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LIBROS

Naturalezas detenidas

Como el género pictórico, 'Buena alumna', de Paula Porroni, es un análisis de la tensión entre lo vivo y lo inanimado

Paula Porroni.
Paula Porroni.felipe a. bruzzone

Ante la imposibilidad de encontrar un trabajo que culmine sus estudios, la protagonista de Buena alumna, una joven argentina que sobrevive en Inglaterra con el dinero, cada vez más exiguo, que le envía su madre, decide pedir una beca de doctorado en una mediocre universidad del norte de Inglaterra. El tema de su estudio serán los bodegones, naturalezas muertas o“still-life. Una palabra extraña en inglés. Vida detenida, sin movimiento. Tan cerca de stillborn, el niño muerto al nacer”.

No es gratuito que Paula Porroni (Buenos Aires, 1977) haya elegido esta alegoría para una interpretación de su novela: como el género pictórico, Buena alumna es un análisis de la tensión entre lo vivo y lo inanimado. O mejor dicho, de lo que aún está en formación pero carece de futuro.

¿Cómo llamar a esa edad en la que ya no se es joven sin que se nos permita ser adultos? ¿Es uno el principal responsable de su fracaso? Condensada en 120 páginas, Buena alumna es una excelente primera novela que esconde, tras su estilo nítido y sus breves escenas narradas en presente con oportunas elipsis, estas preguntas y otras cargas de profundidad. Por ejemplo, el autocastigo, íntimamente relacionado con la psicología del emprendimiento: “Y entonces me asfixia el deseo, tan grande, tan inmensamente poderoso, de mutilarme hasta el fin y también de volver a estudiar”, escribe. En el mapa impreciso que va de un fracaso a otro, siempre con la sensación de habernos salvado por los pelos, el único referente de la protagonista será el daño. Uno se lo inflige para sentirse real y, por qué no, libre. Dueño de su destrucción: “En los destellos de dolor y sensación, trazo un mapa de mi cuerpo. Una frontera”.

Esta violencia, sutilmente tratada en las relaciones de la protagonista con su madre y con su mejor amiga (excelente el capítulo dedicado al viaje que ambas emprenden a una isla del Báltico, atestada de ancianos, en busca de la Alta Cultura), Porroni también la desplaza al estilo: “Ahora corrijo. Raspo, raspo. Hasta dejar solo un hueco pulido. Sólo lo mínimo, lo indispensable. Busco en mí esa lengua de los muertos. Esa lengua árida. Infértil. Porque así fuimos entrenados. En la mejor universidad del mundo. Para crear un paisaje glacial de palabras”.

Podemos relacionar su prosa (e inteligencia) con dos autoras inclementes, Fleur Jaeggy y Clarice Lispector, pero hay otro mérito particular en Buena alumna: renombrar un Londres atestado de literatura. Porroni comparte con otras fabulaciones de la ciudad (de Patrick Hamilton a Hanif Kureishi) la precariedad, la miseria y la desorientación de sus víctimas, pero a diferencia de una lectura local o poscolonial, este es un Londres de migrados recientes, italianos, griegos, argentinos, españoles, clase media devaluada en sus eternos pisos de estudiantes. Un mundo dividido entre huéspedes y anfitriones, implacables competidores entre sí. En cierto sentido, una Inglaterra pre-Brexit, pero más allá de lo local, en Porroni hay una ambiciosa idea de cultura (llámese humanismo, evolución o progreso, llámese Europa) con un irremediable sentimiento de extinción.

Buena alumna. Paula Porroni. Minúscula, 2016. 120 páginas. 16 euros

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