Seishi Yokomizo, el rey de la novela negra japonesa
En una nueva entrega de la serie sobre la ficción criminal japonesa nos centramos en su líder en ventas. El amo del 'quienlohizo'
Señoras y señores, lectoras y lectores, preparen sus petates, nos vamos con Mambrú.
Porque ahí donde los veis, tan pudorosos y educados ellos, los japos son guerreros. De hecho, pasaron siglos luchando entre ellos, a katanazo limpio, hasta que Yeyasu Tokugawa venció en la batalla de Sekigahara (1600), tras la que comenzó la era Tokugawa de la que ya hablamos al principio de esta frikad…. Digo esta sección.
Así que, para recuperar el tiempo perdido, cuando Japón abrió sus fronteras de nuevo a finales del siglo XIX, en apenas cincuenta años, el país del Sol Naciente se metió en un par de fregados. Nada, poca cosa, solo una guerra contra los chinos (entre 1894 y 1895) y otra contra los rusos (1904 –1905). Y mira tú por dónde, los japos se salieron con la suya. Y claro, se vinieron arriba.
Por eso, en 1937 volvieron a invadir Manchuria, comenzando la Segunda Guerra chinojaponesa, que pronto se diluyó en la Segunda Guerra mundial. Y no contentos con eso, en 1941 atacaron Pearl Harbour, para que los yanquis se unieran a la fiesta. Mas, ya lo dice el refrán, tanto fue el cántaro a la fuente…. Que a la tercera fue la vencida, y esta vez los samuráis tuvieron que envainársela (la katana, digo), después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en …
Perdona que interrumpa, ¿pero esto no iba de novela negra?
A eso voy, a eso voy. Porque después del paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, en que ya dijimos que se prohibió la ficción detectivesca, esta resurgió de sus cenizas con nuevo nombre, suiri shosetsu (ficción de razonamiento deductivo) y renovado brío.
En la generación de postguerra, destacaron directores como el conocido Akira Kurosawa (que estrenó las películas de cine negro El Ángel ebrio en 1948 y Perro rabioso en 1949) y escritores como Futaro Yamada (del que no nos ha llegado ninguna obra de misterio traducida, pero sí la estupenda Los ninjas de koga y su código secreto (Quaterni, 2012) que aprovecho para recomendar a los fanáticos de Naruto y Ninja scroll).
Aunque si hubiera que señalar un único culpable del renacimiento del género, ese sería, sin duda, Seishi Yokomizo, el gran maestro nipón del Whoudonit.
Seishi Yokomizo nació en Kobe en 1902. Desde pequeñajo, fue un gran aficionado al género, en el que debutó en 1921 por la puerta grande, ganando un premio de relato. Por eso, aunque estudió Farmacia en la Universidad de Osaka para hacerse cargo del negocio familiar, en 1926 cogió los bártulos y se trasladó a Tokio, azuzado por su amigo y mentor Edogawa Ranpo, para tratar de hacer realidad sus pretensiones literarias.
En la capital, durante años se ganó el pan (de gambas) como editor de revistas de ficción detectivesca, hasta que decidió liarse la manta a la cabeza para dedicarse profesionalmente a la escritura. Pero su primera obra, una novela policíaca de ambientación histórica titulada Oni-bi (1935), fue parcialmente censurada. Mejor suerte, corrió su segunda intentona, Ninngyo Sashichi torimonocho, que publicó entre 1938 y 1939, con notable éxito…pero entonces comenzó el conflicto.
El detective tartamudo
Yokomizo, compañero de fatigas tuberculosas de Dashiell Hammett, se vio forzado a permanecer en Yokohama durante la contienda sin poder publicar una sola línea y pasando más hambre que los pavos de Manolo (que sabe Dios de dónde eran, pero por lo que dicen, debían picar poco entre horas). Asegura la Wikipedia (y por una vez, me hago eco de sus palabras, porque ciertas o no, tienen su gracia) que durante este período, ironizaba que “la tuberculosis y el hambre estaban echando una carrera para ver quien acababa antes con su vida”.
Y tras la rendición incondicional del país, Yokomizo dio a imprenta un ensayo titulado Ficción detectivesca y guerra (1946), en el que achacaba que los japoneses habían llegado a esa desastrosa situación, por no haber leído suficiente literatura de misterio. Y es que, de haberlo hecho, según él, tendrían el hábito de observar de manera lógica y de explorar las cosas en profundidad y no se hubieran metido en ese lío.
Ese mismo año, edita por entregas El caso de los asesinatos Honjin, un enigma de cuarto cerrado ambientado en 1937, donde presentaba al personaje que le haría saltar a la fama: Kosuke Kindaichi, un detective privado tartamudo, desastrado y con la manía de rascarse la cabeza, que tras su excéntrica apariencia ocultaba unas prodigiosas dotes deductivas.
De las numerosas historias del investigador, a España solo han llegado dos, recientemente: La isla de las puertas del infierno (Quaterni, 2015) y El clan Inugami (La Factoría de Ideas, 2009).
Las aventuras del personaje se inspiraban en obras de John Dickson Carr (del que Yokomizo se declaraba fan number one) y otros autores clásicos de la era dorada, a los que el japonés imitaba y homenajeaba explícitamente. Y al igual que sus modelos, las novelas de Kindaichi eran juegos intelectuales sin aspiraciones literarias (crucitramas, que diría Javier Coma), situadas principalmente en ambientes rurales y aristocráticos, repletos de personajes funcionales, sin apenas desarrollo psicológico.
La isla de las puertas del infierno, se publicó por entregas entre 1947 y 1948. Fue la segunda novela de la serie, pero la primera en ubicarse tras la contienda. De hecho, se inicia recién terminada la Guerra, con Kosuke llegando a la remota isla japonesa que da título a la novela, para intentar proteger a las hermanas de un compañero de armas caído en combate.
Aunque, pese a los desvelos de nuestro protagonista, como no podía ser de otra forma, pronto empezarán a ocurrir extraños asesinatos. Unos retorcidos crímenes inspirados en un conocido haiku (poesía nipona de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, con motivos naturales), en un intento por japoneizar Nursery rhyme murders como Diez negritos, y que fue llevada a la gran pantalla.
A mi juicio, una novela enigma como tantas otras, pero considerada en dos ocasiones la mejor del siglo XX según una encuesta realizada por más de 500 lectores y escritores de misterio japoneses (en 1985 y 2012), así que, vete tú a saber. Mejor lean y juzguen por sí mismos.
Más recomendable en mi opinión (pero también más difícil de encontrar) es El clan Inugami, que originalmente apareció serializada a principios de los 50.
En esta ocasión, Kindaichi será requerido para investigar los macabros asesinatos que se suceden tras hacerse público el incomprensible testamento de un acaudalado hombre de negocios. - Otro misterio de manual, pero con más ritmo, fair play y por tanto más logrado que su antecesor, que también fue adaptada al cine.
Escritor muy prolífico y ¿crítico?
Estas obras solo son una pequeña muestra del trabajo del prolífico Yokomizo, que publicó más de 600 relatos y novelas, de gran éxito durante los años 40 y 50. Tras pasar de moda durante los sesenta (que como veremos en el siguiente artículo, estuvieron dominados por la escuela social de Seicho Matsumoto), el llamado “boom Yokomizo” de los 70 llevó al escritor a retomar al personaje y al renacimiento del misterio ortodoxo (honkaku).
Seishi Yokomizo falleció en 1981, aunque desde un año antes se concede el premio que lleva su nombre, que con 10 millones de yenes, constituye uno de los mejor dotados del mundo.
Así pues, vemos como a pesar de seguir adoptando y adaptando modelos extranjeros, la obra de Yokomizo fue fundamental para el desarrollo del género en Japón. De hecho, pese al tiempo transcurrido, Kosuke Kindaichi sigue siendo el detective privado más célebre del país del Sol Muriente. Y hay incluso estudiosos como Nakagawa que defienden que sus libros no son simples divertimentos, sino que encierran cierta crítica a la cultura patriarcal y el sistema político tradicional nipón.
Sea como fuere, es tal la relevancia de la serie Kindaichi en Japón, que resulta innegable que Seishi Yokomizo es mucho más que el gran senshei nipón del quién lo hizo.
Babelia
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