Javier Cercas: “El Rey debería condenar el franquismo”
El escritor viaja a su pueblo, en Cáceres, para hablar de 'El monarca de las sombras', su vuelta a la memoria de la Guerra Civil
En Ibahernando Javier Cercas es Javi. La casa de cultura del pueblo cacereño en el que nació hace 54 años lleva solemnemente su nombre pero todo el mundo llama al escritor por el diminutivo antes de preguntarle por su madre. Su madre, Blanca, es una de las protagonistas de su nuevo libro, El monarca de las sombras (Literatura Random House). El otro protagonista es Manuel Mena, un tío de Blanca muerto cuando combatía en la batalla del Ebro como alférez de Falange. No lejos de la casa de los Cercas Mena está la calle dedicada a aquel muchacho de 19 años que durante la posguerra ejerció de héroe de la familia. “Para mi madre, que tenía siete años cuando él murió, era una leyenda, era Aquiles”, cuenta el autor de Soldados de Salamina, que no sabía que en el zaguán de su casa hay un vaso griego con una escena de la Guerra de Troya. “Será de Talavera”, dice irónico. “Mi madre, hooligan peligrosa, quiso ponerle a esta casa Villa Salamina. Por suerte, mi padre se negó”.
Su padre, veterinario, murió cuando él terminaba Anatomía de un instante (2009). Su madre vive en Girona, la ciudad a la que emigraron todos en 1966. “Ella pensaba que estaríamos allí uno o dos años y luego volveríamos a Ibahernando”. Nunca volvieron pero nunca dejaron de volver. Cada verano atravesaban España en un viaje de día y medio para instalarse en la vivienda de la calle de Las Cruces cuya llave custodia ahora Eladio, un vecino que también aparece en El monarca de las sombras. Cercas dice que nunca se sintió ni extremeño ni catalán sino de Ibahernando: “Uno es de donde se enamora por primera vez. Y yo me enamoré aquí”. Volvió a Girona “desesperado”. La dolencia era seria y él buscó como remedio “el libro más serio” que hubiera en su piso del barrio de la Devesa. Resultó ser San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno. La historia de un cura que pierde la fe cayó como una bomba en aquel adolescente católico y formal que ahora recuerda entre risas su particular conversión: “Me eché a la mala vida —que para mí consistía fundamentalmente en beber cervezas— y busqué en la literatura lo que ya no podía darme la religión”.
Tras estudiar en Barcelona y pasar dos años en Urbana (EEUU), Cercas regresó a Girona para enseñar literatura en la universidad. Era un medievalista devoto de los escritores latinoamericanos y estadounidenses, un novelista en ciernes que conocía a más autores vivos en catalán que en castellano. No obstante, hizo su tesis doctoral sobre la obra narrativa de Gonzalo Suárez. “Él ya era posmoderno en los sesenta y yo también quería serlo”, cuenta Cercas. “Todo lo que se nos vendió luego como nuevo ya lo había hecho Gonzalo en sus libros y películas. Lo que le pasa es que siempre se promociona mal y mi ensayo sobre él era un tocho ilegible”.
En 2001 Javier Cercas era un profesor que traducía a Quim Monzó y Sergi Pàmies y que había publicado tres libros con un punto gamberro: El móvil, El inquilino y El vientre de la ballena. En marzo de ese año publicó Soldados de Salamina y se convirtió en un escritor de éxito. David Trueba, que aparece como personaje en El monarca de las sombras, la llevó al cine y hasta su madre colgó en Ibahernando fotos de una exposición dedicada a la novela. ¿Qué pasó? En el corral de la casa, Cercas se encoge de hombros: “Richard Rorty dice que el éxito de una obra depende de la coincidencia azarosa entre las obsesiones privadas de un escritor y las necesidades públicas de una sociedad. Pasó eso. Piensa que el libro apareció a la vez que el Movimiento para la Recuperación de la Memoria Histórica”.
Dieciséis años después, vuelve a la Guerra Civil movido por la necesidad de saber y, ahora lo reconoce, por la vergüenza: “De joven me daba vergüenza no solo que el héroe de mi familia fuera un falangista sino que toda mi familia hubiera sido franquista. He escrito El monarca de las sombras para saber qué había pasado. Y sí, tenía miedo de encontrar algo de lo que hubiera que avergonzarse, pero necesitaba saberlo. Se trataba de asumir de dónde vengo”. En la habitación de planchar colgó durante años el retrato de Manuel Mena de uniforme. Cercas se lo llevó a Barcelona, donde vive ahora, y otros retratos ocupan su lugar. “Ese es mi abuelo Paco Cercas”, dice señalando la pared. “Fue el primer alcalde franquista de Ibahernando, pero al acabar la guerra abandonó Falange y nunca quiso que sus hijos tuvieran nada que ver con los vencedores”.
La Guerra Civil curó de espanto a los Mena y a los Cercas. “En los pueblos la guerra fue muy distinta que en Madrid o Barcelona”, cuenta el escritor frente a la iglesia, donde una inscripción recuerda todavía a José Antonio Primo de Rivera. “En 1936, para la gente de Ibahernando el mundo se acababa en el pueblo. Había dos bandos: lo que comían y los que no. Una de las cosas más tristes de este chaval, Manuel Mena, es que es un perdedor total de la guerra aunque luchase en el bando vencedor. Es un perdedor porque luchaba contra sus propios intereses; sus intereses los defendía la República, que había venido para defender a los pequeños propietarios, gente que no llegaba ni a clase media pero que por lo menos comía. También es un perdedor porque luchó en el bando equivocado, y por tanto no podemos reivindicarlo, y sobre todo porque lo perdió todo, incluida la vida”. Con todo, Cercas distingue entre razón política y razón moral: la primera, dice, estaba inequívocamente del lado de la República, un régimen democrático que, sin embargo, no tenía la exclusiva de la segunda: “Igual que hay canallas de las buenas causas, hay gente que de buena fe se pone del lado equivocado. Juzgarlos ahora es muy fácil”.
El mayor juicio al franquismo, según Cercas, consiste en reivindicar la Segunda República. “Soldados de Salamina era una reivindicación de su legado, encarnado en un soldado republicano al que nadie le ha dado las gracias”. Para el escritor, “el problema es que la derecha no ha condenado el franquismo. ¿Condenarlo significa que todos los que vivieron bajo el franquismo eran unos canallas? No. ¿Los miles de idealistas que lucharon por Stalin son responsables de sus crímenes? No. Pero políticamente se equivocaron”. Mientras abre y cierra puertas y ventanas, Cercas habla a toda velocidad. De repente, se para: “¿Sabes quién tenía que haber cortado esto? El Rey actual. Con una declaración o con un acto simbólico como el que tuvo con los soldados de La Nueve en Francia, un gesto que cortase por lo sano con el franquismo y reivindicara la República, que es de donde viene en realidad la monarquía parlamentaria. ‘Condenar’ es la palabra que nunca ha usado: condenar el franquismo y el golpe de Estado de Franco. Sería tan sano...”
De paseo por Ibahernando, el escritor señala en cada esquina la casa de un tío o de un primo suyos. Al pasar por la calle Alférez Manuel Mena recuerda que él y sus hermanas ocultaron a su madre durante un tiempo que, en virtud de la Ley de Memoria Histórica, se hablaba de quitarle esa a su tío. Cuando se lo dijeron, Blanca Mena respondió: “Lo que no entiendo es cómo no la quitaron hace mucho tiempo”.
En el restaurante La Majada, también escenario de El monarca de las sombras, Cercas explica que uno se da cuenta de que se ha hecho mayor cuando empieza a decir “antes todo esto eran campos”. También, añade, cuando se mira al espejo y reconoce a su padre: “Yo ya reconozco al mío”. ¿Y su madre? ¿Qué ha dicho del libro? “Ella cree que entre Cervantes y yo hay un enorme vacío en la literatura occidental. Solo me reprochó: ‘¿por qué dices que la casa se está cayendo?”
El monarca de las sombras. Javier Cercas. Literatura Random House, 2017. 288 páginas. 20,90 euros. Se publica el 16 de febrero.
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