los campamentos. Arango dice con orgullo que ha percibido como si tocara el alma de Newman a través de su hija Clea.
Lo que de verdad importa, que se estrenará este viernes en alrededor de 100 salas en España y que aspira a colarse en México y EE UU, es una fábula vitalista sobre un tipo, Alec (Olivier Jackson Cohen), cuya vida en Londres se vino abajo tras la muerte por cáncer de su hermano gemelo y que, a la vez que una segunda oportunidad en una aldea clavada en un paisaje de ensueño en Nueva Escocia (Canadá), recibirá el don para sanar a los aquejados de algún mal que lo rodean. “La causa de la película está muy ligada a la historia”, comenta Arango. El fondo con la forma. Allí, la adolescente enferma terminal que interpreta Kaitlyn Bernard sacudirá a Alec, quebrará cuanto esperaba de sí mismo. El personaje se llamó Abigail en honor a la hija de 18 años que perdió una mujer con que Arango se topó en el rodaje. Cáncer. Antes de morir, Abigail dejó escrito un poema titulado Just breathe (Respira) azuzando a exprimir cada segundo, un perfecto resumen del mensaje que tan explícitamente quiere mandar Arango: “Yo tengo fe, creo hasta en Harry Potter, y también, como cristiano, en una vida después de esta; he intentado contar con el corazón”.
“Estamos tan bien como nos sintamos”, dice convencida Clea Newman, que desgrana cómo su experiencia junto a los niños le ha llevado a pensar que el poder de la mente, el deseo ferviente de mejorar y recuperarse es tan importante para vencer a las peores enfermedades como la medicina. Está asustada, sin embargo. Hollywood anda revuelto contra Trump por el veto migratorio y por la cicatriz que supondría cerrarse a México con un muro. A ella le incomoda hablar de política, recuerda, dice, palabras de su madre: “de quien no tengas nada bueno que decir, no digas nada”, pero le reconcome que el único intento por llevar un sistema de salud universal, público y gratuito a todos los estadounidenses, el conocido como Obamacare, vaya a derrumbarse sin remedio. “Millones de personas se quedarán sin asistencia. Espero que todavía pueda meditarse largo y tendido antes de una decisión tan crítica”. Solo cuando sopesa que esa posibilidad pueda materializarse sus ojos se apagan. Solo duran un segundo, apagados.
Babelia
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