Duración innecesaria y extenuante
Los momentos más fascinantes de 'Starboy' chocan frontalmente con aquellos capítulos fallidos
Apenas 14 meses después de Beauty Behind the Madness,The Weeknd vuelve del estudio de grabación con una declaración de intenciones artística más efusiva, explícita y decidida si cabe. Todos los indicios de ambición comercial y proyección pop de ese exitoso segundo disco oficial se amplifican y se ratifican desde el exceso y el derroche en un lanzamiento fogoso e impetuoso que busca, ante todo, un posicionamiento definitivo.
THE WEEKND
Starboy.
Sello: XO-Republic Records.
Calificación: 6.5 sobre 10.
Quien quiera al Weeknd de su trilogía de mixtapes, al vocalista torturado que reinventaba el R&B desde la tenebrosidad lírica y sonora, ya puede ir olvidándose, viene a decirnos: una de las virtudes de Starboy es, precisamente, su valentía para abrazar la causa mainstream sin miedo al qué dirán ni a las represalias de su público más fundamentalista y exquisito. Pero también su empeño en que esta ascensión al estrellato venga acompañada en todo momento de unas rotundas inquietudes creativas.
Abel Tesfaye quiere ser el Michael Jackson de la generación millennial. Casi nada. Y en este disco es donde queda más patente su vocación de nuevo icono pop capaz de condensar en sus canciones el espíritu musical de nuestro tiempo. Para ello no escatima en recursos e ideas: a lo largo de 18 cortes el artista canadiense viaja desde los ochenta hasta nuestros días en un desmesurado y agotador cruce de referencias, influencias, guiños y estilos que nos brinda un resultado global muy dispar. Balance previsible a tenor de un planteamiento musical en el que conviven producciones de Daft Punk o Diplo, samples de Tears For Fears, cameos de Kendrick Lamar, Lana del Rey o Future y en el que parece imponerse la idea de deslumbrante cajón de sastre sonoro, por irregular e imperfecto que sea, a la de contención y minuciosidad.
The Weeknd no tiene filtro. Además de una duración innecesaria y extenuante, recurso que choca con estos tiempos de consumo ágil y selectivo, el principal problema de esta concepción creativa del más es más es la dispersión final que lastra al producto.
Los momentos más fascinantes y logrados de Starboy, desde un single tan rotundo como el tema titular hasta el impecable homenaje ochentero de Secrets, desde el atrevimiento house de Rockin’ hasta la contundencia autobiográfica de Sidewalks, chocan frontalmente con aquellos capítulos fallidos y desechables que le quitan brillo y continuidad al proyecto: a título de ejemplo más sintomático, False Alarm, burdo experimento electropunk que sintoniza con la vertiente más prescindible y discutible de su propuesta.
Con seis o siete canciones menos y una brújula estilística más sensata y comedida, es probable que Starboy acabara funcionando mejor de lo que funciona. Basta con hacerse una playlist con las piezas más redondas del propio álbum para comprobarlo. Pero es cierto que este ejercicio de síntesis dejaría una sensación engañosa: con sus excesos y notorias salidas de tono, con su nulo sentido de la síntesis y la concreción, The Weeknd demuestra que en su inescrutable camino hacia el olimpo del pop negro contemporáneo no piensa renunciar ni dejar de lado la faceta más experimental, inquieta y artística de su carrera.
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