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MÚSICA

Desplazamientos tectónicos

La música popular hispanoamericana ofrece, 30 años después, propuestas homogeneizadas y fenómenos underground que saltan fronteras

Diego A. Manrique
Momento del musical 'Hamilton', en Broadway
Momento del musical 'Hamilton', en BroadwayNicholas Hunt

A mediados de los noventa, todo el Miami musical miraba expectante a Crescent Moon Records. El sello de Emilio y Gloria Estefan tenía acceso a fondos ilimitados de Sony Music; la misión consistía en transformarse en “la Motown latina”, aprovechando la acumulación de talento en la ciudad de Florida. No ocurrió nada parecido con Crescent Moon, pero Miami sí se estableció finalmente como una especie de Detroit, la capital de la industria musical latinoamericana. Quizá no haya un “sonido Miami” equivalente al que facturaban los Estefan en su buena época, pero resulta evidente que ha prosperado una “actitud Miami”.

Es decir, un estado mental, una forma de hacer las cosas: un pop colorista, pensado para complacer a públicos masivos. Miami acoge a numerosas superestrellas, las delegaciones latinas de las tres grandes multinacionales, las sedes de Telemundo y Univision: se juega al mínimo común denominador. De vez en cuando, aciertan a lo grande: el vídeo de Bailando, de Enrique Iglesias (con los cubanos Descemer Bueno y Gente de Zona), tiene ahora mismo 1.732 millones de visualizaciones en YouTube. Repitan conmigo: 1.732 millones. Estamos hablando de impacto planetario.

La cantante PG-13, voz femenina de Calle 13
La cantante PG-13, voz femenina de Calle 13Stefan Hoederath

El virus de Miami se contagia con extrema facilidad y es imitado en todos los países, incluida España: allí terminaron los vocalistas de Operación Triunfo a los que se calculaba mayores posibilidades comerciales. Miami tritura géneros de la región (salsa, bachata, cumbia, baladas románticas, hasta el flamenco) con técnicas derivadas del urban, la actual denominación en términos de marketing del rap y el rhythm and blues. Miami también pule las aristas del reguetón o del trap. Es el sonido de la fiesta, cargado de promesas eróticas e invitaciones al carpe diem. La estética Miami ha prendido incluso a 225 millas, en la isla de Cuba, de donde ahora nos llegan unas músicas y unos vídeos en nada conectados con el realismo socialista.

En comparación con su relevancia económica, Miami carece de ambiente musical propio. Muchas discotecas calientes, pocos locales para el cultivo de la cantera. En esta ciudad dispersa, de cultura nebulosa, sería imposible la carrera de un Lin-Manuel Miranda. De raíces puertorriqueñas, Miranda ha encajado la expresión del rap en las convenciones del teatro musical, hasta triunfar con Hamilton, retrato de uno de los padres fundadores de Estados Unidos.

Miranda es Nueva York: locuaz, ambicioso, comprometido. Por cierto: la gran urbe todavía funciona como fogón donde se cocinan añejas recetas sudamericanas con nuevos ingredientes (recuerden: bugalú, salsa). Desde Brooklyn, Chicha Libre inició la recuperación de esa música conocida como chicha o cumbia peruana, en su vertiente amazónica, distinguida por sus guitarras relampagueantes. En Nueva York también reside actualmente el inglés Will Holland, tras ocho años en Colombia, donde ayudó a romper prejuicios sobre la cumbia o la champeta. El fenómeno de retroalimentación permite la revitalización de esas músicas en sus regiones de origen.

El nuevo volcán promete ser Colombia, que se beneficia de los aires de paz y de la reivindicación de sus robustas músicas regionales

Internet, con su poder para difundir información de forma universal, ha cambiado el perfil musical del continente. Ya no es posible una escena como la del rock argentino de los años sesenta-setenta, cuya originalidad derivaba tanto del alejamiento geográfico respecto de las grandes capitales pop como de la resistencia a la represión. En general, toda la música que ahora se produce está sincronizada con la que se genera en los países hegemónicos.

Se reproduce el eterno dilema que tanto atormentó al rock mexicano: la integración o el rechazo de las poderosas músicas locales, el tipismo o el cosmopolitismo. Solo que ahora tiene menos urgencia: dentro de la electrónica, la incrustación de vinilos con solera es una opción muy tentadora. Los oídos ya se han acostumbrado a esos collages con Gotan Project o el Instituto Mexicano del Sonido.

Y no vamos a entrar en cuestiones de legalidad. En América Latina ya no pesa tanto la voluntad de la industria: en muchos países desaparecieron las sucursales de multinacionales o han quedado reducidas a centros de distribución.

Emilio y Gloria Estefan.
Emilio y Gloria Estefan.Gaston De Cardenas

Enfrentados a este desierto discográfico, los artistas han debido organizarse, buscar conexiones, establecer alianzas. La Red abunda en iniciativas panamericanas como Thump, la página musical en español de Vice. Más estimulante resulta el Club Fonograma: desde Arizona (y en inglés), difunde la creatividad latina. Se agradece su falta de prejuicios: atiende lo mismo a artistas autoeditados como a los que ficharon por grandes discográficas durante los años dorados: Café Tacuba, Natalia Lafourcade, Julieta Venegas. Lejos del fundamentalismo indie, el foco apunta también a artistas mainstream como Shakira. Fundado en 2007, el Club Fonograma ha seguido el extraordinario florecimiento de bandas como los puertorriqueños de Calle 13, que potencian su voracidad musical con un espíritu decididamente contestatario.

Sus clasificaciones, popcasts y recopilatorios (los llamados Fonogramáticos) ayudan a rastrear una insurgencia creciente, de dimensiones continentales. Tras México y Argentina, el fuego ha prendido en Santiago de Chile y en Bogotá. Una pista: el nuevo volcán promete ser Colombia, que se beneficia de los aires de paz y de la reivindicación de sus robustas músicas regionales.

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