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Viñetas

Agustín Sánchez Vidal realiza en 'Viñetas' una recreación de nuestra historia, que acredita lo más vivencial de la existencia

En su última novela, titulada Viñetas (HarperCollins), su autor, el escritor Agustín Sánchez Vidal, ahorrándonos el esfuerzo de desentrañar el sentido de su título, nos lo explica con un párrafo, que enfáticamente está redactado con letras mayúsculas: “Esta novela gráfica debería titularse viñas y viñetas. No son dos palabras ajenas: la segunda viene de la primera. Y ‘página’, en latín, era un emparrado de forma rectangular, igual que ‘verso’ nombraba el giro del arado al final del campo, cuando se da la vuelta al formar el contrasurco”. Tal es la explicación, según la redactó uno de los protagonistas de la novela de Sánchez Vidal, llamado Antonio, y así fue leída por el hermano menor de éste, Miguel, cuando la encuentra entre el montón de papeles de aquel ya difunto, a través de los cuales se cuenta el legado de la conflictiva y misteriosa historia de la propia familia de ambos. Por lo demás, que este memorándum adoptase la denominación de “novela gráfica” se debe a que el tal Antonio la dejó narrada mediante imágenes de diversa índole, desde viñetas de tebeo hasta fotografías, mapas del lugar y otros recursos semejantes, cuya naturaleza íntima solo puede descubrir quien puede hilar con sentido esta epopeya visual; esto es: alguien muy próximo a ese ámbito, pero también quien perteneció a esa misma generación de españoles nacidos justo inmediatamente después de la Guerra Civil o quienes estén interesados por lo que ocurrió en nuestro país desde entonces hasta ahora mismo.

Dar pábulo a material icónico tiene su miga, más al rememorar la historia de una familia rural

Ubicada originalmente esta historia en un paupérrimo ámbito rural donde crecen este par de hermanos, su destino posterior diverge, porque Antonio se aferra de por vida a esta heredad campesina, mientras Miguel, buen estudiante, llega a hacer una brillante carrera universitaria que le lleva muy lejos de allí, por todo el mundo. El alma del relato se enhebra, así, pues, como un reencuentro con el pasado, de forma retrospectiva, marcado por la sintética forma visual elegida por Antonio, que tiene mucho de story board, las viñetas que, a veces, dibuja un cineasta para previsualizar el guion del filme, pero cuyo descifrador rodaje nos lo proporciona Miguel. Dar pábulo narrativo a un material icónico tiene su miga, pero más, si, como es el caso, se trata de rememorar la historia de una familia rural, muy afectada por la de su país, entregado a la pasión de dar tumbos desde tiempo inmemorial y cogido para la ocasión en la cota máxima de su autoestrangulamiento. En principio, insertar tan lamentable historia en una viñeta es un doble prodigio, porque lo es visual, pero también verbal. En este sentido, con su formidable acervo de imágenes y palabras, Agustín Sánchez Vidal realiza una recreación de nuestra historia, que acredita lo más vivencial de la existencia, que se mide por la textura y el grano de lo íntimo entre lo anecdótico, y que, además, comporta el aroma de la tierra y sus más profundas raíces. Tiene mucho, por tanto, la novela de Sánchez Vidal de autobiografía ficcional, que porta el aroma de lo que no se registra en las crónicas oficiales, aunque sea crucial. En este sentido, su moraleja es simple: lo que surge de la tierra indefectiblemente ha de volver a ella, no sólo como el cumplimiento obligado de lo que es mortal, sino por lo que ello implica de regreso al origen y también de regeneración.

¿Será, quizás, porque la literatura y el arte constituyen las andas para transportar el legado secreto de lo auténticamente memorable, jamás acumulable en el estricto cendal de los hechos? Por casualidad, leo simultáneamente los haikus del japonés del siglo XVIII Yosa Buson (1714-1784) antologizados En un sueño pintado (Satori). Buson, pintor, calígrafo y poeta, célebre por haber ilustrado las Sendas de Oku, de Matsuo Basho, es capaz de comprimir en un terceto con apenas 15 palabras el destino de su mítica civilización: “Cae la lluvia de invierno / sin sonido, en el musgo, / y recuerdo el ayer”.

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