_
_
_
_
Crónica
Texto informativo con interpretación

El desgarro del dragón cura

Enfrentarse una vez más a 'That dragon cancer' es una prueba de humanidad tan agónica como necesaria

Fotograma del documental 'Thank you for playing'.
Fotograma del documental 'Thank you for playing'.

Estoy sentado en una butaca, en el Festival de Cine de Gijón, y me sudan las manos. A mi izquierda, se sienta un buen amigo. Pero en la oscuridad y ante la pantalla todos estamos solos. En ella está el dragón, un dragón al que conozco bien. Y como todos los monstruos que nos son conocidos y temidos, siento el deseo de lanzar la espada y el escudo bien lejos, darme la vuelta y huir.

That dragon cancer es, seguramente, la obra de arte que más daño me ha hecho jamás. No solo porque haya tenido a dos de mis seres más queridos con cáncer, no solo porque lo jugara mientras mi mujer y yo esperábamos a nuestro primer hijo, no solo porque sea un ser humano normal, que siente y padece también emociones ajenas. Hubo algo en él que me rompió por dentro. Algo tan puro y terrible, tan verdadero, que encerré dentro de mí los sentimientos evocados y tiré bien lejos la llave.

Ayer, viendo el documental que inspiró la creación del videojuego (Thank you for playing), la agónica vivencia de perder a un hijo devorado por el cáncer que vivieron Amy y Ryan Green, esos sentimientos reflotaron con una intensidad incontenible. Lloré, varias veces, como lloro escribiendo este artículo. Creo que es imposible para cualquier ser humano no llorar viendo este documental incluso aunque no derrame ni una sola lágrima visible. Si no se es un monstruo, un dragón devoravidas como esa plaga llamada Cáncer, no queda más que llorar.

Ryan Green lo hace muchas veces frente a la cámara. El ejercicio de tortura al que se somete, él, su mujer, sus hijos, es tan descomunal que si estallara en pedazos como un cristal aplastado por un mazo no creo que ningún espectador se sorprendiera. Sus ojos están siempre al límite. Es una mirada desde el abismo de las dudas, que no pretende en absoluto conocer la verdad por padecer el infierno. Pero que necesita expresar esas dudas arrancándoselas del corazón y exponiéndolas a las cámaras sin dejarse nada fuera. Ni la agonía de Joel ni la suya propia.

Ryan y Amy Green son las personas más valientes que he conocido. Durante mi entrevista con ellos me costaba respirar. Cada pregunta la sentía como un grito en una montaña nevada, como incitar a que el alud te venga encima y te entierre para siempre. Ryan solo lloró una vez, cuando le pregunté sobre por qué había mezclado el realismo mágico con la crudísima descripción del tratamiento de Joel y del impacto diario en sus vidas. Pego lo que me dijo el pasado febrero: "Queríamos retratar quiénes somos, pero no queríamos que el jugador hincara la rodilla. Por eso separamos el punto de vista, para mantener el respeto con aquellos jugadores que no compartan nuestra fe. Pero me encantaría vivir en un mundo donde la magia es posible. Esperábamos un milagro que salvara a Joel. Y creo que esa parte de mí se ha dañado. Parte... [silencio, solloza] parte de esa fe y ese idealismo se han dañado. No tengo las respuestas y, honestamente, sigo luchando con esto".

Ayer pude ver muchos otros pensamientos de Ryan. Pensamientos más allá de los que viví oyendo su voz en el juego y entrevistándolo por Skype. Parafraseo lo que dice en un instante ante la cámara, la noche en que Joel morirá: "Cuando [Joel] tenía dos años, decidí que no iba a amarlo. No al menos todo lo que podía. ¿Para qué vas a amar a alguien que sabes que vas a perder? Lo hace más fácil. Pero ahora siento lo contrario. Quiero atesorar cada momento. Tengo tanto, tanto miedo de olvidar a Joel. De que cuando muera se convierta en una sombra en mi memoria. Por eso apunto hacia mí y él todas [llora mientras ríe] las cámaras que puedo. Y lo grabo todo. Porque no quiero olvidarle. No quiero olvidar a mi hijo".

En otro instante Ryan se encuentra en el E3, la más ruidosa, gigante y mercantilizada de las ferias del videojuego. Tótems de cartón piedra a la violencia, el sexo y la aventura banal, como pasa en el cine, la literatura o la música para masas. En una zona mucho más discreta y silenciosa, entre ordenadores, está el prototipo de That dragon cancer. La gente se pone a jugarlo con los cascos puestos y la cámara capta instantes terribles. El rostro de una mujer joven, cubriéndose la boca con la mano, demudada. Los sollozos de un hombre inmenso, de unos cincuenta, que se deshace a llorar frente al monitor. El momento en el que un joven, en sus primerísimos veinte como mucho, se levanta del asiento se acerca a Ryan y le dice: "Ey...." es incapaz de decir nada más y lo abraza, entre lágrimas. Y luego le susurra: "Cuidaos, por favor". El momento en el que Ryan está sentado después de pasar con cada persona lo mismo y lo asalta el dolor: "Dios, viéndolos jugar recuerdo lo duro que es, lo terrible que es lo que estamos viviendo". La secuencia en el que la cámara se acerca en zoom a una inmensa pantalla en la que se reproducen, cíclicamente, tráileres de superproducciones de videojuegos, imágenes hipercinéticas de violencia explosiva; el lento zoom hasta que dichas imágenes se convierten en una masa de colores informes.

Me da mucho miedo hablar de That dragon cancer. Cuando este, mi periódico, me pidió que eligiera los 10 mejores juegos del año, no lo incluí. Porque tengo un miedo enorme a banalizarlo. Porque me da la sensación de que usarlo para defender que los videojuegos son arte, algo de lo que no tengo ni la menor duda, es algo peor que una violación. Tengo tanto miedo de hablar de él como de jugar a él. Lo jugué una vez, de madrugada y sin interrupciones, soportando el tormento, riendo al amor, conmoviéndome hasta lo más profundo del alma, deseando poder creer en Dios, la bondad universal y los milagros. Deseando que Joel se salvara.

Joel murió. Ryan y Amy siguen viviendo. No hubo milagros. No hay respuestas. Solo duda, dolor y el coraje de afrontarlo y exponerlo al mundo mientras sangra. No después, mientras sangra. Día tras día. Creando un videojuego sobre la tragedia humana que arrasa tu vida como un tsunami. Y el extraordinario testimonio que es este documental y este videojuego del amor es lo que me reconcilia a atreverme a hablar así, a cara descubierta, sin ocultarme en la tercera persona, de That dragon cancer.

No sé si alguien jamás habrá hecho algo como lo que ha hecho este matrimonio por el arte, por la comunicación de experiencias entre seres humanos. Lo que sí sé es que no olvidaré esta reflexión de Ryan Green: "Cuando estaba en esa habitación, muchas veces pensaba: 'A mi alrededor hay otras quinientas familias pasando por lo mismo. Pero todas las puertas están cerradas. ¿No es increíblemente triste? ¿No deberíamos estar todos juntos, abrazándonos, consolándonos?". Lo es. Y por eso yo abro las mías y hablo otra vez del dragón y del desgarro. Porque, aunque me hace sangrar, también me cura.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_