_
_
_
_

Justo triunfo de la ira en otra aburrida gala de los Goya

Nada que objetar al premio supremo. Esa turbia, desasosegante, violenta, veraz película de Raúl Arévalo

Carlos Boyero
Foto de familia de los ganadores de los Premios Goya.
Foto de familia de los ganadores de los Premios Goya.BERNARDO PÉREZ
Más información
Emma Suárez, la libertad a cualquier precio
La gala de los Goya aún necesita mejorar (y mucho)
La derrota es amarga
Noche para el tesón de Raúl Arévalo
Los ganadores de los Premios Goya 2017
La gala de los Premios Goya 2017, en imágenes

En mi larga, aunque pocas veces gozosa, tarea de plantarme frente al televisor para observar la puntual y supuestamente gran fiesta de los Oscar, de los Goya y otros rituales de pompa y circunstancias, encuentro fundamental verlas en alegre compañía, comiendo, bebiendo y riéndose, admirando el ingenio verbal de tus compañeros al comentar lo que está ocurriendo en el trascendente escenario y en el engalanado patio de butacas. Si lo haces en soledad, es probable que el amodorramiento te derrote, que tu imaginación vuele hacia otros lugares, que supliques al reloj que vaya acelerado, que termines notablemente fatigado. No siempre, por supuesto. Pero las excepciones son escasas. Y celebras el jolgorio y la emoción de los asistentes a la gala, aunque esas sensaciones no sean fácilmente contagiables al mirón.

Tuve la certeza, en la noche del sábado, de que los racionales organizadores le habían suplicado brevedad a los premiados en sus tan humanas como interminables dedicatorias, evitar el excesivo énfasis discursivo, el pasote emocional, que la fiesta discurriera un poco más rauda. Pero al final descubro que ha durado tres horas y que mi dosis de aburrimiento ha sido similar a la de otras ediciones. En fin... cosas mías, el riesgo que implica observar estas galas sin comentarlas con nadie, sin que tus colegas extraigan la gracia ante lo que vemos y escuchamos.

Hubo algunos momentos divertidos. Dani Rovira lo hizo bien y es inapelable que este señor posee una vena graciosa. Por fortuna, tampoco se empeñaron los participantes en emular, danzando y cantando, o incluso tocando el piano, a los modélicos Ryan Gosling y Emma Stone de La, La Land, a esas habilidades extracinematográficas que dominan con pasmosa naturalidad y profesionalidad los grandes actores y actrices del cine norteamericano.

No hubo soflamas políticas, o se habló en tono nada incendiario del lamentable estado de las cosas, prefiriendo reivindicaciones feministas, y aconsejaron al nada cinéfilo timonel de la sagrada patria que consumiera un poquito de cine español. Todo para alivio de ese señor tan fino y sonriente que ejerce de comprensivo ministro de Cultura y que alguna vez proclamó su amor hacia las inenarrables perlas que exhibe el intelectual, aunque también castizo, programa Cine de barrio.

¿Y los premios? Como siempre, hablo en primera persona, solo es mi verdad. En medio de las habituales soflamas sobre el éxito del cine español en todos los festivales del mundo y la apabullante cantidad de compatriotas que han devorado películas españolas el pasado año, se reconocieron los notables méritos de Un monstruo viene a verme, rodada en inglés, y del pastón que ha recaudado, subiendo hasta el delirio la cuota de mercado del cine patrio. Y le otorgaron multitud de premios, incluido el de mejor director a Bayona, ese hombre con expresión entre llorosa y anfetamínica durante la gala. La buena técnica con que está rodada se merece tanto galardón, aunque sea de los pocos espectadores a los que no hace llorar su cine, por mucho que se proponga la misión de humedecer los ojos del público.

No comparto el fervor de la Academia hacia las últimas interpretaciones de Emma Suárez, esa atractiva mujer y actriz notable. Su trabajo en Julieta me resultó tan melifluo, seudotrágico, impostado y vacío como la película. No sé si Roberto está bien o mal en la interesante Que Dios nos perdone. Solo que no soporto a su personaje, que me pongo de los nervios cada vez que lo veo y escucho. Pero sí estoy convencido de que las interpretaciones de Penélope Cruz (qué guapa, qué elegante, qué hermosa la apertura de su falda) y de Eduard Fernández son inmejorables.

Nada que objetar al premio supremo. Tarde para la ira, esa turbia, desasosegante, violenta, abarrotada de clima, veraz película que ha dirigido con tono insólito e inteligencia transparente el actor Raúl Arévalo, me ha seducido con causa. Ojalá que el cine español reciba todos los años la visita de un monstruo, de apellidos vascos, o de Torrente. No es mi cine favorito. Pero sus taquillazos, de los que se apropia estratégicamente todo cristo, servirán para disfrazar muchas carencias.

Más información

Archivado En

_
_