Bob Dylan: No hay Nobel de música
Reúne dos talentos opuestos y complementarios: el de analizar con inteligencia lo que hay antes, y el de sintetizarlo en una forma nueva y superior
No, no hay un Nobel de Música. ¿Por qué iba a haberlo? Las cosas por las que te pueden dar el premio más prestigioso del mundo, o más a menudo no dártelo, están grabadas a fuego en el testamento de Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, y hasta ahora no se las había saltado ni un músico de country. Como buen dinamitero, Nobel instauró un premio de química y otro de medicina, dedicados respectivamente a las artes de destruir y reconstruir las cosas. Pero también uno de literatura. Y poca gente se atreverá a ignorar la profunda relación que existe entre la poesía y la música. Un nexo inaprehensible y mágico que algún día unirá esas dos artes en una sola teoría estética, en un único oficio que logre el milagro de integrar, y explicar, la unión perfecta entre fondo y forma, el sueño de cualquier creador.
Como casi todo gran creador, Dylan reúne dos talentos opuestos y complementarios: el de analizar con inteligencia lo que hay antes, y el de sintetizarlo en una forma nueva y superior que cambie el después. Dylan bebió de la gran tradición izquierdista, obrera y ferroviaria de sus mayores, gente como Woody Guthrie, Pete Seger o Jimmie Rodgers, “el cantante guardafrenos”, la ‘gauche divine’ de Estados Unidos, que se diferenciaba de la parisina por llevar botas de media caña y la camisa perdida de aceite multigrado. Aquí se unía la poesía del compromiso de la segunda posguerra con los acordes simples y evocadores del folclore norteamericano, una de las culturas populares que más influencia han ejercido sobre el paisaje sonoro de nuestro mundo: el blues y los espirituales negros, también las marchas militares, de las que surgió el jazz, el rock y el pop colonizaron la segunda mitad del siglo XX.
No os engañéis. Dylan no solo es un poeta premiado con el Nobel, sino también un gran músico. Puede que sus canciones no tengan más de tres acordes, pero su ritmo travieso y su voz cromática, que desafina en el buen sentido en que lo hacía Billie Holiday, son capaces de generar un cosmos desde ese material tan parco. Y su influencia sobre los músicos ha sido tan grande como la que ha ejercido en los poetas.
Tiene gracia que Bob Dylan fuera la gran causa que convirtió a los Beatles desde el maravilloso grupo pop optimizado para la secreción de las hormonas de sus fans (entre quienes me incluyo) hasta la aún más asombrosa banda de creadores en que se convirtieron después. John Lennon, Paul McCartney y George Harrison han reconocido el destello deslumbrante que recibieron de su Free Wheelin, el LP que giraba y giraba en casa de los de Liverpool en 1965. John y Bob intercambiaron canciones en su lenguaje secreto. Puesto que esa segunda etapa brillante y psicodélica de los Beatles ha sido la predominante sobre la música posterior, podemos decir que Dylan ha sido el músico más influyente de nuestro tiempo. Y se lo dice un tipo que adora a Bartók y Stravinsky.
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