Un álbum iluminador, brillante y certero
Entre el costumbrismo del hip hop más inglés y merodeando clase y género, Kate Tempest despacha un disco descomunal
Artista: Kate Tempest.
Disco: Let them Eat Chaos.
Sello: Music as Usual.
Calificación: 9 sobre 10.
“Se suponía que iba a ser fácil / Devolver el DVD / Sacar del cajero ese dinero extra / Decirle a mi madre que no llego para la cena / Coger el dinero y correr” (The Streets. It Was Supposed to Be so Easy, 2004).
El segundo álbum de The Streets (A Grand Don’t Come for Free) fue editado en uno de los años más onerosos del capitalismo moderno. Todo tenía remedio. El disco arrancaba con estos versos y, a partir de ahí era un maravilloso e hilarante desparrame de sentido del humor, situaciones kafkianas, hip hop inglés contemporáneo, pop roto y narrativa mezcla de Dickens y Nintendo.
“Imagina un vacío / Una oscuridad inmóvil y eterna / La paz, o al menos, la ausencia de terror / Miro, y en medio de todo este espacio, observo una mota de luz que sale de su más lejana esquina” (Kate Tempest. Picture a Vacuum, 2016).
El segundo álbum de Kate Tempest se editó la semana pasada, pocos meses después de que Gran Bretaña votara por abandonar la UE y coincidiendo con la propuesta del Gobierno conservador de pedir a las empresas un listado con los datos de sus empleados extranjeros. El disco arranca con estos versos. El tema es una suerte de canto algo hippie pero bastante bello a la madre naturaleza. A partir de aquí, se sucede un álbum en el que la escritora y rapera inglesa parte de la noche de insomnio de siete personajes en el Londres de hoy para tomarle el pulso a la comatosa realidad y a lo que esta ha respetado de la humanidad. Entre George Orwell y Google Analytics, el álbum es iluminador, brillante y certero. La música, producida por Dan Carey, es lo suficientemente interesante (hip hop, trip hop y electrónica de ayer y de hoy) como para no ser un mero acompañamiento de esta galardonada escritora que hace dos años ya fue nominada al Mercury Music Prize por su álbum de debut, pero evita con sabiduría reclamar una atención que no le corresponde. Entre el costumbrismo del hip hop más inglés y merodeando clase y género, los dos pilares sobre los que se sustenta todo discurso mínimamente combativo actual, Tempest despacha un disco descomunal. Con él uno se puede (y debe) enfadar, puede bailar, puede decidir afiliarse a un partido que proponga acabar con todo e incluso puede dejar las pastillas para dormir. Igual no le hubiese venido mal un poco del sentido del humor que le sobraba al disco que The Streets editó en 2004 —hace 12 años las cosas iban tan bien que ponerse serio y hablar del Gobierno era casi una vulgaridad— y del que es hijo ilegítimo. Tal vez no sean los mejores largos editados en estos 12 años, pero sí son dos de los que mejor han explicado el momento en que se editaron. Uno, el de él desde lo particular a lo universal; otro, el de ella, desde lo universal a lo más íntimo.
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