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El hombre que fue jueves
Columna
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Sanzol dirige

'La ternura' es una comedia sorprendentemente isabelina “de leñadores y princesas”

Marcos Ordóñez
Sanzol en el escenario del Teatro de la Abadía.
Sanzol en el escenario del Teatro de la Abadía.Samuel Sánchez
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Alfredo Sanzol está zambullido en La ternura, una comedia sorprendentemente isabelina (“de leñadores y princesas”, dice), que comenzará a ensayar el 13 de marzo para estrenar a finales de abril en La Abadía, con Elena González, Eva Trancón, Natalia Hernández, Javi Lara, Juan Antonio Lumbreras y Paco Déniz. Lleva meses dejándose empapar por las atmósferas y los personajes de las comedias de Shakespeare, y escribiendo e improvisando, en talleres, con los actores.

Alfredo Sanzol es conocido por su personalísimo mundo, por su sabiduría a la hora de conseguir un tono de comedia y por su trabajo de dirección. Sobre todo de eso último quiero que me hable. Para él, “un director ha de ser un creador de equipo y de atmósfera. De entrada, ha de conseguir un ambiente propicio para la creatividad, para la libertad, pero su tarea básica es estar muy atento a la fragilidad del actor, que se expone en cuerpo y alma. Hay formas de generar confianza: no tener miedo de los miedos. No solo de los propios, sino, sobre todo, de los ajenos. Hay que estar muy tranquilo para guiar a un actor inseguro”. Hablamos de la escucha, clave en todo el proceso. “Escuchar las palabras y la música del texto. Y luego, la escucha actoral. Nuestro trabajo consiste en atrapar la atención del público durante dos horas. El modo en que se escuchan los actores es lo que genera el interés del espectador. Y hay otra cosa para mí importantísima: la necesidad de que se cree entre los actores un imaginario común. Nunca me rindo con eso: es la base de todo espectáculo, el objetivo principal”.

Una vez fijado el texto, Sanzol pide siempre a sus actores “que vengan con la letra sabida y con una propuesta, con su dibujo, con su visión. Con una pelota propia para jugar. A partir de ahí, dejo mucho espacio a lo que no sabemos. Lo que más me gusta de dirigir es armar la historia, montar el juego. Lo mejor del ensayo es cuando empiezo a divertirme y emocionarme con lo que estamos haciendo”.

Lo que le resulta más difícil es domar la impaciencia. “Quiero que todo funcione en seguida, que todo fluya a la primera semana. He de controlar siempre esa ansiedad. El ayudante es mi paño de lágrimas. He sido muchos años ayudante y sé lo complicado que es: una mezcla de asesor y terapeuta. Yo he tenido mucha suerte con los ayudantes: Pietro Olivera, Laura Galán, Ana Maestrojuán, Eli Iranzo, Vito Rogado, Carolina Morro… Al ayudante le dices cosas que no puede escuchar nadie, ni tú mismo. Frases como “me he equivocado de texto”.¡Imagínate!”.

Le brillan los ojos cuando me habla del maravilloso momento en el que “aparece” la función. “Cuando cuaja, cuando los actores la poseen… y les posee a ellos. No se puede contar: hay que vivir esa alegría. Y luego llega la melancolía, porque has de irte a hacer otro trabajo, y la función ya es de ellos y del público, aunque vuelvas y supervises muchas veces”. Otro gran empeño: ¿cómo mantener en alto la función tras el estreno?. “Un espectáculo no acaba hasta que deja de hacerse. A mí me gusta ir a todos los bolos que puedo. El tiempo no hace que las cosas se fijen: lo hace la pasión conjunta. Un montaje es como un castillo de arena: hay que estar continuamente rehaciéndolo”.

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