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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Norma’: enciclopedia abreviada

La propuesta escénica de la ópera de Bellini, que volvía al Teatro Real 102 años después, fue rancia, banal y pueril

Luis Gago

Viniendo esta Norma después del Otello inaugural de la temporada, la ópera con que Giuseppe Verdi dejó atrás definitivamente el belcantismo y sus rigideces formales anejas, no está de más recordar lo que confió el músico al crítico francés Camille Bellaigue en una carta escrita en 1898: “Bellini es pobre, es cierto, en la instrumentación y en la armonía, pero es rico en sentimiento y posee una melancolía personal e inconfundible”. Y luego llega la famosa aseveración de que en sus óperas las melodías “son largas largas largas, como nadie lo ha hecho antes que él”, para elogiar a continuación la “altura de pensamiento” de la primera frase de la introducción instrumental del coro inicial de Norma, seguida de otra melodía (y Verdi la garabatea de memoria en un pentagrama improvisado) “mal instrumentada, pero nadie ha escrito jamás otra más hermosa y celestial”. A tan solo tres años de su muerte, el octogenario Verdi seguía recordando y ensalzando las bellezas de Norma, estrenada en 1831.

Siempre la había tenido presente. En una carta muy anterior a Antonio Ghislanzoni, el libretista de Aida, Verdi había reparado en la semejanza entre dos versos del dúo entre Amneris y Radamès (“Ma s’io ti salvo giurami / che non la vedrai mai più”) y lo que dice Norma a Pollione en el dúo del segundo acto (“E la vita io ti perdono / e mai più ti rivedrò”), pero el compositor anota al margen: “No hay peligro de acordarse de la Norma siempre que el verso tenga una forma distinta”. Hasta Richard Wagner, que la dirigió en sus años de aprendiz en Riga, conservó inalterable durante toda su vida el amor incondicional por Norma, “de entre todas las creaciones de Bellini, la más rica en el modo profundamente realista en que la verdadera melodía se une con la íntima pasión”.

Escrita para el debut de Giuditta Pasta en el Teatro alla Scala, el propio Bellini anticipó a la soprano que su personaje sería “de gran efecto y adecuado para su carácter enciclopédico”, en línea con lo que Alexandre Soumet, autor del drama en que se inspiró el libreto de Felice Romani, afirmó de la primera Norma teatral, Mademoiselle George, que “recorrió todo el espectro de pasiones que pueden contenerse en el corazón femenino”. Es el de Norma, pues, un papel total, de la A a la Z, en el que conviven los contrarios: fuerza y delicadeza, amenaza y desvalimiento, grácil coloratura e intenso dramatismo, agudos puros y graves sombríos, virtud pública y deslices privados. Se reflejan así sus propias contradicciones, que ha de hacer suyas y creíbles cualquier soprano que la encarne. La propia Pasta, Giulia Grisi (que fue antes la primera Adalgisa), María Malibran, Lilli Lehmann, Rosa Ponselle o Maria Callas fueron Normas memorables y esta última –inimitable– ha sido el espejo en que se han mirado muchas de sus modernas sucesoras.

Norma

Música de Vincenzo Bellini. Maria Agresta, Gregory Kunde, Karine Deshayes y Michele Pertusi, entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Roberto Abbado. Dirección de escena: Davide Livermore. Teatro Real, hasta el 4 de noviembre.

Otra Maria ha sido en Madrid una Norma mucho menos enciclopédica y el modelo de Agresta no ha sido ciertamente la Callas, que prendía fuego en cada nota, mientras que la italiana compone una sacerdotisa pétrea, distante, imperturbable. Tiende a un canto frío, canónico, aunque descuidado en la articulación y apenas vinculado a la caracterización de su personaje. Gregory Kunde viene de cantar Otello en este mismo teatro y no es nada fácil, a los 62 años, mudarse a renglón seguido en Pollione. El estadounidense parecía fatigado, sus frases carecían de poso, la voz brilló sólo fugazmente en algunos agudos y, al igual que Agresta, aparentó sentirse mucho más cómodo en el segundo acto. Aunque Adalgisa es un papel para soprano, ha pasado a ser patrimonio de las mezzos y Karine Deshayes supo imprimirle entidad tanto musical como, por fin, psicológica. Muy respetuosa con la partitura, obvió, sin embargo, hacer “con messa di voce assai lunga”, como prescribe Bellini, el La agudo en “Io l’obbliai”, en su dúo del primer acto con Pollione.

Si los tres principales cantantes cumplieron sin alharacas en lo estrictamente vocal (el Oroveso de Michele Pertusi fue irrelevante, sin atisbos, por ejemplo, de la “ferocidad” con que debe cantar su aria del segundo acto), en lo teatral sí hubo en general un enorme déficit que tuvo su origen tanto en el foso como sobre el escenario. Roberto Abbado concertó de forma enormemente desigual y tendió a refugiarse en los extremos: brío descontrolado (como en el coro “Guerra! Guerra!) y calma chicha (como en el aria de Norma y en su dúo con Adalgisa del segundo acto), con la orquesta muy lejos de su mejor versión. Las melodías deben ser “largas largas largas”, no “lentas lentas lentas”. Tendió a exagerar la dinámica en esos acompañamientos ondulantes e hipnóticos característicos de Bellini, con los instrumentos convertidos en un delicado –y expuesto– velo translúcido y, en general, todo sonó a una correcta pero insípida versión de concierto, sin la emoción y los chispazos imprevistos que nacen al calor de una representación. Solo se acercó a suscitarlos la excelente prestación del coro.

Pero el punto negro de esta Norma es una puesta en escena insalvable, en la que sobra casi todo (los bailarines, los vídeos torpes y reiterativos, las columnillas de metacrilato, el hiperactivo tronco fallero, las terribles pelucas, las ocurrencias de los niños, el falso primitivismo de los galos, la pseudoestética de Juego de tronos) y se echa en falta otro tanto (ideas de verdad, movimiento de coro y solistas, interacción real entre los personajes, evolución psicológica) para insuflar a esta Norma credibilidad teatral. Una propuesta escénica tan rancia, banal y pueril supone un paso atrás del Teatro Real dentro de la dinámica claramente ascendente de las dos últimas temporadas.

Si a la Norma enciclopédica de Maria Agresta le faltaban unas cuantas entradas, la del conjunto de la representación fue asimismo una enciclopedia muy abreviada: cuando Norma no conmueve y provoca punzadas, algo importante está fallando. Quizás el segundo y el tercer reparto (este último con una única actuación de Mariella Devia, para regocijo de los amantes y custodios de las viejas esencias) compensen alguno de los vacíos vividos en la noche del estreno.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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