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La gran bestia ha hablado

El autor estadounidense es una de las estrellas de la FIL de Guadalajara, que empieza el sábado. En este artículo analiza el impacto local y global del resultado arrojado por las urnas en EE UU

El presidente electo de EE UU, Donald Trump, en Nueva York en 2015.
El presidente electo de EE UU, Donald Trump, en Nueva York en 2015.DAMON WINTER / TNYT

En noviembre de 2012, estaba de gira por Alemania promocionando un libro. Mi esposa, Janet, y yo nos encontrábamos en Múnich la noche del instante de felicidad en que Obama venció a Romney. A causa de la diferencia horaria, nos fuimos a la cama sin conocer los resultados electorales. A primera hora de la mañana —había una luz crepuscular—, me despertó el sonido de unos cánticos. Salí de la cama y miré por la ventana. Vi a unos estudiantes alemanes cantando en la calle. Volví a la cama.

“Enciende la tele”, me dijo Janet.

“No te preocupes”, le respondí. “Esos estudiantes no cantan por Romney”. Bueno, aquella noche electoral fue muy distinta de esta última.

Los seguidores de Trump no han ganado estas elecciones. Son los demócratas que no han votado a Hillary los que las han perdido

Mi padre es historiador. Se lamentaba por el resultado de las elecciones estadounidenses de este año y me contó que Alexander Hamilton llamaba a los votantes la “gran bestia”. Parece ser que la “gran bestia” ha hablado. Pero, ante todo, tengan presente lo siguiente: en 2012, Romney consiguió un millón de votos más que Trump y, lo que es más revelador, Obama obtuvo 6,5 millones de votos más que Hillary. ¿Quiénes eran esos 6,5 millones de demócratas que no han hecho acto de presencia para apoyar a Hillary? ¿Gente que se quedó en casa llorando por Bernie? ¿Afroestadounidenses indiferentes? ¿El 29% de hispanos que votó a Trump? ¿Demócratas, hombres y mujeres, que no “confiaban” en Hillary? Los seguidores de Trump no han ganado estas elecciones. Son los demócratas que no han votado a Hillary los que las han perdido.

Remontándonos a antes de Trump —mucho antes, ya que Marco Aurelio, el único emperador romano que también era filósofo, murió en el año 180 después de Cristo—, las Meditaciones de Marco Aurelio nos ilustran más acerca de estas elecciones que lo que han dicho, o dirán jamás, los medios de comunicación. Pienso concretamente en lo que escribió Marco Aurelio sobre la ira, a saber: “Cuánto más dolorosas son las consecuencias de la ira que sus causas”. Los seguidores de Trump encarnan “las consecuencias de la ira”.

Estas elecciones han sido un enfrentamiento entre el deseo de cambio —en la mente de muchos votantes desinformados o mal informados, eso equivale a un deseo infantil de cualquier cambio, incluso un cambio a peor— y el comprensible pero burdo impulso de culpar al statu quo, o “el sistema”, de todo. Estados Unidos estaba dividido a partes iguales entre dos opciones dispares y extremas. En la mente de muchos votantes: un narcisista vulgar que va por libre, o un enterado hermético y nada comunicativo. Como también escribió Marco Aurelio: “Los hilos gemelos del destino los han entrelazado a ambos”.

Fábrica de máscaras en Japón.
Fábrica de máscaras en Japón.TORU HANAI (REUTERS)

¿Hasta qué punto es Estados Unidos un país “dividido a partes iguales”? Aún se está tabulando el voto popular. En el momento de escribir esto, Hillary gana por 668.500 votos, lo que suscita la idea recurrente de eliminar los colegios electorales. En cuanto al camino que Estados Unidos ha decidido recorrer —aislacionista, misógino y xenófobo—, recuerden que Trump tendrá una Cámara y un Senado republicanos que le ayudarán a aprobar sus nombramientos del Tribunal Supremo. Trump hará retroceder al país, incluso más que en los años de Rea­gan. Se revocarán, o se verán mermados, los derechos de la mujer y los del colectivo LGBT. Una de las formas en las que los republicanos pueden suprimir los derechos de la mujer y los del colectivo LGBT, que deberían ser universales, es relegándolos a los Estados; sería desastroso permitir que los Estados tomasen estas decisiones legislativas tan importantes.

Mike Pence, vicepresidente electo de Trump, fue uno de los primeros que propuso dejar sin financiación a Planned Parenthood [planificación familiar]. Pence se opone con todas sus fuerzas al derecho al aborto y a los derechos de la comunidad LGBT. En el régimen de Trump y Pence podría revocarse la sentencia de Roe contra Wade; en el nombre de la “libertad de religión” y para aplacar a la derecha cristiana, podría negarse el acceso a anticonceptivos asequibles. Son temas a los que se les va a prestar atención de inmediato; los nuevos jueces que sean nombrados para el Tribunal Supremo controlarán los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales durante una década o más.

Pienso concretamente en lo que escribió Marco Aurelio: “Cuánto más dolorosas son las consecuencias de la ira que sus causas”

En el plano internacional, no sé ni por dónde empezar. Iré a México este mes, con el deseo de tener algo esperanzador que decir. No puedo evitar recordar las palabras de otro militar; como Marco Aurelio, Porfirio Díaz fue un soldado-filósofo que ejerció de presidente de México durante siete legislaturas. Estas elecciones estadounidenses evocan una frase famosa de Porfirio Díaz: “Pobre México; tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”.

Con tristeza, yo añadiría: “Pobre Estados Unidos; creemos estar cerca de Dios, pero estamos lejos de aquello en lo que antes creíamos”. Piensen en nuestro propio juramento de lealtad; en concreto, la parte que habla de “libertad y justicia para todos”.

En julio, Michael Moore —el siempre fiel cronista de las congojas del cinturón industrial de Estados Unidos— nos advertía sobre las zonas en las que Trump iba a ganar las elecciones. Hillary perdió en los cuatro Estados tradicionalmente demócratas del arco industrial de los Grandes Lagos: Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Los reveladores indicios de su perdición en el cinturón industrial ya se vislumbraban en las primarias; Bernie logró que Hillary pareciese vencible allí. Esta pobre gente eran demócratas que votaron a Reagan; la teoría de la economía de goteo de Reagan los embaucó, y ahora Trump los ha tomado por imbéciles. Pero la gente trabajadora y en paro del cinturón industrial estaba decidida a vengarse de los Clinton por su apoyo al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Michael Moore llamó a Trump el “cóctel Molotov personal” del cinturón industrial. Vale —bien dicho, y cierto en gran medida—, pero eso no explica los millones de demócratas que no han aparecido para apoyar a Hillary.

Trump, en su club de golf de New Jersey.
Trump, en su club de golf de New Jersey.EFE

Resulta demasiado fácil señalar a los votantes de Trump. De acuerdo, son egoístas, intolerantes y odiosos; muchos son incultos y han sido engañados. Yo tenía amigos republicanos que se definían a sí mismos como “fiscalmente conservadores, pero socialmente liberales”. Estas elecciones no ofrecen ninguna esperanza sobre el futuro de lo “socialmente liberal”. Alrededor del 50% de los votantes estadounidenses acaban de dar la espalda a lo “socialmente liberal”. Sin embargo, quienes le han entregado estas elecciones a Trump son los demócratas que —por la razón que fuese— no han votado a Hillary. No son muy distintos de aquellos demócratas que se negaron a respaldar a Humphrey en 1968; aquellos le dieron las elecciones a Nixon.

A las dos de la madrugada del 9 de noviembre, en el cuartel general de Trump en Nueva York había patanes con abrigos y corbatas, y gorras de béisbol en las que ponía “Devolvámosle a Estados Unidos su grandeza”; gritaban consignas pidiendo que se encarcelase a Hillary. ¿Viven en Venezuela? ¿Acaso Trump es su Hugo Chávez? Como he imaginado muchas veces desde las elecciones: Múnich o Berlín, durante la década de 1930, debían de parecerse mucho al Estados Unidos actual.

Yo creía que el fiasco de Bush contra Gore —me refiero al modo en que acabaron aquellas elecciones, en Florida— había sido devastador. No si se compara con esto. Y yo escribí discursos de campaña para Geraldine Ferraro, cuando el equipo de Mondale y Ferraro perdió estrepitosamente frente a Reagan. Así de buenos fueron mis discursos. Naturalmente, se censuraba la mayoría de lo que yo escribía para que Ferraro lo dijese. “¡Oh, no puede decir eso!”, me repetían los expertos del Partido Demócrata. Por supuesto, uno de esos expertos había sido quien me había pedido que escribiese los discursos. Ah, bueno; Alexander Hamilton solo tenía razón a medias. El “proceso democrático” —es decir, el modo en que se dirigen las campañas electorales en Estados Unidos— es una “gran bestia” en la misma medida que los votantes.

El magnate hará retroceder al país más que Reagan. Se revocarán o se verán mermados los derechos de la mujer y los del colectivo LGTB

El pasado mes de mayo, yo decía —cuando estaba de gira por Europa con otro libro— que los demócratas tenían en sus manos la victoria o la derrota electoral. Por entonces, Hillary y Bernie competían entre ellos. Como antiguo ciudadano de Vermont, había votado a Bernie muchas veces. Cuando vivía en Vermont, siempre votaba a Bernie. Si Bernie se hubiese hecho con la candidatura, le habría votado otra vez; creo que la mayoría o todos los seguidores de Hillary habrían votado a Bernie. Pero, ya por mayo, me preocupaba el número de seguidores de Bernie que apoyarían a Hillary si Bernie no lograba convertirse en candidato. No los suficientes, según parece ahora.

No, no culpo a Bernie. Él siempre ha sido como es, obcecadamente fiel a sí mismo. Bernie votó a Hillary y trató de persuadir a sus seguidores incondicionales de que la respaldaran. Pero nuestros compañeros demócratas liberales, los que no hicieron acto de presencia para apoyar a Hillary —los 6,5 millones que votaron a Obama pero se han ausentado en 2016—, esos demócratas sí son culpables. Romney no fue el único que (en 2012) consiguió más votos que Trump. En 2008, McCain obtuvo más votos que Trump. Y me pregunto algo sobre quienes se manifiestan en Estados Unidos condenando la victoria de Trump. ¿Cuántos de esos manifestantes no han votado a Hillary?

¿Resulta tranquilizador pensar que el propio Trump no tomará la mayoría de las decisiones clave? En la Casa Blanca, los republicanos de los que es probable que Trump se rodee no inspiran confianza: Giuliani, Palin, Gingrich, por nombrar tres posibles horrores. Más vale que esos 6,5 millones de demócratas que votaron a Obama pero no a Hillary apoyen al próximo candidato demócrata a la presidencia. En las democracias, siempre hay una “próxima vez”. Pero eso no ayuda ahora. ¿Ahora qué?

Traducción de News Clips.

Tras vivir en Nueva Inglaterra durante 40 años, el novelista y guionista John Irving ahora está afincado en Toronto. En julio de 2015 se convirtió en residente permanente de Canadá. Sigue siendo ciudadano, contribuyente y votante estadounidense.

Avenida de los misterios, editada por Tusquets, es la última novela de Irving.

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