La revancha de los guitarristas
Grandes enseñanzas en las autobiografías de Robbie Robertson, Steve Jones y Johnny Marr


La casualidad —por no hablar de la expansión del mercado editorial en asuntos musicales— ha permitido que coincidan tres libros autobiográficos firmados por reconocidos guitarristas. Se trata, además, de guitarristas en conflicto con sus sagaces cantantes, que se adelantaron a la hora de plasmar la historia oficiosa de sus grupos. En diferentes grados, los tres tomos merecen ser traducidos.
Considerado como una cumbre del rock cinematográfico, hoy sabemos que en The last waltz intervinieron motivos al menos sospechosos: Robbie Robertson quería finiquitar The Band y, con ayuda de Martin Scorsese y su director de fotografía, lanzarse como actor. Según contó el baterista y cantante Levon Helm en This wheel’s on fire, Robertson impuso esa ruptura espectacular sobre el resto de la banda, junto con chanchullos particulares (la chirriante inclusión de Neil Diamond, artista al que estaba produciendo). Como su carrera de galán no prosperó, Robbie se garantizó un colchón adquiriendo, a precio de saldo, los derechos de autor del resto de los miembros.
Ahora es el turno de Robertson, que en Testimony, cuenta su versión del drama. Que The Band, en 1976, era un proyecto disfuncional, debido a las adicciones de varios de los integrantes. Lo sabían desde sus tiempos de Woodstock: alguien debía capitanear el barco y, por eliminación, le tocó a él. Su liderazgo funcionó: logró que transcendiera el arte de un grupo fundado sobre el anonimato. Un enredo típico del mundo del espectáculo: el listo que se aprovecha del descontrol, de la ingenuidad de sus compinches.
Steve Jones reconoce pertenecer a la tropa condenada a ser manejada. Su Robbie Robertson fue John Lydon, un bicho ambicioso y permanentemente en pie de guerra. En Lonely boy: tales from a Sex Pistol, Jones explica las raíces de su indefensión. Traumatizado por su infancia, era un ladrón analfabeto cuando cayó en el círculo de Malcolm McLaren, el hombre con el Gran Plan.
No hay rencor en el libro. Jones muestra gratitud hacia McLaren y asume que resultaba inevitable que su grupo fuera secuestrado por los últimos en llegar, Johnny Rotten y Sid Vicious: como revelan sus apodos, se habían construido personajes adecuados para la naciente estética punk. Con candidez, Jones reconoce que su pelo no era el adecuado para la coyuntura. Aquello no aspiraba a revolución social: se trataba de un lanzamiento provocador pero finalmente pop, al que algunos observadores cargaron de sentido político.

La llegada de un cantante carismático es la proverbial arma de doble filo. Lo sabe bien Johnny Marr, el arquitecto del sonido de los Smiths. Sin Morrissey, habrían quedado como otra banda guitarrera más de Manchester. Con Morrissey saltaron a otro nivel, inspirando olas de emancipación… y acelerando hacia la autodestrucción. Todo en cinco años.
En Set the boy free, Marr se presenta como el músico sensato, fortalecido por los sólidos valores del proletariado del norte de Inglaterra. Su erudición pop se complementa con una devoción con el look que potenciaba el gancho del cuarteto. Sin embargo, Marr no pudo echar el freno a una serie de decisiones desastrosas, como prescindir de un manager o enfrentarse con su discográfica a cara de perro.
Con todo, Set the boy free es un libro frustrante. Su tono cauto y desapasionado evidencia que estamos ante un instrumentista que evita cuidadosamente pisar el ego del cantante: late el anhelo de reformar The Smiths. Treinta años después de la ruptura, Morrissey todavía tiene la sartén por el mango.
Entrevista en la BBC con Johnny Marr, de The Smiths.
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