Eduard Fernández, el hombre de las dos caras
El actor aspira al Goya por su papel de Paesa y protagoniza en el teatro 'Panorama desde el puente'
Es un mediodía de entre semana y arranca a lloviznar en Sevilla. También hace fresco, lo que aquí viene a ser frío. Pero Eduard Fernández (Barcelona, 1964) no transige porque quiere fumar y ya se ha sentado bajo el toldo de una terraza, enciende el primer pitillo, mira a un señor que pasa con un cartel que dice “La fe es creer sin pruebas, hágase ateo”, le suelta: “¡El mensaje está claro!”. Y a lo mejor algo así le ha pasado en la vida a este actor autodidacta (“Casi no tuve escuela, aprendí el teatro así, un poco más a la antigua, sobre las tablas”), que al principio creyó y creyó sin pruebas, que insistió en los escenarios y en los rodajes sin saber cómo saldría la cosa. La cosa salió tirando a bien y Eduard Fernández es ya desde hace mucho un intérprete superlativo de teatro y de cine y es hoy además, si apelamos a una nomenclatura simplista que él odia pero que aquí hace su servicio, el actor de moda en España. Ya perdonará. Dejémoslo en que es para muchos, cada vez para más, el mejor actor español vivo.
Este individuo de aspecto macizo, ni alto ni bajo, el pelo revuelto, el timbre cazallero y un rictus de desconfianza inicial en una mirada con neblina es el protagonista de la película de Alberto Rodríguez El hombre de las mil caras. En ella pone gesto y voz al espía, negociante y hombre de cloaca Francisco Paesa. También es el principio y el fin en la versión que el director francés Georges Lavaudant firma de la obra de Arthur Miller Panorama desde el puente: un Eddie Carbone dislocado y anfetamínico por momentos que, tras su versión en catalán estrenada en el Romea de Barcelona el 2 de febrero de 2016, ha hablado español en Las Palmas, Bilbao, Zaragoza, Sevilla, L’ Hospitalet y que, a partir del día 8, lo hará en los Teatros del Canal en Madrid.
A estas alturas de partido y después de haber ganado la Concha de Plata al mejor actor en el último Festival de San Sebastián, sería una enorme sorpresa que Eduard Fernández no ganara este sábado el Goya al Mejor actor protagonista. Sería el segundo, tras el conquistado en 2001 por su papel protagonista en Fausto 5.0 de La Fura dels Baus, además del cabezón que ganó en 2003 como actor de reparto por su trabajo en la película de Cesc Gay En la ciudad. “A ver si me lo llevo, pero no me fío… que me tenían que haber dado el Goya por Todas las mujeres de Mariano Barroso y no me lo dieron”, advierte.
La noche anterior, embutido en un gabán, fumando y escuchando música con cascos, el actor se paseaba delante de las taquillas del teatro Lope de Vega de Sevilla. ¿Qué hace un actor de teatro antes de la representación, qué hace Eduard Fernández antes de volver a ser el estibador Eddie Carbone?: “La verdad es que vivo solo para esto cuando hay función. Me tomo el teatro como algo místico. Necesito estar cerca de mí todo el rato…”.
¿Rituales? “Antes tenía muchos pero he ido quitándolos todos, creo que es sano”. ¿Cuáles? “Ver el escenario antes de que llegue la gente y saludar al patio de butacas. Hacer según qué gestos. Calentar según cómo. Poner una foto de alguien o una vela en tal minuto. Pero lo he quitado todo, y ahora salgo así, ¡pa! Porque mira, si yo pienso en todo lo que tengo que hacer, no salgo”.
Preguntado sobre si la vida real, la vida que mancha, influye directamente en el proceso de creación de un personaje cada noche sobre las tablas, Eduard Fernández contesta sereno: “Mira, se me murió mi padre haciendo esta función en el Romea de Barcelona y por la noche salí al escenario. Curiosamente fue la función más fría que hice, la menos emotiva”. Pero añade: “A mí me gusta salir ahí, me va bien, lo bueno de este oficio es que cualquier cosa mala que te pase la puedes positivar y conseguir que eso te aporte cosas nuevas.
El cine nació hace 121 años, el teatro pongamos que hace cosa de 25 siglos. Es una diferencia. Hay otras, según este camaleón de la pantalla y la escena. “Con el tiempo he llegado a la conclusión de que el teatro es el lugar perfecto para expresar mi profesión en su globalidad, para decir ‘¡señores, esto es ser un actor!’. El cine tiene cosas muy particulares, muy buenas, ese primer plano en el que a veces casi se puede leer el pensamiento, esa mirada… pero el teatro está más cercano a la vida, es más orgánico, más natural, bueno, hasta donde pueda ser natural hacer todos los días lo mismo. Creo que el actor de teatro tiene que opinar mucho más que el de cine al hacer un personaje. En el escenario representas una máscara, y hay que hacerlo con absoluta verdad, pero es una máscara. En cualquier caso, el fingimiento está excluido, debe ser cero en los dos casos, cine y teatro”.
Messi, Paesa y los toros
Huye el actor como de la peste bubónica de cualquier atisbo de corrección política. Y así habla de un personaje como Francisco Paesa, un truhán de alcurnia: "Éticamente el personaje es reprobable: comerciaba con armas, no tenía miramientos con nada, para mí es lo peor del sistema, un horror… pero tenía una virtud tan grande en lo suyo, era tan específicamente bueno en algo muy concreto… un poco como Messi, que jugando a fútbol es una cosa espectacular y entonces casi vive solo para eso, ¿no? Pues Paesa lo mismo. Hay quien ha dicho por ahí: 'paesas hay muchos', y yo le digo 'eeeeeeeh, que él era muy grande en lo suyo, tenía casi algo de artista. Con él vivo en una contradicción, pero bueno, me pasa lo mismo con los toros: me parecen el espectáculo más grande, más maravilloso y más hermoso, a la vez que una tortura pública de un animal, lo cual es una barbaridad. Pero puedo vivir con esa contradicción y no tengo por qué definirme".
Y otra diferencia, según el: “Para hacer una película no hace falta ser actor. Puedes llevarte el Oscar y no hace falta que seas actor si tienes un buen director y un buen guion. Para hacer cine de una forma continuada, sí. Pero desde luego, para hacer teatro hay que ser actor”.
Cómo se mete uno en la piel del salvaje estibador Carbone y del taimado chacal Paesa… tan diametralmente alejados en fondo y forma y solo con un nexo: Eduard Fernández. “Eddie Carbone no se conforma, lo quiere todo todo el rato y esa es su desgracia. Es muy primario, muy obsesivo y muy obtuso, pero también hay en él algo muy trascendente, de tragedia humana, de cómo uno va a hacia su muerte, de cómo la busca. Paesa es completamente distinto. Es de una contención… nunca sabes lo que está pensando, si miente o dice la verdad… un tío realmente dotado para engañar y manipular… un tío que necesitaba la adrenalina del peligro para vivir.
- ¿Qué habría pensado Paesa de Eddie Carbone?
- ¡Habría flipado si lo hubiera conocido, habría dicho “¡Hostia, cómo es este bicho!”. Creo que Paesa envidiaría a Carbone.