Aitana Sánchez-Gijón, atrapada por la maldición y la fuerza de Medea
La actriz lleva a escena, en solitario, el drama de esta hija de reyes
¡Cómo entiende ahora Aitana Sánchez-Gijón a Nuria Espert cuando se refería a la “maldición” de Medea! No le había pasado antes con ningún personaje. El duelo puede ser más largo o más corto, también más profundo, pero cuando ella termina un proyecto, ahí se queda. Hasta que se topó con Medea, esa hija de reyes, descendiente del dios Sol, que es abandonada, desterrada y repudiada, esa mujer a la que le arrebatan la dignidad y el amor y decide vengarse dando muerte a sus propios hijos. Hace ya dos años que Sánchez-Gijón se metió en la piel de Medea, en un montaje dirigido por Andrés Lima, y todavía anida en su cuerpo. “Es una maldición deliciosa. Medea me ha atrapado. Ya me lo decía Nuria Espert. Es como un alien que me habita, que está ahí al margen de mi voluntad. No se ha ido y necesita que la saque a tomar el aire”. La actriz vuelve a Medea en un monólogo que estrena en el Teatro del Barrio, de Madrid, el próximo miércoles, en el que ella interpreta a todos los personajes que protagonizaban el espectáculo de Lima.
No es un monólogo al uso, ni una lectura dramatizada. Es una combinación extraña entre lectura, dramaturgia e interpretación, con una silla como única escenografía, en la que la propia actriz comienza la representación contando al público las razones personales de esta propuesta, cual ha sido el camino recorrido, porqué esa necesidad imperiosa de volver a Medea y les da las gracias por su complicidad y su compañía en este ejercicio que la actriz califica de “salud mental”. Es la primera vez que Sánchez-Gijón (Roma, 1968) se sube sola a un escenario, “me ha aterrado siempre la idea de los monólogos, me daban pánico y los he rechazado”, pero ahora tiene la sensación de que lo hace acompañada de todos los personajes de la función original. “He llegado aquí sin darme cuenta. Mi cabeza está poblada por todos mis compañeros. Estoy sola, pero no lo estoy. Es como si llevara unas gafas de realidad virtual, porque estoy dentro de aquel montaje de Andrés Lima, veo a mis compañeros y hablo con ellos, los escucho. Pero claro, yo soy la única que lleva esas gafas y mi objetivo es que el espectador me acompañe en este viaje con esta mujer, pero también con Jasón, Creonte y Corifeo”, explica la intérprete en un encuentro en su domicilio.
Mujeres poderosas
Tras La Chunga y Medea, Aitana Sánchez-Gijón interpretó la Serafina de La rosa tatuada. En breve, hará de Hécuba en Las troyanas, en un montaje dirigido por Carme Portacelli que estrenará en el Festival de Mérida. "Lo bueno que tiene el teatro para las actrices es que está plagado de grandes personajes femeninos", dice la intérprete, que acaba de rodar en Vietnan la película Thi Mai. Ahora regresa al teatro como quien vuelve a su casa, a la vida, a la tierra.
En la soledad de su cuarto, donde busca de nuevo los códigos de esa mujer atormentada, Sánchez-Gijón dice que Medea está donde la dejó. “Mi único esfuerzo de ahora es el que tengo que realizar con el texto y la memoria, porque la emoción sigue en mí. Es como una compuerta que cerré cuando tocó cerrarla y que, ahora, al abrirla sigue todo intacto”, añade la intérprete que reconoce, sin ninguna duda, que Medea es el gran personaje de su carrera. “Lo es pero a un nivel que trasciende lo actoral, lo es a un nivel casi metafísico. Medea es infinita, inabarcable, es un misterio. Me conecta con lugares emocionalmente extraños y desconocidos. Por eso también, tengo la curiosidad de ver qué ha sucedido con el paso del tiempo y la vida”.
Esa mujer rota de amor y dolor, de celos, es lo que Aitana Sánchez-Gijón dice poder comprender en una primera instancia, pero cree que Medea va mucho más allá, que enlaza con el subconsciente colectivo. “Medea representa la fuerza de la naturaleza creadora y destructora, es una fuerza incontrolable que destruye lo que ella misma ha creado. Por algo desciende de dioses. Tiene algo de sagrado, de ancestral”.
El tormento de Medea es felicidad para la actriz sobre el escenario. Lo goza de una manera muy profunda. “Me crea un estado de zozobra y ansiedad por el hecho de salir al ruedo, pero no me oscurece. Al revés, es como una purificación cada vez que la hago. Me deja blanca”.
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