Robe Iniesta: “En 50 años la gente se preguntará quién dejó esta basura”
El líder de Extremoduro charla con EL PAÍS sobre su nuevo disco en solitario
Transmite un aire cándido, con una risa franca pero al mismo tiempo poseedor de una mirada incisiva tras muchos años de batalla, una sensación que, en las distancias cortas, se nota extremadamente real en un negocio repleto de plástico y fuegos de artificio como la música. Es un perfil peculiar: como el de ese tipo de la barra del bar que sabes que, desde su esquina, sin molestar pero molestando, como tiene que ser en un bar de los de toda la vida, te dirá siempre lo que piensa con casi toda la seguridad de que su sabiduría popular da en la diana, en el punto exacto de lo que está pasando. Es media tarde y, en la calle, a las afueras del Bayclaycard Center de Madrid, se amontonan centenares de fans adolescentes que esperan por ver a Justin Bieber mientras Robe Iniesta (Plasencia, 1962), qué cosas, se cubre con una manta gris, de esas como usadas, de pueblo, de las de toda la vida.
Está sentado en una mesa de una sala del antiguo Palacio de los Deportes, tomando una infusión y rodeado de su banda, dispuesto a hablar de su nuevo disco en solitario, Destrozares. Canciones para el final de los tiempos, y lo que surja. “Supongo que tienen que liberar hormonas. ¡Con el frío que hace! Yo creo que estas chicas son peor que muchos punkis borrachos. Si el Justin este cae del escenario, no sube jamás”, dice con una sonrisa larga. Iniesta, Robe para todos, recibe a EL PAÍS y, con más profundidad que en la rueda de prensa de la mañana, vuelve a hablar sin bridas, como su rock de identidad propia, que ha marcado a más de una generación desde las trincheras.
“Puede que sea un superviviente porque hay muchos desde que empecé a tocar que se han ido a la mierda”, dice al referirse a sí mismo tras publicar su segundo álbum en solitario, que le distancia de su grupo de toda la vida, Extremoduro, una de las bandas más esenciales del rock en español y que lidera desde hace más de 25 años. “He gozado mucho con este disco y sobre todo he intentado sorprenderme a mí mismo”, apunta.
Destrozares. Canciones para el final de los tiempos incide más en una línea instrumental asentada en las cuerdas, en arreglos más pensados para los medios tiempos, y se despliega como una obra todavía visceral, donde las emociones, como suele ser habitual en el compositor de Extremoduro, parecen jugarse a una sola carta: todo o nada, caos o gloria, vida o muerte. “Yo no sé qué significan las canciones. Hay que oírlas, pero reflejo lo que veo”, señala el compositor, que carga contra “los tiempos oscuros”. “En 50 o 100 años habrá gente que se preguntará quiénes eran estos tipos que dejaron esto como una puta basura. Qué tipejos, qué gentuza”, reflexiona. En la rueda de prensa, afirmó: ”El problema no son los políticos, sino la gente que los vota”.
Puede que este nuevo disco, como el anterior, Lo que aletea en nuestras cabezas, publicado el año pasado, no sea Extremoduro, pero sí es Robe. En rueda de prensa por la mañana, dice que “se la suda” que la gente busque “al Robe de antaño”. Algo que explica en el cara a cara con más detenimiento por la tarde: “Soy fiel a mí mismo. Yo no sé lo que le gusta a la masa. Lo desconozco. Yo sé lo que me gusta a mí, lo que me pone los pelos de punta. No hago las cosas con cálculos. Soy de corazón. Me despreocupo”.
Esa despreocupación artística le permite seguir su propia senda desde sus primeros pasos en su Plasencia natal. “Me di cuenta que podía dedicarme a esto cuando con un grupo de Plasencia tocó mi primera canción. Vi un punto de inflexión. Me dio el empujón y la valentía”. Eran los años ochenta. “Era muy difícil buscarse la vida, pero dije: ‘Ya no trabajo más ocho horas’”. Empezó lo que más le caracteriza: el conocido entre sus fieles como rock transgresivo. “Aquello de ‘extrema y dura, tus mujeres me la ponen dura’, no me parecía muy transgresor pero lo fue. Era muy fácil entonces”, señala. “Parecía fácil en aquella España donde Franco se acababa de morir y había que quitarse la venda de los ojos”.
Con sus referencias poéticas y, sobre todo, su característico lenguaje coloquial, capaz de hacer de unas “bragas negras” de la persona amada una bandera existencial en este nuevo disco, Robe Iniesta tiene mucho de ser ingobernable, un creador que se alimenta de impulsos de realidad y paisajes, como un Miguel Hernández del rock, poeta de lo cotidiano. “El disco está hecho para que todo el mundo lo sienta como suyo”, añade. “La música es muy importante, pero el peso de la responsabilidad no lo siento. Mis canciones son para adultos, que deben tener su propia personalidad, límites y creencias. La responsabilidad la tengo en el paso de cebra al cruzar cuando veo que hay niños. Con las canciones no”.
Babelia
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