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La última teoría de la belleza del Stradivarius

Científicos de Taiwán atribuyen el sonido nítido del violín a sus aditivos: la química reivindica su reputación estética

Javier Sampedro
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La gente suele asociar la ciencia con el futuro, pero la verdadera pasión de muchos científicos es reconstruir el pasado: las tres gracias de Rubens tenían cáncer de mama, como consecuencia (probable) de su sobrepeso (manifiesto); el Greco estaba cegato y de ahí sus retratos puntiagudos; Kant desarrolló un tumor en el lóbulo temporal que le disoció la razón de las emociones, explicando así su Crítica de la razón pura, si es que hay algo que pueda explicar eso. Pero el sueño de todo investigador siempre ha sido esclarecer el sonido estructurado y cristalino de un Stradivarius. Ahí sí que está el premio gordo. ¿Qué puede resultar más ambicioso para un científico que entender la belleza, disipar lo nebuloso, explicar lo inexplicable?

La última teoría sobre el violín más famoso de la historia se debe a Hwan-Ching Tai y sus colegas de la Universidad Nacional de Taiwan, en Taipei, y se acaba de presentar en ‘PNAS. Los Stradivarius estaban hechos de madera de arce, como es bien sabido en el gremio lutier, pero las imitaciones posteriores hechas de la misma madera no han logrado, a juicio de la mayoría de los connoisseurs, acercarse a los sutiles timbres de su sonoridad, descifrar su código armónico inaprehensible, resucitarlo de entre los instrumentos muertos. Los científicos de Taiwan han comparado la madera de los originales y las copias y han hallado que la gran diferencia no está en el arce de partida, sino en los adulterantes químicos que le añadieron los artesanos de la época.

El 'Cipriani Potter', un violín hecho por Antonio Stradivari en 1683.
El 'Cipriani Potter', un violín hecho por Antonio Stradivari en 1683.Oli Scarff (Getty)

La química, contra todo prejuicio, puede ser una fuente de misterio y de belleza. Algún neurocientífico dirá que lo es de todo misterio y belleza, pues el placer estético se basa en un producto químico que inunda el cerebro, y del que podemos dar la fórmula. Pero aquí no se trata de eso. Aquí hablamos de lo genuinamente artificial, de los aditivos que se añaden a la madera con fines industriales. Aquí hablamos de una belleza derivada de la necesidad de matar a los insectos que se comen la madera, de una armonía del pesticida, de una paradoja del tamaño de un arce.

“El uso de maderas de arce tratadas con minerales”, postulan Tai y sus colegas, “pertenece a una tradición olvidada que no han conocido los posteriores fabricantes de violines; el arce de Stradivari también parece haberse trasformado por la edad y la vibración, lo que ha resultado en un material compuesto excepcional, inaccesible a los lutieres modernos”. El objetivo de los científicos taiwaneses no es solo entender la artesanía única del taller italiano, sino también “inspirar el desarrollo de nuevos enfoques técnicos en la manufactura de instrumentos”. Es decir, de fabricar el Stradivarius del siglo XXI.

Eso sería una versión musical de la máquina del tiempo, pero ¿qué música no lo es, ya que vamos a eso?

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