El Gorrión y la ornitóloga
‘Piaf’ está escrita punzantemente, jalonada de vueltas de tuerca y espléndidamente interpretada
Una reportera, especialista en fauna salvaje, en trance de hacerle una entrevista al Gorrión de París. Su editor quiere desmontar la idealizada versión oficial sobre su infancia y su exitosa carrera, para rascar en la herida que le produjo su padre al abandonarla con once añitos y en la inestabilidad de sus relaciones sentimentales. En Édith Piaf. Taxidermia de un gorrión, Ozkar Galán organiza un combate metafórico entre dos púgiles extremadas. Camile Schultz, la periodista, es un cruce entre Dian Fossey, audaz autora de Gorilas en la niebla, y Louella Parsons, viperina correveidile de Hollywood: pasa de la bonhomía a la animadversión en un clic. Édith Piaf la recibe de uñas, como lo haría la Bette Davis de ¿Qué fue de Baby Jane?
Édith Piaf. Taxidermia de un gorrión
Autor: Ozkar Galán. Intérpretes: Garbiñe Insausti, Lola Casamayor y Alberto Huici. Luz: Javier Ruiz de Alegría. Escenografía y vestuario: Ikerne Jiménez. Dirección: Fernando Soto. Madrid. Teatro Español, hasta el 5 de febrero.
Galán arbitra con sentido deportivo el retórico intercambio de golpes, separa a las contendientes cuando se abrazan y les insufla nuevo aliento si alguna se ve contra las cuerdas. Cuando el editor de la Schultz la alecciona desde fuera, como haría un entrenador con su pupilo, Fernando Soto, autor de una expresiva puesta en escena, refuerza la idea de que el camerino de la diva es un cuadrilátero.
El tiempo presente se alterna con el pasado: lo que la Piaf narra, se representa mediante escenas retrospectivas, en las cuales Alberto Huici, intérprete del editor, pasa a encarnar al padre y a otros hombres capitales en la vida de la protagonista. Garbiñe Insausti es una Piaf toda aura, que emana luz y pasión sin bajar la guardia y sin que le baje esa inflamación del ánimo con la que disimula sus carencias. Cantando tan bien esta actriz, no se entiende que en una sala donde todo el público está a pocos metros se la sonorice de manera que parece cantar sobre una grabación (en los primeros temas: luego, el tratamiento del sonido es óptimo).
Sabíamos de la excelencia de la Insausti en el teatro de máscaras (André y Dorine): verla a cara descubierta supone un gratísimo hallazgo. Enfrente, Lola Casamayor se le opone elocuentemente con su escucha, sus silencios, cada una de sus apreciaciones gestuales, su manera de encajar las respuestas recibidas y su capacidad de pasar al contraataque en un pálpito.
Escrita punzantemente y jalonada de oportunas vueltas de tuerca, esta lid evoca con más verdad las que mantienen los protagonistas de La huella y El veneno del teatro: no me extrañaría que la veamos pronto en una sala comercial.
Babelia
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