‘Rey de Picas’. Joyce Carol Oates y su oscura mirada al género negro
La autora norteamericana crea una atmosférica pesadilla sobre el mundo de la escritura
Si hay algo que me fascina de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) es su capacidad para adoptar tonos y formas literarias muy diversas con el mayor acierto. Rey de Picas. Una novela de suspense (Alfaguara, traducción de José Luis López) es tantas cosas que abruma. Se trata de una lucha de identidades en el interior de un escritor que juega a dos bandas (ay, admirado John Banville, cómo me acordé de usted); de una novela de suspense; de un relato sobre la pelea de un hombre por mantenerse cuerdo; de un lúcido e irónico repaso a la vida de un autor, a sus envidias, anhelos y miserias. Es, también, una pequeña sátira sobre el ego de los escritores, el sistema editorial y sus ínfulas, la fama y el olvido. Y una excelente novela, por supuesto.
Andrew J. Rush es un pequeño Stephen King, autor al que admira más de lo que le gusta reconocer. Un hombre que ha ganado más de treinta millones con sus novelas negras académicas, en las que cumple con el pacto no escrito con el lector y en las que el mal siempre recibe su castigo. Su casa, su mujer, su coche o sus viajes son símbolos que hablan de su éxito vital; las ventas son lo único que habla a su favor en lo literario.
Pero Rush tiene una venganza planeada: desde hace tiempo escribe bajo el pseudónimo de Rey de Picas y sin que absolutamente nadie lo sepa otro tipo de novelas, más bestias, más violentas, más machistas. Cuando es el Rey de Picas se siente libre, bebe más, se pierde, al día siguiente no se acuerda de nada. Es más, confunde los argumentos de las novelas, no recuerda sus finales. Ahí va el primer dardo de Oates.
La denuncia por plagio que presenta contra Rush una excéntrica y decadente mujer desata todo tipo de luchas entre Rey de Picas, ese lado salvaje del protagonista, y su otro yo. Las consecuencias son imprevisibles y conviene no arruinar la narración profundizando en ellas. Sólo decir que el repaso que le pega a la industria, a sus abogados, a sus costumbres y defectos es de órdago. Y lo hace como sin querer, de manera sutil.
Clásica mujer que deja de lado su carrera para apoyar la de su marido, Irina, la esposa de Rush, es quizás el personaje más profundo. Aunque era la que mejor escribía en la universidad, al final ha terminado aplaudiendo los éxitos de su marido con su prosa mediocre, temiendo sus arranques, esquivando su inquina. La hija de Rush es otro hallazgo. Aunque estudió un carísimo doctorado en literatura, que usa para despreciar la obra de su padre, ahora trata de abrirse camino en el sector de la asistencia social, al parecer con mejores perspectivas que en el editorial.
El protagonista es débil, rencoroso, inestable, uno de nosotros. Su camino a la locura y la autodestrucción es a la vez triste y fascinante. Y está contado con precisión y pulso por la autora de Blonde, que explicaba en esta entrevista en Babelia la esencia de su labor.
“El trabajo de la literatura es un trabajo de arte que tiene cualidades musicales, y para mí es muy atmosférico. Es como si estuviera creando un mosaico en tres dimensiones: el tono musical, los momentos de belleza, momentos de poder… y sentido de comprensión de lo que la gente ve. Pero es de una forma intuitiva”.
Lo dicho. Lean y disfruten. Es el regalo al género negro de una escritora que trascenderá.
Babelia
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