El aniversario de Buero Vallejo no levanta el telón
El centenario del dramaturgo concluye sin sus obras en el escenario en medio de desacuerdos entre la familia y los directores
El 29 de septiembre Antonio Buero Vallejo habría cumplido 100 años. En los mentideros teatrales, cada vez que alguien lo recuerda, la concurrencia se echa las manos a la cabeza. “¿Cómo es posible que esté acabando el centenario sin que se hayan visto sus obras en los escenarios?”, se preguntan unos a otros. “¿No iba a ser este el año Buero?”. “¿Por qué no hemos hecho nada?”.
Nadie discute que Buero es una de las cimas de la dramaturgia española del siglo XX. Pero casi nadie lo representa. Así como en vida del autor cada título que escribía se convertía en un gran éxito, en las últimas dos décadas apenas se han podido ver pequeñas producciones privadas y tan solo dos grandes montajes en el Centro Dramático Nacional (CDN) de La Fundación e Historia de una escalera, ambos dirigidos por Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Hace un año por estas fechas aún se pensaba que la celebración del centenario iba a revitalizar sus obras ante el público del siglo XXI. Varias entidades anunciaban homenajes, publicaciones, conferencias, exposiciones como la que aún puede visitarse en la Fundación SGAE y muchos actos en Guadalajara, su ciudad natal. Pero pocos sabían que se había frustrado ya la gran producción teatral pública que se esperaba. Ernesto Caballero, director del CDN, se había puesto en contacto en junio con el hijo del autor, Carlos Buero, para comunicarle su deseo de producir El tragaluz con puesta en escena de Carme Portaceli. No hubo acuerdo.
El dramaturgo que nadie quería ser
Escribía el dramaturgo Ignacio García May en un artículo en el año 2000 que cuando él empezó a escribir, en los años ochenta, Buero Vallejo era el modelo de dramaturgo que nadie quería ser. “Era una época muy peculiar en el teatro español. Acababa de morir Franco y, de pronto, podíamos mirar al extranjero: Peter Brook, Strehler, Kantor… El impacto que produjo en nosotros aquellos directores tan modernos hizo que los dramas de Buero nos parecieran demasiado caseros. Estábamos aburridos del antifranquismo, queríamos ver y hacer otras cosas”, recuerda García May.
Las aguas fueron volvieron a su cauce y aquella fascinación por el teatro extranjero fue amainando. "Y me di cuenta de que había sido un ignorante. Que obras como La Fundación o El concierto de San Ovidio deberían representarse de forma permanente como parte del repertorio básico español", opina el dramaturgo.
José Ramón Fernández, otro autor en boga hoy día, se reconoce bastante influido por Buero. "Me interesa especialmente su indagación de la historia, su cuidado del texto y, sobre todo, su honda reflexión sobre el ser humano", apunta Fernández. "Hay que quitarse la imagen que puede habernos quedado de aquellas versiones de Estudio 1 que echaban por la tele. Buero es mucho más complejo y contemporáneo. Solo hay que mirarlo con ojos limpios", concluye el autor.
“Me propusieron de mayo a junio. No me parecieron las fechas adecuadas, teniendo en cuenta que coincidía con la Eurocopa. Tampoco podía consentir solo dos meses porque habría sido un agravio para Juan Carlos Pérez de la Fuente, a quien le exigí 150 representaciones. Rebajé está condición a 90 funciones, pero no lo aceptaron”, explica Carlos Buero. “El CDN intenta dar cabida a muchas voces. Por eso las producciones no permanecen más de dos meses. No podíamos hacer cambios en la temporada sin perjudicar a los demás”, aclara Ernesto Caballero.
Así se estrelló el que debía ser el proyecto estrella del año Buero en la institución a la que naturalmente le correspondía por tratarse de la entidad pública nacional dedicada al teatro contemporáneo. Ernesto Caballero anuncia a EL PAÍS que intentará remendar el fiasco la temporada próxima. Ya ha pedido los derechos de El concierto de San Ovidio y está dispuesto a ampliar el número de representaciones como pide la familia.
Otro escenario en el que se esperaba una gran producción era el Teatro Español de Madrid. No solo porque ahí se estrenaron algunos de sus éxitos, sino también porque su director hasta el pasado mayo era precisamente Juan Carlos Pérez de la Fuente. Pero los tiempos revueltos que se han vivido en esta entidad dependiente del Ayuntamiento de Madrid bloquearon cualquier iniciativa de futuro. “Ya en Navidades pasadas se intuía que iban a despedirme. ¿Cómo iba a dejar comprometido un estreno de esa envergadura para el equipo que me sustituyera? Habría parecido un chantaje”, explica Pérez de la Fuente. A su sucesora, Carme Portacelli (casualmente la que iba a dirigir el fallido proyecto del CDN), ya no le queda margen para plantearse un estreno esta temporada.
Esto es lo que ha pasado en los centros públicos. Pero ¿y los privados? ¿Por qué no hay producciones comerciales de obras que siempre han sido bien acogidas por los espectadores? En este punto entran en juego dos leyendas. Primera: la que dice que Buero y, desde su muerte en el año 2000, sus herederos no permiten cambios en sus textos. Eso disuade a muchos directores. “Es cierto que Buero vigilaba, yo lo tuve sentado a mi lado en los ensayos de La Fundación, pero no estaba cerrado a los cambios. Solo había que darle buenas razones”, dice Pérez de la Fuente. “¡Claro que permitimos cambios, pero con sentido! Todavía no ha pasado el suficiente tiempo para que su obra no pueda verse dañada por un mal montaje. Aún hay que vigilar”, subraya Carlos Buero.
Segunda leyenda: el teatro de Buero puede resultar antiguo para las nuevas generaciones. “Totalmente falso. Lo que pasa es que los jóvenes no lo han podido ver en los escenarios porque no se representa. Y si no se representa, no se puede actualizar: hay que releer sus obras con el lenguaje escénico de estos tiempos para que puedan llegar a los públicos de hoy”, opina el catedrático Mariano de Paco, uno de los más destacados especialistas en su obra.
Ruth Rubio, directora teatral de 27 años, es la prueba de la plena vigencia de Buero en el siglo XXI. Sin apenas medios y con seis actores interpretando 13 papeles distintos, Rubio se atrevió a dirigir La Fundación para representarla hace unos meses en un escenario posmoderno como La Pensión de las Pulgas de Madrid (un piso reconvertido en teatro alternativo, ya cerrado). “¿Qué hay más contemporáneo que romper la objetividad narrativa? Eso hace Buero en La Fundación”, dice la joven directora.
La Fundación de Rubio es de las pocas obras de Buero que se han podido ver en las tablas este año. Lo demás han sido funciones esporádicas de grupos semiaficionados, lecturas dramatizadas, radioteatro, representaciones sueltas en homenajes y poco más. El director Manuel Canseco está ensayando Las cartas boca abajo para presentarla en Castilla-La Mancha y después en Madrid. Y nada más en este centenario. Una tristeza, dicen en los mentideros.
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